Pasarse las horas escoltado por dos guías que actúan como comisarios políticos, visitando durante el día monumentos delirantes y encerrado por las noches en un hotel situado en una isla rodeada de soldados, quizá no parezca la mejor manera de pasar las vacaciones. Si además te prohíben expresar libremente tu opinión, te confiscan el pasaporte y el teléfono móvil nada más llegar y el trayecto en tren o avión está entre los más caros del planeta, resulta increíble que alguien esté dispuesto a ir. Y sin embargo a Corea del Norte viajan cada año unos 4.500 turistas, de las cuales más de la mitad son chinos.
Aunque el llamado «país ermitaño» tiene fama de inaccesible, lo cierto es que resulta bastante sencillo de visitar. El único requisito para «colarse» es pagar. «Se puede entrar desde China o desde Rusia. Saliendo y regresando a Pekín, por ejemplo, lo más barato son unos 1.200 euros por cuatro días y tres noches. A eso hay que añadir el billete desde España. Normalmente nadie viene a ver sólo Corea del Norte, sino que lo enmarcan dentro de un tour más amplio», explica Guillem Abellan, agente de una touroperadora catalana establecida en la capital china (Vesquevinc) que el año pasado metió a 30 españoles. Una vez en destino, es un guía norcoreano (a su vez controlado por un supervisor) quien se encarga de todo. Su férreo marcaje impide ver o hacer cualquier cosa que no esté dentro del «menú», desde hablar con los locales hasta tomar fotografías «incorrectas».
Cristina Martí, una empresaria española afincada en China, hizo el viaje hace un par de años con un grupo de amigas. «Me interesaba por ver con mis propios ojos un modo de vida que no va a durar mucho, o eso espero. La idea te la llevas. Están casi todos escuálidos, no hay ni un anuncio, ni tiendas o restaurantes. Hay avenidas sin apenas coches. No sonríen, visten de una manera muy gris y caminan de manera autómata. Parece que estés en una película en la que hayan abducido a toda la población», asegura. Uno de los primeros occidentales en entrar como turista fue el entonces estudiante de Políticas australiano Ari Sharp. «Creo que es la mejor lección que se puede recibir de primera mano para entender el poder destructivo del totalitarismo», explica.
Entre las cosas que más sorprenden a sus visitantes se cuenta el «decorado» que tiene montado la propaganda para convencer a los extranjeros de que las cosas no están tan mal. «No ves miseria, sino más bien un país austero. Pero es todo una farsa. Te llevan por la única autopista que hay, que está vacía. Vas a ver hospitales muy limpios en los que los médicos hablan inglés pero no hay pacientes. Si preguntas, te dicen que es porque la gente de Corea del Norte está tan sana que nunca se pone mala», explica un guía europeo que prefiere el anonimato para poder seguir entrando. «En el metro», continúa, «sólo te llevan a dos estaciones impolutas y hay figurantes que se te acercan y te cuentan siempre lo mismo. Si intentas hablar con cualquier otra persona, te frenan de inmediato». Para visitar este país único en el mundo hay que pagar un último tributo obligatorio: reverenciar y hacer una ofrenda floral a la estatua gigante de uno de los dictadores más crueles, el «Amado Líder» Kim il Sung.
- Experiencia insólita.
Muchas de las cosas que se pueden ver en Corea del Norte son únicas. Sucede con los llamados «Mass Games», un ejercicio de sincronización humana impresionante que se hace cada otoño y en el que participan 100.000 personas. El estadio donde se realizan tiene más aforo que cualquier estadio de fútbol español.
Ángel Villarino, La Razón