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El otro futuro de Hasankeyf

Presas turcas en Kurdistán Norte

Hace tiempo que sus habitantes aceptaron una amarga realidad: el 80% de esta ciudad con edificaciones de hasta 12.000 años de antigüedad quedará sumergida bajo el agua por el proyecto de presas GAP. Ahora, pensando en el futuro, reclaman mantener sus negocios en la nueva ubicación que tendrá Hasankeyf

65 metros.- Puede que el envoltorio impresione más en su nueva ubicación, pero la naturaleza histórica de Hasankeyf quedará sumergida a 65 metros de profundidad

Hasankeyf. 07.45 horas del 12 de mayo. En una estructura cuadrangular con más de 150 ruedas, sin manifestantes ni militantes kurdos en el horizonte, el santuario de Zeynel Bey, único vestigio en la región de la tribu turcomana de las ovejas blancas, es trasladado hasta un lugar seguro a dos kilómetros de distancia. Esta pieza arquitectónica de 500 años de antigüedad obtiene así la indulgencia del Estado turco. Pero no será plena para Hasankeyf. Porque al igual que ocurrió con los mosaicos y otros tesoros grecorromanos de Zeugma, el grueso de sus edificaciones de hasta 12.000 años de historia acabarán sumergidas bajo el agua. La razón es el Güneydogu Anadolu Projesi (GAP), un conjunto de presas en los ríos Tigris y Éufrates ideadas en los años 50 de siglo pasado. Desde entonces, sin entender de colores políticos, el paso del tiempo no ha mostrado clemencia alguna en Mesopotamia: ciudades y aldeas de alto valor histórico yacen hundidas a decenas de metros bajo el agua, y Hasankeyf, que perderá un centenar de aldeas por la presa de Ilisu, es la próxima en la lista.

Ubicada en la región kurda de Batman, Hasankeyf se eleva en la ribera izquierda del río Tigris con más de 10.000 cuevas del periodo Neolítico y símbolos del paso romano, ayubí o selyúcida. Los locales que vivían en esas cuevas y que llegaron a sumar unas 40.000 personas fueron forzados a abandonar su modo de vida desde finales de los años 60. Hoy, en el centro de la ciudad, alejados de las cuevas, apenas residen 3.000 habitantes dependientes del turismo y la ganadería que hace tiempo aceptaron la amarga realidad: Hasankeyf, una de las primeras muestras de la civilización humana, quedará sumergida en un 80% en nombre del «desarrollo», pero a cambio se pagará un alto precio medioambiental, cultural y, según intuyen sus habitantes, social. Por eso ahora, como insiste Yilmaz, reclaman soluciones para contener el impacto social. «Las presas son algo bueno, pero me tienen que dar una solución, un trabajo. No pueden quitarme el pan así», dice.

- La «opacidad» del Gobierno turco.

Dueño de un restaurante especializado en carnes y pescados a la parrilla, como todos en la región, Yilmaz se queja de la opacidad del Gobierno sobre los negocios del nuevo Hasankeyf, que será reubicado con una decena de edificaciones y contará con un museo y varios hoteles. «Es mi necesidad el trabajar aquí. Los turistas pueden venir. Una parte no quedará bajo el agua. Yo pienso en abrir un hotel, pero el Estado me dice que ahora no puedo. Estoy seguro de que luego se lo darán a los ricos y no podremos hacer nada», se lamenta a sus 45 años. «Yo soy guía turístico. ‘Google guide’. Recojo a la gente y le enseño Hasankeyf. Pero todo se acabará cuando llegue el agua. No sabemos qué ocurrirá con el nuevo lugar», asegura sin saber inglés, reflejo de un turismo local salpicado por mochileros occidentales, Ali, de 35 años y soltero.
Ali se considera la persona más apta para enseñar Hasankeyf, que recibe 500.000 visitas anuales. Cuenta que se crió en una de las cuevas. Pero también dice que perdió sus escrituras, por lo que no ha recibido indemnización por la expropiación forzosa que el Gobierno ha ejecutado en las últimas décadas. «Quienes tenían terrenos aquí se han hecho ricos, pero son tres familias, y el resto nos hemos quedado sin nada», lamenta. Yilmaz, padre de un hijo, denuncia sufrir la misma situación. Interviene iracundo: «Las mismas familias que aceptaron vender las tierras al Estado podrían obtener la explotación de Hasankeyf. Así hace los negocios el Estado».

La situación de Ali, cuyo trabajo informal puede realizarse en similares condiciones en el nuevo Hasankeyf, se aventura menos compleja que la de Yilmaz. Cierto es que Yilmaz vive ahora mejor, pero también lo es que tiene más opciones de quedarse fuera del futuro núcleo turístico. Él arrendó su restaurante durante 10 años. En 2018, su contrató vencerá. Sin compensación económica ni recursos familiares, es vulnerable al clientelismo del Ejecutivo. Y desconfía de él. Como ejemplo, explica que las nuevas viviendas, edificadas con el «tacto» de TOKI, el conglomerado de construcción estatal, serán más caras. Por eso Yilmaz, que ve su futuro complicarse, se entristece cuando mira el anochecer y ve esos edificios, mazacotes de unas seis plantas que rompen con la arquitectura local de casas bajas unifamiliares, y repite: «Yo me quedo de alquiler y no recibiré nada. Me voy a quedar sin trabajo y casa. Es demasiado para nosotros y aquí no hay más trabajo».

