Para María Florencia Freijo, "no hay nada que moleste más en la sociedad que una mujer pueda hacer una radiografía de la verdad", dice en entrevista
Las mujeres deben ser cuidadoras, bonitas, amables y siempre sonreír, son las lecciones del ideal femenino recibidas desde la niñez. Ahora, se suma la carga de ser profesionales y saber defenderse, porque desde muy jóvenes "incorporamos a nuestra visión la posibilidad de peligro a la integridad física y sexual". Como respuesta a siglos de esta información, María Florencia Freijo escribió (Mal) Educadas, un libro para conocer la historia social que hay detrás.
"En esta sociedad no hay nada que moleste más que una mujer pueda hacer una radiografía de la verdad", considera en conversación con La Jornada la autora argentina (Mar del Plata, 1987). "El conocimiento nos hace libres, porque da argumentos y permite ver que todas esas dudas internas le pasaron antes a un montón de mujeres."
Cansancio, tristeza y hartazgo ante los mandatos y exigencias sociales fue lo que encontró en su indagación la politóloga especializada en perspectiva de género. "Las mujeres tenemos más en común de lo que creemos, porque lo que nos define primariamente es la educación sobre nuestro comportamiento, cómo vestimos, el desarrollo de la sexualidad, qué decidimos desear, el ideal romántico, ser cuidadoras y madres; eso atraviesa todas las culturas". Además, se suma condicionar el cuerpo para ser deseable, por ejemplo, el velo islámico o la exigencia de pesar 50 kilos.- La mujer buena no se queda sola.
(Mal) Educadas es publicado después de Solas, libro en el que comenzó "una radiografía muy actual sobre lo cansadas que estamos las mujeres. Hablo mucho de salud mental, pero sobre todo del miedo que tenemos casi imperceptible a la soledad, y todo el tiempo estamos atrás de la novela rosa; queremos ser la bella que rescata a la bestia. Nos enseñan que tenemos que aguantar, sonreír, pues la mujer que es buena y no se enoja, se queda con el premio: no estar sola".
La ensayista expresa satisfacción, pues su más reciente libro se ha publicado en España, Chile, Perú, Uruguay, Colombia y en México, por la editorial Planeta. Su próximo título, sobre mujeres y poder, aparecerá de manera simultánea en varios países el próximo año. Luego, seguirá uno sobre maleducados, para abordar al género masculino.
“Es muy lindo poder escribir algo desde la teoría que llegue a todas las mujeres. Porque lo que yo leía, que era espectacular e impecable, no lo podía leer mi mamá o mi abuela. (Mal) Educadas es un libro para chicas de 17 y señoras de 85; a mis charlas llegan abuelas, madres e hijas en conjunto. Es muy prometedor sacar la teoría de manera accesible para que todas despierten.”
La clasificación como una mujer "buena" es parte central en las propuestas del texto de María Florencia Freijo. El significado de esta categorización lo encuentra en la dicotomía de su antítesis "mala". Desde al antigüedad, los varones pueden tener una vida privada de dudosa moral y seguir siendo profesionales destacados en el mundo público. En cambio, desde los inicios, la mujer está concebida como mala: en el origen del patriarcado, si no se cuidaba a la cría, se traía la muerte. "Las prácticas de supervivencia nos llevaron a este orden patriarcal. No se justifican las violencias, la falta de derechos ni las desventajas para nosotras".
- Histéricas, malas, locas.
Al final del texto incluye un agradecimiento a su hijo, con el deseo de que el libro "sea un granito de arena para que este mundo sea más amoroso para vos".
Considera que existe una mirada prejuiciosa hacia el feminismo que se heredó desde que comenzó a formarse. "Molestan las mujeres con poder y voz pública, quienes han sido retratadas como histéricas, malas, locas, soberbias y odiadoras de hombres. Había que generar un antagonismo para no hacerse cargo de la parte que demuestra que yo (varón) fui el victimario; lo que está costando es reconocer la parte en la historia en la que tienen una posición de privilegio".
También es necesario reconvertir la masculinidad, porque ha observado el sufrimiento causado por la educación basada en la exigencia de la violencia, tener que jugar futbol y no poder tener un peluche rosa.
