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Descarnado (Enric Juliana)

La campaña electoral agraria y las negociaciones para validar el pacto sobre la reforma laboral son los dos grandes asuntos políticos de este mes de enero en España. Mientras tanto, Estados Unidos, la OTAN y Rusia negocian el futuro de Ucrania, un asunto que nos concierne muy directamente puesto que del desenlace de esas negociaciones depende la evolución del precio del gas y la electricidad, con su correspondiente cuota de inflación. Son semanas importantes. Son semanas nerviosas, en las que se intuye que la epidemia podría haber entrado en una fase más soportable, pero todavía no se puede asegurar ni certificar.

No hay centro de gravedad permanente y el excomisario Villarejo lo sabe. El fenómeno Villarejo es un caso inaudito, diabólico, cuya magnitud, espesor y duración ayuda a poner en duda la calidad del sistema democrático español. El policía corrupto acusa ahora al CNI del general Félix Sanz Roldán –su gran enemigo–, de haber jugado con fuego con el imán de Ripoll con la intención de dar “un pequeño susto a Catalunya” en vísperas del momento soberanista de otoño del 2017.

De manera elíptica, Villarejo acusa al servicio secreto de haber dejado actuar al imán, perdiendo en el último momento el control de la célula terrorista que acabó provocando una terrible masacre en Barcelona en agosto de aquel año. Son palabras de un profesional de la desestabilización que tendrán efectos desestabilizadores. El corrupto juega hábilmente en la frontera, cada vez más invisible, entre verdad y mentira. Cuando los bulos y las insinuaciones empiezan a ser admitidos como moneda de circulación legal en el debate público, los delincuentes salen ganando. Un problema más para el Gobierno.

Ante las grandes líneas de fondo, la pelea de estos días sobre la carne puede parecer banal, pero no lo es. Los humores de una época siempre se encarnan. Dios y la Historia andan entre los pucheros. La política menuda, también.

El PSOE se resiste a enterrar la furiosa polémica abierta por unas declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, a propósito de la baja calidad de la carne que se produce en las denominadas macrogranjas. A Garzón seguramente le faltó perspicacia, pero la polémica no le está perjudicando. Ha definido una posición que comparte bastante gente. Siendo así, ¿por qué el presidente del Gobierno ha contribuido a mantener vivo el debate? Hay que remontarse a las elecciones en Madrid del año pasado. Pedro Sánchez salió muy escarmentado. Un llamamiento a beber cerveza en libertad derrotó a la izquierda sanitaria. Un llamamiento a comer carne hasta reventar podría humillar ahora a la izquierda nutricionista. Pablo Casado quiere emular a Isabel Díaz Ayuso oliendo a oveja lanuda. La cerveza en la terracita se convirtió en eso que los nuevos teóricos de la política llaman un significante vacío, un aglutinador de humores y malhumores, de aspiraciones y de resentimientos. La chuletón va por el mismo camino. Sánchez y el PSOE caoba del 40º congreso no quieren acabar en la parrilla de Castilla y León. La lección de Madrid ha pesado mucho en los movimientos de timón de estos últimos meses.

Hay más. Quizás estamos asistiendo al primer amago de crisis de Gobierno para que Yolanda Díaz no llegue a la línea de meta en el 2023 con el título de vicepresidenta del Gobierno. No perdamos de vista la validación de la reforma laboral.

(La Vanguardia, 12/01/22)