- Daño medioambiental.

El conflicto en Hasankeyf comenzó en 1997, cuando se presentó el proyecto definitivo de la presa de Ilisu. En una década se cerró la financiación con capital europeo, aunque por la presión de los ecologistas los inversores exigieron a Turquía un estudio con el cumplimiento de un centenar de requisitos. En julio 2009, ante el incumplimiento de los mismos, abandonaron el proyecto. Esto, unido a algunas sentencias judiciales contrarias, ayudó a retrasar la presa dos años. Pero no fue suficiente, y el Gobierno encontró nueva financiación. Desde entonces, como si de una victoria se tratara, el Ejecutivo hace oídos sordos ante las demandas de cada organización ecologista, y la ONU, atada de manos por la negativa de los diferentes gobiernos a presentar la candidatura de Hasankeyf a Patrimonio de la Humanidad.

El GAP, cuyo génesis radica en el proyecto de presas del Bajo Éufrates, fue planteado en los años 50 y se presentó oficialmente en 1977. A través de 22 presas en los ríos Tigris y Éufrates, con un coste 32.000 millones de dólares, el proyecto irrigará 1,7 millones de hectáreas en nueve provincias del sureste de Anatolia. El resultado será un crecimiento del 40% en la superficie irrigada turca y un aumento del 70% en la producción de energía en las centrales hidroeléctricas.

A finales de los años 80 se añadió al proyecto una vertiente social para desarrollar económicamente el sureste de Turquía. Pero desde 1965, cuando se produjo la primera reunión tripartita entre Irak, Siria y Turquía para coordinar la construcción y posibles efectos de las presas de Keban (Turquía), Tabqa (Siria) y Haditha (Irak), el GAP y sus antecesores generan desconfianza en los países los vecinos, conscientes de la superioridad estratégica turca y temerosos de sufrir problemas con el suministro del agua.

Pese a la necesidad de cerrar un acuerdo, las negociaciones, que concluyeron en 1993 tras 16 reuniones técnicas, han chocado con los mismos obstáculos: el volumen mínimo de agua que llegará a Irak y Siria y la negativa de Turquía a estipular la cosoberanía del Tigris y el Éufrates al estimar que son un sistema fluvial transfronterizo único, que permite los trasvases de agua, evitando las negociaciones por separado que reclaman Irak y Siria. De momento, con cada uno de estos países con su propia política, los efectos medio- ambientales de las presas ya se dejan ver en Irak: la organización Waterinventory recogió en su estudio de 2013 que el flujo del Tigris se había reducido en las marismas de Mesopotamia, que son hoy un 14% más pequeñas.

- «Parecían buenas».

«Cuando estaba en la escuela pensaba que el GAP era genial y que salvaría a todas las personas del sureste turco. Las presas parecían buenas porque producirían energía, ahorraríamos agua y crearían empleo. Nadie trabajaba sobre los efectos de las presas. Pero ahora hemos visto la evolución de las especies, y cuando aparece un problema el motivo son las presas», explica Derya Engin, activista medioambiental con un lustro de trabajo en Hasankeyf.

Engin define la política estatal turca como una a la que «no le importan los daños medioambientales». Habla de plantar azúcar en una región seca como es Konya, del Lago Burdur, que en 2040 podría parecerse al mar Aral si continúan los efectos de las presas, y de Hasankeyf. «En el río Tigris existe la Firat Kaplumbasi (Tortuga del Tigris, de la familia de los trioníquidos conocida como Rafetus euphraticus). Solo vive ahí porque en el Éufrates han construido demasiadas presas. Necesita un tipo determinado de río y podría desaparecer con la presa de Ilisu», señala.

Los ecologistas, conocedores del daño medioambiental, han intentado agotar la vía legal para detener el GAP. Pero el Gobierno alteró la ley y los proyectos anteriores a 1993 no necesitan un estudio medioambiental. Tampoco la vía armada ha funcionado: el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que ha retrasado el GAP con el secuestro de trabajadores y atentados, al considerar que las presas buscan limitar su movilidad, no ha podido detener la construcción de la presa de Ilisu, ubicada en Dargeçit, a un centenar de kilómetros de Hasankeyf.

El Hasankeyf que hoy conocemos no será el mismo cuando la presa de Ilisu esté finalizada. Puede que el envoltorio impresione más en su nueva ubicación, pero su naturaleza histórica quedará sumergida a 65 metros de profundidad. El Gobierno le ha asegurado a Mohammed, un ganadero que pasea a sus ovejas y cabras en la ribera del Tigris, que nada cambiará. Pero cuando la presa esté finalizada ya no podrá recuperar ese pasto que desde que tiene conciencia alimenta a su ganado. El año que viene, o el siguiente, todo será un recuerdo para él, para Yilmaz y para Ali.

(Miguel Fernández Ibáñez, Gara)