Tita, la abuela de María Florencia, nunca aspiró a soñar con una profesión; ni si quiera se le ocurrió porque sabía que el único papel que podía tener era el de cuidadora de su familia, primero con sus hijos y luego con los nietos.
"Mi abuela pudo migrar del campo a la ciudad. Nada cambió para ella. Su ventana sí, pero el escenario fue el mismo. No se te ocurría ser ingeniera, porque no se podía". Ser consciente de este antecedente permite comprender las palabras del libro.
"Démonos tregua, fuimos (mal) educadas, pero ahora decidimos dar un giro de timón y empezar un nuevo camino", es la esperanza que traza María Florencia Freijo para que ninguna mujer carezca de la oportunidad de vivir sus sueños.
- Capítulo 1. Encorsetadas, una educación que ajusta y ahoga.
Me fascina lo antiguo; creo que algo de mí me hace volver al pasado todo el tiempo, en una búsqueda algo obsesiva. En esta pasión un poco melancólica -donde no pienso que todo tiempo pasado haya sido mejor, ojo- viajo por las librerías de usados cual inspectora de libros que dejan de manifiesto el discurso sobre cómo nos retrataban a nosotras, para entender desde dónde se basan muchas teorías que nos han definido durante años.
Así fue como llegué al libro del psicoanalista Fritz Wittels, amigo y biógrafo de Sigmund Freud. Un libro denominado 'Hábitos sexuales de la mujer. Estudio psicológico social', editado en Argentina en 1956, unos años después del fallecimiento del autor. La introducción sentencia: "Comprenderemos mejor a la mujer si consideramos que por naturaleza anhela y necesita cariño. Necesita recibirlo, darlo, y no se siente feliz sin él. Diríamos que el cariño es más importante para ella que el acto sexual en sí, de no ser obvio que la plenitud sexual es la culminación natural del amor".
No obstante, el autor pondrá de manifiesto cómo esta "búsqueda del amor" se contradice con las necesidades materialistas de subsistencia, ya que habla específicamente de las dependencias financieras que las mujeres tienen y por la que terminan en vínculos donde ya no hay cariño, pero le brindan el sostén económico. Él es determinante: hay que alentar a las mujeres a conseguir un empleo. Algo que se corresponde con la época en que fue publicado, cuando las mujeres comenzamos a abocarnos al ámbito laboral a mansalva. Simone de Beauvoir en 'El segundo sexo', publicado por primera vez en 1949, ya hablaba de que la emancipación de la mujer se generaba a través de dos factores: el ingreso al conocimiento intelectual y al mercado del trabajo.
Años después, podemos ver que incluso a pesar de estas variables, las mujeres en todo el mundo seguimos por debajo de las estadísticas que marcan independencia y estatus económico. Ingresar al mercado del trabajo no significó para nosotras la transformación de las desigualdades de base, es decir, de los medios culturales imperativos sobre cuál debe ser nuestra función social. Sumamos nuevas funciones, pero tenemos anexadas las antiguas. Al final del día, incluso aunque seamos CEO de una multinacional o tengamos un trabajo que nos apasione y nos gratifique, terminamos cansadas, deprimidas, repletas de mandatos y siempre con un ingrediente fundamental en nuestra carga mental: la búsqueda de ser aceptadas y amadas.
Volviendo al libro de Wittels, el punto que me inquieta no es sólo la afirmación de que las mujeres somos algo muy similar a una mascota que necesita ser acariciada, sostenidas en una estructura romántica permanente como ideal de felicidad, sino que esto que él da por sentado como natural, es efectivamente una consecuencia de cómo hemos sido educadas y de la visión en contraposición que tiene de un "nosotras" con respecto a un "ellos".
- Un código para ellos, un código para nosotras.
Si nosotras necesitamos amar para ser felices, si la afectividad aparece como una función propia de las mujeres, ¿por qué el cariño es descripto como una cuestión de vulnerabilidad para la existencia, una vulnerabilidad de la cual estarían exentos los hombres? ¿Por qué esa definición del amor describe una necesidad "natural" de las mujeres, y no forma parte de una biología constitutiva de los varones? Esto es el núcleo de cómo se nos ha educado: en un código binormativo. ¿Qué quiero decir? Que existe un código dual entre lo que es el "universo femenino" y el "universo masculino". Si las mujeres "naturalmente" necesitamos amor, ¿qué necesitan naturalmente los hombres?
