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Irene se desenfoca (Karina Sainz Borgo)

Han cambiado los equilibrios y ahora es Yolanda Díaz, comunista trepada en tacones, la que cambia el patria por matria

Martes, 20 de julio, último pleno del Congreso de los Diputados antes de las vacaciones de verano. El sol abrasa España, la incidencia por Covid se dispara y en la carrera de San Jerónimo una ministra enciende un cigarrillo de liar. Viste camiseta de tirantes, una falda que parece un trapo y sandalias. Dieciséis meses de pandemia y una crisis de gobierno después, Irene Montero tiene más aspecto de becaria que de política. O eso parece en la foto del reportero Ángel de Antonio. La ministra de Igualdad se ha sentado en un muro junto a las escaleras que conducen al hemiciclo. Con los dedos índice y medio sostiene el pitillo y lo acerca a su boca. La mirada perdida y el cabello recogido en una trenza la rejuvenecen, aunque sería más exacto decir que la destiñen. Hace mucho que Montero pinta poco, pero nunca de forma tan evidente como ante la lente de la cámara del fotoperiodista. Cada calada la desdibuja, la oculta, como si el mundo que la rodea la hiciera borrosa a los ojos de los demás.

Dos mujeres en primer plano eclipsan a Irene Montero: la vicepresidenta segunda y responsable de la cartera de Trabajo, Yolanda Díaz, y la ministra de Asuntos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, que justo acaba de cumplir un mes tras ser elegida por el 85 por ciento de la militancia de Podemos como secretaria general en sustitución de Pablo Iglesias. La sucesión exprés del líder ha generado liderazgos inesperados, casi súbitos.

Montero, Díaz y Belarra comparten gabinete y formación política, o lo que queda de ella. Y a pesar de eso, no se saludan. Ni Yolanda Díaz ni Belarra se giran hacia Irene Montero. Ni un gesto, ni una mano, ni un guiño. Pasan de ella con la misma soltura y naturalidad de quien se ajusta una mascarilla. Desde que el Gobierno de coalición sobrevive al cambio del gabinete y el fundador de Podemos se ha cortado la coleta, se dan por amortizadas las cortesías.

Atrás quedaron para Irene Montero los días en los que se convirtió en la más joven de España en ocupar un ministerio, ese tiempo en el que entró en La Moncloa desmonterada y se mesaba los cabellos en los aposentos de su chalé de Galapagar mientras Carmen Calvo, entonces vicepresidenta, presumía de melenaza en la Presidencia del Gobierno. Han cambiado los equilibrios y ahora es Yolanda Díaz, comunista trepada en tacones, la que cambia el patria por matria, lo que sea que eso signifique, y le enmienda la plana a Pedro Sánchez, el artífice de este quilombo.

Y como aquel actor interpretado por Robbie Williams en la película de Woody Allen, la ministra Irene Montero desaparece, se evapora, se desenfoca. Fuma, a solas, mal vestida y acalorada, como una aprendiz a la que ya ni los suyos (ni las suyas) saludan. O al menos así parece en la foto que Ángel de Antonio ha firmado esta semana en las páginas de ABC.

(La barbiturica de la semana, ABC, 24/07/21)