Más de 11.000 entradas y 1.050.000 visitantes desde el 9 de octubre de 2011

Boris Pahor. La víctima más longeva del nazismo

En Italia es un esloveno, y en Eslovenia, un italiano, pero Boris Pahor, que nació en el imperio austrohúngaro en 1913, es universal

Los fascistas y los nazis lo torturaron, conoció Dachau y otros campos de exterminio... el día 26 cumplirá 108 años

Boris Pahor viajó en 2010 a Barcelona para presentar la versión castellana de 'Necrópolis', su obra más conocida

No es verdad que la cara sea el espejo del alma. Las manos, sí. Las de Boris Pahor, que tiene 107 años, 11 meses y 14 días (cumplirá 108 años el 26 de agosto), parecen las raíces leñosas de un olivo centenario, aferradas a la tierra. Son manos con una piel casi translúcida y unas venitas que no se corresponden con su corazón de gigante. Porque este viejecito, de 1,64 metros y encorvado por el paso de los años, es un gigante.

Tiene mérito estar a punto de cumplir 108 años. Y mucho más con una existencia como la suya. Nació en una ciudad de raíces eslovenas, Trieste, que ahora es territorio de Italia, pero que entonces aún formaba parte del imperio austrohúngaro. Ha vivido dos guerras mundiales y ha combatido contra una. Hizo la mili en la Libia colonial de Mussolini. Ya en su madurez fue torturado, pasó mil penurias y conoció el horror nazi.

¿Cuál es el secreto de su longevidad? ¿Cómo ha sobrevivido a tantos naufragios? ¿A tantas persecuciones? Extranjero en su propia tierra, fue perseguido primero por los fascistas por pertenecer a la minoría eslovena; y después por los nazis, que no le perdonaban su beligerancia a favor de la libertad y contra los totalitarismos. La Gestapo lo detuvo a principios de 1944, acusado de dos 'graves delitos'...

Dos artículos contra el desvarío de Hitler y del nazismo. Los publicó en esloveno, su lengua natal, y en una pequeña revista que se distribuía de forma clandestina. Dos topos que la policía secreta del III Reich había infiltrado en los cenáculos eslovenos lo delataron. Fue detenido el 21 de enero de 1944 y durante un mes lo torturaron en la prisión de la calle Coroneo, en Triste (Trst, en esloveno).

El 28 de febrero de 1944, cuando faltaba apenas un año para la caída de la Alemania nazi, lo consideraron un "elemento antisocial" y lo deportaron al archipiélago de los campos de concentración. Estuvo en dos ocasiones en Dachau (Baviera). Los presos que no eran gaseados en cuanto se bajaban del tren y los que tenían la fortaleza para resistir las palizas, el frío, el hambre y el agotamiento fueron muchas veces trasladados.

Eran los coletazos finales de la pesadilla. Hasta los más furibundos jerarcas nazis vislumbraban el hundimiento, pero la maquinaria de la muerte de los campos no se interrumpió. Boris Pahor estuvo también en Struthof-Natzweiler (Alsacia), Mittelbau-Dora y Harzungen (ambos en Turingia), y Bergen-Belsen (Baja Sajonia), el mismo KZ o 'Konzentrationslager' donde fue asesinada Ana Frank.

Lo liberaron el 27 de abril de 1945. Edicions del Periscopi, la última editorial que ha publicado una obra suya (la extraordinaria antología de relatos 'La pirata al port', traducidos al catalán por Simona Skrabec) lo considera "el último gran superviviente de los campos nazis". Tuvo más suerte que otros, como el catalán Frances Boix, 'el fotógrafo de Mauthaussen', que murió en 1951 de tuberculosis.

Él se repuso de esta enfermedad en un sanatorio de Francia y pudo regresar a Trieste en 1946. Como Primo Levi, Jorge Semprún, Imre Kertész, André Ragot o Robert Antelme, no sabían cómo exorcizar sus fantasmas. Y, como ellos, lo hizo a través de la literatura. 'Necrópolis' (publicado en castellano por Anagrama y en catalán por Pagès Editors) es un título capital de la literatura contra el horror. Toda su obra lo es, en realidad.

Mussolini defendía que los eslovenos "eran una raza inferior". ¿Cómo reaccionó él? ¿Odiando a Italia? No: durante casi 25 años, de 1953 a 1975, enseñó literatura italiana. Tarde o temprano, el olivo se secará, pero sus raíces se seguirán hundiendo en la tierra con cada lectura de sus libros. Una vez, en 2010, en el Instituto Italiano di Cultura de Barcelona, los periodistas le preguntaron cuál era la función de la literatura. "Luchar contra el olvido", dijo.

Durante su peregrinaje de campo en campo se aconstumbró a todo. A "los cuerpos esqueléticos, con costillas de madera", a "las ramas caídas de los brazos", a los uniformes de los "hombres cebra", al hedor y el humo de las chimeneas, al olor a piel chamuscada y grasa quemada, a "las colmenas humanas" de los barracones, a las literas de carne putrefacta y a la 'Appellplatz'. A lo que nunca se acostumbró es al olvido. Su voz, la conciencia de un siglo convulso y salvaje, nos lo recuerda a diario.

(Domingo Marchena, La Vanguardia, 14/08/21)