Este código binormativo se remonta a la Antigüedad; ya el político y orador ateniense Pericles decía: "Existe un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer". De aquí hemos venido, y ya desde aquí se muestra que mucho de lo que consideramos hoy natural, no es otra cosa que la construcción de una Historia construida sin nosotras, pero edificada sobre la base de una división sexual que marca cómo debe ser nuestra conducta.
Desde la historia, los titulares de los diarios o la industria cultural, por ejemplo, se ha hablado de una violencia intrínseca en los hombres, una violencia determinada como "natural", una "pulsión" que necesita ser descargada. Y peor aún, una violencia que es -y debe ser- suavizada con el tacto edulcorado y paciente de una mujer en sus vidas. Es decir, una educación basada en la complementariedad de los sexos, en donde nuestra función es la de contener, sonreír, aceptar y callar.
Esta educación no es gratuita para nosotras. Tal vez el ejemplo más crudo es que por años la violaciones han sido catalogadas por el corpus jurídico -por ejemplo, en la Corte Penal Internacional- como "desahogo sexual" o expresiones dentro de esta terminología. Este término refiere a una pulsión masculina que no puede controlarse ya que responde a la naturaleza del sujeto. Mientras las mujeres amamos, los hombres están educados para la guerra, la violencia, el pleito, la rudeza. Ellos son las bestias, y nosotras, las bellas.
Para terminar con esta dualidad, que iré descosiendo en este libro -como cuando me soltaba la trenza que me hacía mi abuela Tita cada día al salir del colegio-, es fundamental entender que las diferencias que nos describieron y nos describen hasta el día de hoy como mujeres, son fundacionales en las desigualdades que nos aquejan. La raíz de nuestras desigualdades son los estereotipos de género y cómo éstos se han conformado a partir de la construcción de un conocimiento que tuvo como autores protagonsitas sólo a voces masculinas: ellos defendiendo nuestra naturaleza. Creo con seguridad que si rompemos el tejido del cómo nos han educado, hay nuevas puertas que se nos abren para ser más libres.
Ahora bien, quisiéramos que el biógrafo de Freud estuviera equivocado en decir que las mujeres necesitamos para nuestra felicidad el cariño y el amor desde lo que llamamos una perspectiva tradicional romántica. Pero no podemos obviar ni mirar para el costado: hemos sido educadas para que el motor de nuestras vidas sea la búsqueda de un amor, y si esto no está, nuestro horizonte es la eterna novela del amor no correspondido o del "flagelo de la soledad".
Esto ha sido objeto de una mirada algo elemental, una mirada que subestima el "comportamiento de las mujeres". Algo que se ha traducido, por ejemplo, en las publicidades, en todo el espectro de la industria audiovisual. Películas de mujeres que hacen compras compulsivas, comen helado mirando la TV, lloran en la ducha desgarradas por el mensaje que no llegó... Esta mirada estereotipada tiene una punta del ovillo, tiene un comienzo, y es la idea primaria de que nuestro ser (en términos aristotélicos) no es racional, algo que desarrollaré más adelante sobre cómo se ha definido nuestro comportamiento desde la literatura fundacional de la Antigüedad.
Es decir, cuando se dice que la Historia la escriben los que ganan, no es sólo cómo sucedieron los acontecimientos, sino cómo eran los actores de esos acontecimientos. Las definiciones sobre nosotras que podemos encontrar en cientos de libros a lo largo de la historia nos describen como 'otredad'. Sus autores son varones, que hablan de nosotras desde una mirada que se universalizó sobre "cómo son las mujeres".
El "cómo somos las mujeres" es fundamental para comprender que en el mundo político, de la historia, de la cultura, "las mujeres" aparecemos como eso extraño, como eso especial, como un "objeto de estudio". Las "mujeres" es una categoría cerrada que merece análisis, que merece un "corset" que clasifique sus diferencias, porque es ese objeto extraño que hay que describir y conocer.
