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Entrevista con Esther Ferrer: "Un exjuez me dijo hace años que la moral cambia con la economía y ese diagnóstico es correcto"


La artista donostiara, que ha perdido a una hermana recientemente, expresa su preocupación por los recortes en el ámbito de las libertades

"Si has perdido a alguien de la familia, angustia pensar que se ha muerto sintiéndose abandonado"

"Dicen lo que cuestan los viejos a la Seguridad Social pero lo que han cotizado toda la vida, eso no cuenta"

"La mundialización nos come la libertad y lo que más me asusta es que lo aceptamos"

"La autocensura es mucho más difícil de combatir que la censura porque a veces ni la percibes"

"Me gusta ir a Donostia, aunque sólo sea por ver el mar y dar la vuelta al Paseo Nuevo"

Desde su confinamiento en su domicilio parisino, la artista Esther Ferrer (Donostia, 1937) ha sufrido el fallecimiento de una hermana durante esta crisis del coronavirus. "Si has perdido a alguien, angustia pensar que se ha muerto sintiéndose abandonado", confiesa. La creadora donostiarra vive sin especial aprensión la situación originada por la pandemia, pero reconoce que le preocupan los recortes en el ámbito de las libertades y la posibilidad de que se conviertan en irreversibles cuando la enfermedad remita.

- ¿Cómo está viviendo esta situación?

- Supongo que como la mayor parte de la gente, a veces bien y a veces preocupada, no sólo por la situación actual que es muy angustiosa y que está viviendo muchísima gente y que vivimos nosotros, sobre todo, los que hemos perdido a algún miembro de la familia en esta historia. Si has perdido a alguien de la familia lo más angustioso es pensar que se ha muerto solo. En nuestro caso, ha sido una hermana, quizás con el sentimiento de que la has abandonado rodeada de fantasmas porque los médicos llevan máscaras, no ven su mirada, su rostro. No pueden hacer nada por los enfermos, excepto en el aspecto sanitario. Entonces, no puedes dejar de pensar en esa sensación de que han podido morir con la angustia de que les has abandonado.

- Lo ignoraba. Lo lamento.

- No se preocupe. Respecto al confinamiento, como trabajo en el taller del piso de arriba de mi casa, llevo pasando muchas horas aquí sola, desde hace muchísimos años. Entonces, este factor no me angustia como le sucede a mucha gente a la que le crea problemas. Del confinamiento lo que me afecta es la idea de no poder salir a pasear, que a mí me gusta mucho. Aparte de eso, lo soporto bien, lo único es que no puedes evitar los pensamientos sobre cómo se va a desarrollar la cosa y sobre el final de todo esto, así como en sus consecuencias, no sólo en el aspecto sanitario, sino en el psicológico, económico y en el de las libertades. ¿Van a aprovechar los gobiernos para limitarlas o recortarlas más? ¿Qué va a pasar por las medidas que aceptamos todos en esta situación especial cuando pase?

- ¿Teme que no se reviertan?

- Pueden ser reversibles y que luego las vuelvan a implantar. Cuando aquí en Francia hubo terrorismo hace unos años, tomaron medidas que se retiraron en 1991 y luego las volvieron a poner, y ahora están en el cuerpo legislativo. Se crearon para una situación específica, pero ahora las pueden aplicar en cualquier otra. Por ejemplo, todo esto del control de los smartphones es fundamentalmente peligroso. Aparte de que sanitariamente muchísimos especialistas cuestionan su eficacia, desde el punto de vista político y social me parece superpeligroso porque el ciudadano de a pie, como yo y como la mayoría, jamás tendremos medios para controlar qué pasa con estas medidas.

- ¿Qué le ha sorprendido de la reacción social ante esta situación?

- Lo que más me ha sorprendido es la falta de prevención por parte de los gobiernos francés y español. No han visto venir el problema, ni han sido lo suficientemente conscientes del peligro que suponía.

- Comentaba usted hace poco que los cantos a las virtudes de la vejez provienen casi siempre de gente joven.

