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James Rhodes: “Aún hay mucho ruido, terror y miedo en mi cabeza”

Pianista y escritor

El dolor y la esperanza se funden en ‘Instrumental’, el libro que ha obtenido el Euskadi de Plata y cuyo autor, el pianista James Rhodes, fue salvado por la música

“La música clásica me la pone dura”. Ya desde su primera frase, Instrumental (Blackie Books) deja claro que no es una autobiografía al uso. La dramática existencia del pianista británico tampoco lo es: tanto es así que los hechos que relata serían muy difíciles de creer si formaran parte de una ficción literaria o de una película. A partir de los cinco años fue violado sistemáticamente por su profesor de gimnasia y las imborrables secuelas le llevaron a prostituirse, a drogarse, a sumirse en el alcoholismo, a autolesionarse con cuchillas de afeitar, a realizar una prolongada gira por distintas instituciones psiquiátricas y a intentar suicidarse en más de una ocasión. Pero la música “puede llevar luz a sitios a los que no llega nada más” y a él le salvó la vida. En el marco del festival Literaktum, Rhodes ofrecerá un recital íntimo de piano hoy, a las 19.30 horas en la iglesia de San Telmo de Donostia.

- La música le salvó la vida... y también el amor. ¿Son la misma cosa para usted?

- Oh, es una pregunta difícil. Creo que tienen el mismo efecto en la mente y, sobre todo, en el corazón, que es lo más importante. La única diferencia es que la música no te decepciona y el amor a veces sale mal.
- ¿El libro puede considerarse parte de su terapia para superar los traumas del pasado?

- No, mucha gente me pregunta si fue catártico escribirlo, pero en realidad fue más duro de lo que yo creía. Pero eso no es razón para dejar de escribirlo. Claro que habría sido más fácil hablar solo de las cosas bonitas, pero me parece importante hablar de determinadas cosas: salud mental, suicidio, abusos a menores...

- Aunque escribirlo supusiera revivir el horror...

- Sí, fue difícil y por eso quise hacerlo lo más rápido posible, porque no fue fácil mirar atrás. Escribí entre las tres de la mañana y el mediodía, sin dormir, a base de café y cigarrillos.

- ¿Le parece bien si un librero coloca ‘Instrumental’ en la estantería de los manuales de autoayuda?

- Dios mío, no lo sé. Preferiría que lo colocaran en la estantería de libros musicales, pero es verdad que he recibido miles de mensajes de gente a la que le ha ayudado leerlo, así que, ¿por qué no? Supongo que es un libro divertido porque es una biografía, pero también habla de música y es una carta de amor a mi hijo y a mi mujer, así que al final, lo mismo es una novela (risas).

- Describe su infancia como “una zona de guerra llena de peligro, amenazas, terror y dolor”. Su adolescencia no fue mucho mejor. ¿Se puede superar algo así? ¿En qué fase se encuentra ahora?

- Más o menos parecido. Es triste pero me parece importante decirlo así porque desde fuera alguien se puede hacer una idea equivocada al ver que tengo la carrera que siempre soñé, una mujer fantástica, el libro se está vendiendo estupendamente... En realidad, aún hay mucho ruido, terror y miedo en mi cabeza. Hay un sufrimiento parecido, pero no todos los días.

- Precisamente, en el libro describe varias recaídas: sale adelante pero luego vuelve a hundirse...

- Suelo decir que siempre me siento a una distancia de dos semanas de volver al pabellón psiquiátrico. La enfermedad mental, la depresión o como quieras llamarla es como tener diabetes: si no te cuidas diariamente, recaes. Y nunca estás totalmente a salvo porque hay factores exteriores que te desestabilizan, como le ocurre a todo el mundo, por otra parte...

- Una de sus recomendaciones más reiteradas es no caer en el victimismo y la autocompasión...

- Es muy fácil caer en esa trampa y he pasado muchos años sintiéndome una víctima: salir de ahí es un trabajo duro y agotador. Es un patrón difícil de romper pero puedes elegir entre sentirte una víctima o aceptar que tu cabeza está hecha así y que la tienes que cuidar tal y como es. Hay que tomar un distancia y perspectiva.