También es necesario aclarar que los términos "mujer" y "hombre" como antagónicos, términos a los cuales se les adosan comportamientos, son definiciones que se encuentran en las escuelas europeas de pensamiento. Si tenemos una mirada antropológica y sociológica sobre cómo vivían la divisón sexual (ya de por sí mal llamada división) en América Latina los pueblos originarios, podemos encontrar un gran abordaje teórico sobre los roles de género desde una perspectiva múltiple, es decir, no dual/binaria.
En su libro 'Antropología del género' (2006), la antropóloga e investigadora española Aurelia Martín Casares cuenta cómo las comunidades a las que se les atribuye la actividad de poblar Norteamérica, nombraban lo que hoy llamamos diversidad con total fluidez, sin partir de que lo "normal" sean las relaciones heterosexuales complementarias, y que nuestro género biológico determina nuestra función social y comportamiento. Así se utilizaban términos como "tibasa", que significa "mitad mujer" en hopi-navajo, o "panaro", que se traduce como dos sexos; etc.
Al descubrir que lo que creemos natural e histórico, en otras culturas originarias ha sido distinto, al punto de que el lenguaje lo refleja y lo define, nos hace entender que la colonización fue crucial en las relaciones de dominio y poder sobre las mujeres. Los roles de género (y sus desigualdades) también nos los han impuesto en la región latinoamericana a través de una jerarquización de lo que se consideraba como la creencia dominante: la del hombre conquistador.
Cuando un autor describe como natural que somos "sujetos que necesitan cariño y amor, por encima de las condiciones materiales de subsistencia", es decir, sin condiciones, el problema no es sólo cómo nos define, sino lo que deja por fuera: corre al varón como un sujeto afectivo. Esto es clave para entender cómo se ha naturalizado la mirada de ellos sobre nosotras en la Historia y cómo a partir de esta Historia hemos sido educadas.
- La "condición de las mujeres".
Es difícil pero necesario hacer una cronología sobre cómo estamos educadas, cruzadas por cómo nos han retratado, y cómo eso desemboca en la "condición de las mujeres". Sin duda, que nos hayan retratado como sujetos emocionales y no racionales, y con el correr de los años esto se haya "suavizado" a través de la idea de la mujer "receptora y afectuosa" impregnado de esta mirada androcéntica que se consolidó como válida, es constitutivo de las relaciones vinculares, tanto ayer como hoy.
Las mujeres fuimos, somos y seguimos siendo retratadas como otredad de un mundo que funciona de manera ordenada y correcta si y sólo si nosotras somos 'buenas'. De otra manera, somos ese objeto que aparece retratado como disruptor del mundo público: la mujer que hizo separar a tal banda musical, la mujer que perjudicó la vida política de tal hombre público, las mujeres que hacen que los hombres "pierdan la cabeza".
Ésta es la principal razón por la que me crispan absolutamente todos los discursos edulcorados sobre el Día de la Mujer, que además obvia que ese día existe por la lucha de nuestros derechos y el femicidio de un montón de mujeres que murieron y siguen muriendo en condiciones de desigualdad. Pero no, ese día nos recuerdan como ese "sujeto" especial que somos en el mundo, las que damos amor, brindamos "luz", mejoramos la vida de los demás.
Un día al año cuyo recordatorio es que seguimos siendo las protagonistas de un pensamiento "mágico", algo así como las enviadas para dotar de calidez a este mundo que -siempre según el pensamiento que sostiene ese discurso- sería frío, inhóspito, sin luz si no estuviéramos. Ellos construyen el mundo, la política, la ingeniería civil... nosotras lo adornamos con flores y moda. Así, miles de niñas van mirando las sonrisas de las mujeres en las publicidades, en sus familias, y van aprendiendo que la mujer tiene un día especial, un día en donde le llevan el desayuno a la cama. Pero claro, los platos los termina lavando ella.
Esto también se puede ver en las publicidades actuales, donde en pos de un feminismo masivo que no excede la arena comercial, la nueva épica es retratarnos como heroínas. Esto se transforma en un nuevo mandato, o el mismo, pero disfrazado de "nuevos tiempos" para la mujeres.