- Sí, nunca he oído a una vieja como yo decir qué maravilloso es ser viejo. Leí hace poco un artículo que venía a decir que no pasaba nada por que se murieran los viejos.

- ¿Y no le sorprende que se haya empezado a hablar abiertamente en esos términos?

- No me ha sorprendido teniendo en cuenta la situación social que vivíamos ya antes de esto. Quiero decir que si se puede tirar una bomba atómica innecesaria para matar a cientos de miles de personas, lo de dejar morir a los viejos sin asistencia sanitaria es casi una banalidad. Además, el tradicional respeto a los ancianos ha desaparecido completamente. Ya en marzo un ministro andaba diciendo que los viejos costaban mucho dinero a la Seguridad Social. En lo que no piensan es en la cantidad de dinero que durante toda su vida esa gente ha dado a la Seguridad Social, no, eso no cuenta. O sea, que este virus les viene casi de maravilla, ¿no? Que desaparezcan una serie de viejos y ya está.

- ¿Y no le deja estupefacta este discurso 'sin complejos'?

- En el caso de los médicos, la situación es terrible. Es horroroso tener que decir a éste le salvo y a éste no. Están verdaderamente agobiados. Ahora, cuando leo artículos que hablan de eso, me entra hasta la risa. A dónde hemos llegado, ¿no? Hace treinta años, un antiguo magistrado que había fundado la primera asociación pro derecho a una muerte digna me dijo: "Esto será un problema económico. De la misma manera que ahora esto es un problema moral y se dice que hay que defender la vida, en un momento determinado los viejos costarán mucho dinero y entonces las cosas cambiarán, y la moral será que se mueran para que otros vivan mejor". Y añadió: "La moral cambia con la economía".

- ¿Y lo suscribe?

- Estoy en desacuerdo con que las cosas sean así, pero es lo que pasa. El diagnóstico es supercorrecto.

- En lo personal, ¿vive con miedo la pandemia?

- No, hasta el momento no. Tomo mis precauciones, como todo el mundo. Procuro no salir a la calle más que lo necesario, llevo una máscara... No vivo esto con angustia, en esto no soy compulsiva.

- Y desde el punto de vista creativo, ¿es una buena época para trabajar?

- Bueno, depende... Es una situación muy especial. Trabajo muchísimas horas en mi taller, con virus y sin virus, pero tengo la sensación de que no lo hago igual de concentrada que cuando la pandemia no existía. Me distraigo más, me paro más. Antes podía estar cinco horas seguidas y ahora cambio de actividad. Creo que no trabajo de forma tan satisfactoria como antes, aunque mi vida no ha cambiado excesivamente. Y por lo que hablo con otros artistas, parece que estamos todos igual.

- Estas calles vacías y esta sensación de tiempo congelado, parece una performance colectiva...

- No lo llamaría performance, pero bueno... Una de las cosas que más me sorprendía los primeros días era el silencio. A las once de la mañana, que normalmente había un barullo de camiones, el silencio estaba tan presente que se oía. Además, como los pájaros habían desaperecido hace muchos años y ahora ves una mariposa y te quedas pasmado. Y como no hay coches tienes la sensación de que se respira mejor.

- Usted ha trabajado en los años 60, 70, 80... ¿cree que el siglo XXI nos ha salido un poco reaccionario?

- Hay una vuelta atrás en cuestión de libertades. La mundialización nos está comiendo la libertad y lo que más me asusta es que lo aceptamos. Somos víctimas que aceptan su situación.

- Víctimas e incluso verdugos, como cuando aplicamos criterios morales a la creación artística.

- Lo que pasa es que yo creo que todo el mundo tiene derecho a juzgar lo que hago como quiera y sin límite. La lectura de una obra de arte es un diálogo entre la obra y el que observa. Y el artista no tiene más que hacer que desaparecer. Pueden interpretar lo que quieran: desde el punto de vista moral, estético o cualquier otro, no tengo nada que reprocharles. A veces me han reír y otras veces, curiosamente, hacen que me dé cuenta de cosas que me habían pasado desapercibidas, que yo no había visto.