- ¿Podría haber escrito su historia sin humor? Para el lector, desde luego, es un asidero, especialmente en las partes más delicadas...

- ¡El humor es tan importante! Si no nos reímos empezamos a tener problemas reales. Cuando ves a gente como Donald Trump, joder... Si no te ríes de alguien así, ¿qué haces? ¿Te pegas un tiro? Me gusta que encuentre divertido el libro, es algo que no he buscado, simplemente salió así...

- No es divertido pero el humor ayuda a digerir situaciones muy dramáticas, como por ejemplo, ese intento de suicidio fallido al que usted se refiere como ‘Benny Hill en el pabellón psiquiátrico’...

- La vida es divertida, ¿no? Ese suceso en concreto fue algo gravísimo pero a la vez muy ridículo. Me río ahora, pero en aquel momento no me parecía nada divertido, claro... Espero que la gente se ría y al mismo tiempo entienda la gravedad del asunto.

- Ofreció su primer concierto muy tarde, a los 31 años. ¿Su carrera habría sido diferente si hubiera empezado antes?

- No lo sé... Creo que mi técnica sería mejor y ahora podría tocar a 32 compositores en lugar de estar limitado a diez u once: tendría un repertorio más amplio y sería más divertido. Pero honestamente, no sé si ahora sería pianista, porque habría ido al conservatorio, que es un lugar muy difícil, lleno de crítica y competitividad. No creo que emocionalmente hubiera podido afrontarlo. Al final, todas estas vueltas que he dado en la vida me han permitido llegar a la actual madurez.

- Una de los mayores logros de ‘Instrumental’ es que inocula en el lector unas ganas irrefrenables de escuchar música clásica, sobre todo con esas pequeñas recomendaciones que abren cada capítulo...

- Gracias. Una de las cosas más excitantes que han ocurrido con el libro son las listas que he creado en Spotify, donde cientos de miles de personas están escuchando a Bruckner, Chopin, Brahms, Liszt y otros autores que quizá no habrían conocido de otro modo. La música clásica es maravillosa pero la gente que maneja la industria es gilipollas.

- ¿Por qué esta música es incapaz de salir de su “trinchera” elitista?

- Hay muchos motivos y responsables. El gobierno debería hacer lo posible por fomentar la música clásica en la educación infantil. Las emisoras de radio especializadas también tienen su parte de culpa: emiten una y otra vez los mismos fragmentos trillados, y luego están esos discos del tipo 50 clásicos en clave chill out... ¡Es terrible! Detrás de todo eso existe un interés por mantener la música clásica solo para la élite, cuando debería ser para todos. Son los músicos quienes tienen que luchar por romper eso.

- ¿Y cómo pueden hacerlo?

- Yo trabajo en la creación de una discográfica que haga las cosas de otro modo, pero se pueden intentar cosas más pequeñas. Estoy tratando de convencer a más músicos de que hablen con el público y presenten las composiciones que van a tocar, que es lo que yo hago... Se pueden programar conciertos a otras horas que no sean las 20.00 o las 21.00. ¿Por qué no a las 18.00 o a las 23.00? Quizá así atraeríamos a otro tipo de gente... También se puede cambiar la iluminación y dejar la sala completamente a oscuras para facilitar la inmersión en la música en vez de que la gente esté leyendo o mirando el móvil mientras toco, algo que me enerva. Ahora voy a participar en el Sonar de Barcelona y será la primera vez que este festival de música electrónica incluya un recital de música clásica... ¡Sonarán Chopin y Rajmáninov junto a grupos como New Order!

- ¿Y cómo se siente un músico que viene a un festival de literatura a recoger el premio al mejor libro del año?

- Es una puta locura. No soy un gran escritor, ni siquiera es un buen libro, es medianejo... Pero la respuesta en España, en el País Vasco y Cataluña está siendo increíble. Estoy muy sorprendido y feliz de estar aquí.

(Juan G. Andrés, Deia)