Luis Montes es delgado. A primera vista parece un hombre cansado, abatido. Pero esa imagen es falsa. Al empezar a hablar se muestra enérgico. Tiene un agudo sentido de la ironía y buen carácter. Quizá eso le haya servido para soportar la persecución mediática de la derecha que quiso convertirle en el «Mengele madrileño». Él, simplemente, es médico y rojo.
- La eutanasia está vinculada al dolor y la muerte. La gente tiende a alejarse de esas realidades. Parece que tiene que tocarte de cerca para que te impliques de alguna forma. ¿Por qué se involucró usted en algo así?
- Claro que la eutanasia se da en un contexto de dolor y sufrimiento. Puede que yo tenga una pérdida de autonomía tal que me de por culo seguir viviendo, o que tenga unos dolores insoportables, o simplemente el sufrimiento moral de no querer ser una carga para mi familia. Ahí es donde aparece la eutanasia. ¿Cómo me acerco yo a esta realidad? En primer lugar, me acerco porque soy médico. Además, soy médico reanimador y llevo toda la vida en una UCI, con enfermos críticos. Yo sé perfectamente cuándo se está realizando un tratamiento fútil o desproporcionado. Obviamente, como soy médico, sé cómo retirar esos tratamientos desproporcionados, que lo único que van a conseguir es prolongar la vida y el sufrimiento. En mi trabajo práctico he hecho esas cosas, las he hecho siempre.
- ¿Puede explicarlo con detalle?
- Mi profesión me ha hecho conocer todo tipo de drogas para inducir sueños, inducir comas... Todo el mundo sabe que te mueres dependiendo del médico que te toque. Algunos, incluso saben que si te toca un médico concreto te mueres mal. Por eso, colegas míos y amigos me envían directamente a sus familiares, porque saben que no les haré sufrir, que emplearé los analgésicos pertinentes para hacerles más llevadero el último trámite, siempre dentro de una buena praxis médica, claro. Como les conozco, pues tienen enchufe. Al final, una muerte digna y sin dolor se ha convertido en un privilegio de los amiguetes. Quien tenga un primo anestesista tiene más posibilidades de evitar el dolor en sus últimos momentos. No me parece justo. Yo sé que, si me veo en una situación agónica, nadie me hará sufrir. Primero, yo me sé hacer el tratamiento y, si no, tengo amigos que me van a ayudar. Tú, periodista, no los conoces. Búscatelos. Son situaciones de privilegio. Esto significa que no somos ciudadanos ante la muerte en equilibrio de igualdad.
- Cada vez que aparece a la luz un caso de eutanasia, el revuelo mediático es muy amplio. Se produce una sobrepersecución moral del médico con tintes más bien políticos. ¿Por qué es un tema tan polémico?
- Casi parece un delito ideológico. Para la ideología dominante hablar de eutanasia es un tema muy serio. Yo creo que mi vida es mía y que dispongo de ella, porque el límite de la libertad personal es el hacer daño a otro. Eso significa ser ciudadano. Si tu vida pertenece a otro, no eres ciudadano, sino un súbdito. Hay organizaciones de control moral y social que hacen campañas para decir que tu vida no es tuya. Por ejemplo, la jerarquía cristiana defiende la sacralidad de la vida. Dicen que la vida es un don recibido y, por tanto, no es de tu propiedad. Con este caldo de cultivo, si aparece un caso de eutanasia, el debate ya está montado.
En cuanto a la persecución, es un tema viejo. Las religiones monoteístas siempre han pretendido homogeneizar a la sociedad bajo su moral totalitaria. Por eso las relaciones Iglesia-Estado funcionan tan bien. Siempre es más fácil controlar a súbditos que a ciudadanos libres. Si además de esto, todos los medios de comunicación están al servicio de «la Brunete mediática», el debate no sólo está servido, sino que las posiciones ya están prefijadas y exaltadas.
- ¿Ha habido avances en los últimos años sobre este tema?