- El problema es cuando se da el paso que lleva a la censura y ya no se trata de que no nos guste verlo, sino de que no queramos que otros lo vean.

- De todas formas, la censura afecta a muchos aspectos de nuestra vida, no sólo al arte. No veo por qué el arte o el artista deban tener una situación privilegiada en la sociedad. Esas cosas las vivo mal. Me parece una tontería que yo deba tener más libertades porque soy artista. Hay que luchar contra toda la censura, no sólo la artística.

- ¿Y la autocensura?

- Eso ya es otra cosa, mucho más difícil de combatir porque no te das cuenta. Cuando estoy trabajando, muchas veces me pregunto: "¿No me estaré censurando yo misma?". Esto puede existir, evidentemente, y muchas veces ni te das cuenta. Piensas que es un problema estético cuando en realidad es un problema moral. La autocensura es tan subjetiva que resulta muy difícil de analizar porque tú misma te niegas a hacerlo.

- El año pasado expuso en Tabakalera. ¿Satisfecha?

- Mucho, muy bien todo. Las responsables del centro lo hicieron muy bien, y los montadores también. Maravillosos. Siempre hay cosas que mejorar, pero dentro de lo que hicimos respondió muy bien a mi intención.

"Hay gente a la que la cultura no le interesa y no hay que obligarla".-

Esther Ferrer considera que "si se ayuda a la Renault y a otras empresas, no veo por qué no a un autónomo como es el artista"


Esther Ferrer defiende que todas las personas tengan la posibilidad de acceder a la cultura, pero señala que "hay gente a la que esto no le interesa y no veo por qué obligarla a que sus placeres sean los que nos convienen a nosotros". Ferrer tiene ganas de realizar su habitual paseo por el litoral donostiarra y reconoce que una de las cosas que siempre echa de menos es el mar.

- La cultura va a necesitar ayuda de las instituciones. No sé qué cabe esperar...

- Hay muchos sectores de la cultura que sin las instituciones no pueden vivir, como el teatro o la ópera. Necesitan subvenciones porque si no, no existirían. Y hablando de los artistas plásticos o de performances, hay muchos artistas que vivían en situación precaria y después de esta crisis lo va a ser todavía más. Entonces, si se ayuda a Air France, a Renault, si se ayuda a empresas, no veo por qué no se le va a ayudar a un señor que ha elegido ser autónomo, pero que tiene derecho también a vivir dignamente. Se les debe ayudar. No sé la forma, pero se les debe dar la posibilidad de seguir viviendo de forma digna. El artista es un ciudadano como cualquier otro.

- ¿Y qué cabe esperar de la ciudadanía en su apoyo a la creación artística?

- Cada uno se acerca a la cultura como quiere o como puede. Si lo que queremos es que la gente se acerque a ciertos aspectos de la cultura, la escuela y la enseñanza tienen un trabajo enorme. Pero conozco gente maravillosa, profesionales de la medicina o directores de empresa, a la que no le he oído en la vida hablar de un concierto, de una exposición o de un libro. Y cuando les hablas de pintura o de escultura, saben muy poco, pero tampoco les molesta, no tienen ningún complejo. En esto también creo que hay que dar la oportunidad a todo el mundo de tener acceso a la cultura, por supuesto, pero hay gente a la que esto no le interesa y no veo por qué obligarla a que sus placeres sean los que nos convienen a nosotros. Yo hago performances, pero no todo el mundo tiene que interesarse por las performances. ¿Por qué? Otra cosa es que muchas veces el acceso a la cultura es un privilegio y no tendría que serlo.

- ¿Echa en falta venir a San Sebastián?

- A mí me gusta siempre ir a San Sebastián, aunque sólo sea por ver el mar y dar la vuelta al Paseo Nuevo. Es uno de los placeres inmensos que tengo cuando voy. En San Sebastián sales a la calle y prácticamente encuentras el mar por todas partes y de eso no te das cuenta hasta que lo pierdes. Cuando marché por primera vez a Madrid a estudiar tenía una inquietud y un día me di cuenta de que estaba buscando el mar.

(Alberto Moyano, El Diario Vasco, 11/05/20)