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La resistencia de Sánchez (Lola García)

Pedro Sánchez parecía alejado del malestar que se iba incubando en la sociedad, pero su último golpe en Bruselas le ha dado oxígeno. Pero le puede resultar más fácil convencer a Europa que a los pretendidos aliados domésticos

Díaz quería gravar a las eléctricas y Ribera no, para involucrarlas en la transición ecológica


Lo peor que le puede pasar a un presidente de gobierno es perder el contacto con la realidad, dejar de sentir cómo late la calle, aislarse en el palacio de la Moncloa. Cuando eso ocurre, empieza el declinar del líder. No son pocos los convencidos de que Pedro Sánchez ya está aquejado del famoso síndrome de la Moncloa. Incluso en Unidas Podemos interpretan así la falta de reflejos presidencial a la hora de responder al creciente malestar social, aunque en la formación morada las disputas internas a veces les distraigan y alejen más de la calle que una campana de cristal. Si Sánchez no padece ya ese síntoma, algún día le alcanzará, como a todos los presidentes, pero lo cierto es que hace unos días el Gobierno parecía a punto de naufragar en medio de un mar de protestas sociales, hasta que avistó la "isla ibérica".

Cierto que no logró convencer a Alemania de cambiar el modelo energético europeo, una aspiración seguramente poco realista, pero consiguió una excepción para España y Portugal que le permitirá rebajar el precio de la luz y aplacar el descontento social. Aunque la presión española en Bruselas se viene ejerciendo desde hace meses, la jugada podría haber salido rematadamente mal en el último momento, en el Consejo Europeo del viernes. Y ahora Sánchez estaría en una situación muy complicada. Pero las adversidades se han convertido en "nueva normalidad" para este gobierno y, cuando no son las desavenencias internas, son las dificultades para mantener unido el bloque parlamentario de la investidura. Puede darse la paradoja de que convencer en Bruselas sea más fácil que hacerlo en casa.

En el Ejecutivo venían aflorando las diferencias sobre las recetas a aplicar ante unos precios de la energía disparados y entre los aliados parlamentarios cundía el "sálvese quien pueda" en forma de crítica unánime a la lentitud de Sánchez en tomar medidas. Un aviso para navegantes.

Como ocurrió con la pandemia, en el Gobierno se han enfrentado las tesis de Unidas Podemos, con la vicepresidenta Yolanda Díaz a la cabeza, que reclamó desde un principio un impuesto a las eléctricas que gravara los llamados "beneficios caídos del cielo", y la parte socialista. Si entonces el pulso fue con la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, ahora ha sido con otra vicepresienta, Teresa Ribera, titular de Transición Ecológica.

Ribera quiere mantener una buena interlocución con las compañías eléctricas para lograr su implicación plena, incluyendo fuertes inversiones, en el desarrollo de los proyectos de energía renovable que deberán desplegarse gracias a los fondos Next Generation. Para Ribera, más allá de la difícil coyuntura provocada por la guerra, es preciso preservar esa interlocución para conseguir a medio y largo plazo una auténtica transformación del panorama energético español. Y ponerse en contra a las eléctricas no es el camino.

Antes del Consejo de Ministros del martes, los dos socios de gobierno deben consensuar el decreto de medidas: cuál es el tope al precio del gas y las ayudas a sectores afectados o relativas a los alquieres de viviendas y a familias vulnerables. Al mismo tiempo habrá que sumar la subasta con los grupos parlamentarios. La relación con los aliados, especialmente con ERC, volverá a ponerse a prueba después del esperpento vivido con la aprobación de la reforma laboral por los pelos. La urgencia puede provocar sustos. (A no ser que Alberto Núñez Feijóo se estrene con un viraje sorpresa y el PP se abstenga).

ERC está muy molesta con el ritmo de la mesa de diálogo sobre Catalunya. Pese a la que está cayendo, se han elaborado documentos sobre la protección del catalán como materia que podría introducirse en la mesa para hallar un denominador común de negociación y evitar el bloqueo. Pero puede ser insuficiente para ERC.

Así que Sánchez tendrá que seguir aplicando su manual de resistencia. Pero más allá de las trabas políticas, lo más difícil es mantener el olfato del humor social. La izquierda siempre necesita dibujar un horizonte utópico, ilusionante, para seguir en el poder. Y entre tantas vicisitudes, cuando todo parece desmoronarse alrededor, es difícil conservar ese instinto.

- Acuerdos que superan los bloques en Catalunya.

Teniendo en cuenta lo que ha ocurrido en la política catalana en los últimos diez años resulta casi un milagro que el 80% del Parlament se ponga de acuerdo para modificar una materia tan sensible como la ley de Política Lingüística. Pero nunca la dicha es completa, y en Junts se han producido diferencias al respecto que denotan las divisiones en el seno del partido de Carles Puigdemont, aunque por ahora el acuerdo no está en peligro. En éste y otros asuntos, el PSC está llegando a acuerdos con el independentismo, sobre todo con Junts, rompiendo la dinámica de bloques. Así las cosas, ERC no debería recriminar a Junts el acuerdo de la Diputación de Barcelona con el PSC y Junts tampoco a ERC su apoyo a Pedro Sánchez.

- Los roces entre Gabriel Rufián y Yolanda Díaz.

Desde la negociación de la reforma laboral, las relaciones entre ERC y Unidas Podemos se han resentido bastante y la tensión se deja sentir entre Gabriel Rufián y Yolanda Díaz. Esta semana el parlamentario republicano aprovechó la sesión de control al presidente del Gobierno para dirigirse "a la bancada de la izquierda" con un discurso duro en el que reprochaba a socialistas y podemitas por igual que su gran argumento político sea "que viene la ultraderecha". Hasta el punto que Sánchez tuvo que recordarle que se trataba de preguntarle a él por su gestión. A ese discurso de Rufián no es ajena la competencia electoral con Díaz en las próximas generales y también entre los comunes y ERC en las municipales.

(La Vanguardia, 27/03/22)