Sencillamente, ya no quiero ser una súper mujer, no quiero ir al mercado del trabajo, mantener a mi familia, sonreír para no ser "la conflictiva" a cualquier costo, enviar a los hijos prolijos al colegio, tener el cuerpo perfecto y la vida sexual soñada (acorde al deseo masculino, claro está), adornar el mundo con flores. Ya no quiero políticas públicas conceptualizadas dentro de "los problemas de las mujeres". No quiero mujeres adolescentes estresadas: buenas alumnas, deportistas, pero que persiguen un peso corporal ínfimo; inteligentes, sagaces, atractivas, pero que son lo suficientemente "buenas señoritas" para no disfrutar de su vida sexual o mantenerla en silencio porque sigue imperando el discurso de la buena reputación.
El deber de ser "buenas" sosteniendo este pensamiento mágico de la mujer afectuosa, maternal, pero también de la mujer erótica, sexualmente deseable, interesante, introvertida, justa, entre otras "cualidades" es el corset a través del cual se regulan nuestros comportamientos. Porque nuestra educación se ha basado nada más y nada menos que en estar preparadas para complementar a los hombres.
Resulta imprescindible que tanto hombres como mujeres no tengamos una educación segmentada, que marquen cómo deben ser nuestros roles desde una falsa concepción de complementariedad. La columna vertebral de esa educación no son las diferencias que de por sí tenemos, sino que es que todo aquello que los hombres pueden disfrutar, y les brinda placer y poder, a nosotras nos será negado o se nos exigirá un precio muy alto para conseguirlo. Pero además, hay mucho aún por avanzar en el ámbito de la igualdad, sobre todo en el orden del afecto y el amor; no como una cuestión romántica, sino como una cuestión de la supervivencia en un mundo en el que tanto hombres como mujeres nos hemos vuelto muy poco empáticos con la realidad de las otras personas.
No estoy diciendo nada nuevo: ya en los años setenta, la activista y escritora estadounidense Kate Millett va a proponer un desarrollo enriquecedor sobre cómo hemos estado educadas por siglos. No alcanzaba con poder votar, con tener acceso a los derechos políticos: era fundamental arremeter con el sistema de valores culturales, exponerlo, para poder conocer la trama de esta desigualdad. En su obra 'Política sexual' (1970), aún tan vigente, la autora explica: "Los símbolos con los que se la describe (a la mujer) en el patriarcado, tanto el mundo primitivo como el civilizado, son masculinos, y la idea cultural de la mujer es obra exclusiva del varón".
En lo personal, creo que las desigualdades del orden del género se han solidificado con los años, y hay que ser muy cuidadosa con decir que en el mundo primitivo existía un orden que podríamos definir como "patriarcal". Recordemos que el mundo arcaico ha sido definido por categorías dadas 'a priori', en un contexto masculino como es el mundo científico, donde el desarrollo del conocimiento está dado a partir de definiciones ya asentadas sobre la base de estas diferencias sexuales.
La realidad es que nuevos estudios, con miradas menos androcéntricas, demuestran muchas veces que ciertas divisiones sexuales de tareas no generaban una jerarquización que podríamos determinar "patriarcal" en función del sexo de las personas. No obstante, coincido con la autora sobre un código masculino que es el que se ha utilizado para definirnos. Millett sigue: "El hombre creó la imagen de la mujer que todos conocemos, adaptándola a sus necesidades... la implantación del varón como norma humana, como sujeto absoluto respecto del cual la mujer no es sino el "otro"; es decir, un extraño".
Hasta acá podemos ver dos cosas muy claramente: existe una educación dual -vamos a ir desarrollando esto a lo largo de todo el libro- y también existe una definición sobre "qué es ser mujer y cómo es la mujer" que ha estado elaborada por una mirada masculina. Esta mirada es muy interesante para entender cómo se han generado los estereotipos de género, en los que trataré de ser exhaustiva a continuación, porque dentro de estos estereotipos sobre "cómo somos las mujeres" se esconde el "cómo 'debemos' ser las mujeres", y es sobre los mismos que se desarrolla una educación social moralizadora sobre cómo nuestro comportamiento debe estar dado en función de lo que se espera de nosotras.
(Alondra Flores Soto, La Jornada, 04/12/21)