- En parlamentos como el de Navarra o el de Aragón se han hecho leyes que amparan lo que, no nos engañemos, son eutanasias encubiertas. Pero no sirven de nada. No es su competencia, lo que hace falta es una ley marco que anule el Código Penal. Son los ciudadanos los que tienen la obligación de luchar por sus derechos, y ésta es una pelea cotidiana. Tengo 63 años y sé de lo que hablo, porque participé en las primeras luchas en favor de los derechos. La planificación familiar generaba una polémica similar a la de la eutanasia. Pero ahora la maternidad deseada, programada y querida ya es una realidad incontestable. Sin embargo, recientemente, con la modificación de la ley de interrupción del embarazo el debate regresa del pasado, y con la misma desproporción. ¡Y eso a pesar de que en este Estado se han hecho ya más de seis millones de interrupciones voluntarias del embarazo! Creo que hemos de resignarnos a que la aprobación de nuevos derechos genere la sensación de que se viaja en el túnel del tiempo: hablo de la libertad para determinar el propio sexo o las leyes de parejas del mismo sexo.
Con cada derecho, como el de la muerte digna, el debate reaparece. Pero eso no quiere decir que el debate sea real. Aquí hay dos posturas oficiales, la llamada progresista y la derecha decimonónica, que discuten entre sí. Mientras tanto, la sociedad va como cincuenta países más adelantada. El debate político está viciado de interés electoral. Los derechos tienen un aire de partida de ajedrez: este derecho da votos, éste los quita...
Por otra parte, lo que ocurre en Navarra es paradigmático del poder que tienen los que no reconocen los derechos de los ciudadanos. Me refiero al tema de la objeción de conciencia de médicos que se niegan a practicar abortos. Se amparan en la objeción de conciencia, pero todos sabemos que su objetivo es boicotear la ley.
- ¿Ha seguido usted el caso del médico de Baiona Nicolas Bonnemaison?
- Desde fuera. No he hablado con él ni con su familia, por eso puedo hablar desapasionadamente. Sí que te puedo decir que es un caso que `canta' mucho. Para empezar, `canta' mucho que la acusación particular haya salido de profesionales compañeros de Urgencias. Los familiares directos de esas personas fallecidas, los que son leales y defienden a su ser querido, no están en la acusación particular. ¿Por qué no están? ¿Quién es el que más se preocupa por el paciente? ¿La enfermera que le ha visto durante un turno? ¡Anda ya! Esto nos indica dos cosas: el intenso sufrimiento de la persona que atendió el doctor Bonnemaison y la existencia de unas conversaciones y un consentimiento sobre el mejor interés, que no era otro que evitar ese sufrimiento. También llama la atención el procedimiento, el tipo de sedante utilizado. Si llega a ser una combinación de morfina que hubiera provocado la muerte dejándolo inconsciente durante seis horas, hablaríamos de sedación terminal y no hubiera pasado nada. Al usarse barbital y un relajante muscular, se desata la campaña de persecución. ¿Pero hasta dónde vamos a llegar?
En conclusión, para mí está claro que: se trataba de enfermos terminales, había un fracaso del tratamiento activo y había un consentimiento tácito. Es decir, se dan todas las circunstancias para que dé la muerte por unas motivaciones completamente altruistas. Para mí, cuando se da la muerte por justicia y para evitar el dolor, se produce un acto de amor, es un acto de cariño ante el sufriente. Plantearse que ahí se ha producido un delito es de locos. Confío en que no se va a abrir una causa.
- Veo que usted utiliza siempre la expresión «dar la muerte».
- La eutanasia tiene una definición matemática: «`A' da la muerte a `B'». O, también: «`A' proporciona los medios para que `B' se dé la muerte». Fíjate que utilizo dar «la» muerte. No digo «dar muerte» o «matar», porque la muerte ya está presente cuando se valora practicar una eutanasia. En definitiva, se da la muerte por solidaridad. La gente tiene que entender que hay que normalizar este debate. ¿Quién duda ahora de que la paternidad responsable es un debate? ¡Pero si hasta en Iruñea, que es una ciudad del Opus, se practica con normalidad! Incluso los del Opus tienen seis hijos porque lo desean así. Yo, como no soy del Opus, no tengo seis hijos. Programar la paternidad es un derecho universal y la eutanasia, también.
Aritz Intxusta, Gara