Crítica
La brillante ambientación del Londres de los años 60, para la cual Edgar Wright ha contado con un presupuesto de 43 millones de dólares, resalta en las marquesinas de los cines el estreno de “Thunderbolt” (1965), seguramente porque Sean Connery, en su rol de agente 007, representaba la masculinidad de la época. Pero el tipo de películas en las que realmente se inspira “Last Night in Soho” (2021) no son las de Bond, sino las de terror, en las que la mujer aparecía como objeto de deseo de maníacos criminales. Por eso la referencia británica más clara es la obra de culto de Michael Powell “Peeping Tom” (1960), también conocida en su versión doblada como “El fotógrafo del pánico”. Tanto en el uso del color, como en la forma de rodar los asesinatos en lo que fue el inicio del género “slasher”, hay una clara inspiración estética. Cuando la icnografía se vuelve más onírica y simbólica, entonces sirve de modelo el clásico del horror sicológico de Roman Polanski “Repulsión” (1965).
Pero la conexión más íntima entre la cinefilia y la melomanía sesenteras se da a través del reparto de actrices. La chica del presente encarnada por Thomasin Mckenzie se transmuta en una Anya Taylor-Joy que canta “Downtown” como Petula Clark, en un guiño al pasado que materializan las veteranas Diana Rigg y Rita Tushingham. De la primera no puedo revelar mucho para no incurrir en spoilers, aunque su presencia tiene que ver con lo que decíamos en el primer párrafo. Mientras que la segunda hace de abuela retirada en la campiña, como si la eterna musa del “free-cinema” se hubiera tomado unas merecidas vacaciones lejos de la City.La canción del título original de Dave Dee, Dozy, Beaky, Mick & Tich suena a modo de himno revanchista, que devuelve a los oscuros callejones del Soho su poso histórico más siniestro, ahora encarado por una mujer que deja de ser víctima mediante un alucinante y liberador juego de espejos y cristales rotos.
(Mikel Insausti, Gara)