De barullo judicial a estruendo nacional, en los últimos meses se ha ido sabiendo, bajo secreto del sumario, que Dorribo asegura haber pagado sobornos a diestro y siniestro; en el caso de Blanco, 200.000 euros en billetes de 500 a través del primo político de este, el electricista Manuel Bran, que habrían sido abonados en una gasolinera del área de servicio de la autopista, en el municipio lucense de Guitiriz. El pago, supuestamente, propició un inmediato encuentro entre el socialista gallego y el dueño de Laboratorios Asociados Nupel. En el coche oficial del entonces ministro, Dorribo le habría pedido a Blanco que intermediase para lograr subvenciones del Ministerio de Economía y una licencia del de Sanidad que le permitiría hacerse con el monopolio del envasado unidosis de fármacos. Ni las ayudas ni el permiso llegaron nunca.
El próximo día 26, a las diez y media de la mañana, Blanco prestará declaración ante el juez José Ramón Soriano, del Tribunal Supremo, que se ha hecho cargo de la instrucción de la Operación Campeón en la parte que salpica al que, como diputado, sigue siendo aforado. Fue el propio exministro quien, según el PSOE, pidió a este magistrado "declarar de manera voluntaria" sin aguardar a que la Sala Penal solicitase el suplicatorio al Congreso. El socialista niega haber "recibido dinero a cambio de favores políticos", pero reconoce el encuentro que tuvo lugar en la estación de servicio, primo mediante, antes de dirigirse todos juntos a comer un cocido en una localidad cercana con otros empresarios asociados a sus negocios, alguno de ellos también imputado.
Con el sumario cerrado a cal y canto, lo único que se ha conocido hasta ahora han sido las filtraciones sobre lo que cuenta Dorribo. Y persisten muchas dudas. ¿Tiene el empresario algún soporte para probar sus acusaciones? ¿Por qué decidió tirar de la manta en agosto pasado, tres meses después de su detención? Por ahora, sus declaraciones le permitieron salir de la cárcel en libertad condicional y desviar la atención sobre sus responsabilidades. Porque el empresario que medró aprovechando los mercados que desdeñaban las grandes farmacéuticas había pasado de ser visto como un emprendedor ejemplar a conocerse como cabecilla de una supuesta trama que captaba subvenciones de forma ilegal y sobornaba a políticos de todo color. Y en su fragorosa caída, ha arrastrado con él a unos cuantos.
La aventura acelerada y suntuosa del dueño de la farmacéutica, que acabó en la cárcel de Lugo, comenzó hace un cuarto de siglo en un modesto local de la calle lucense de Lamas de Prado. Allí, un Jorge Dorribo de 26 años y dos amigos probaron a fabricar, de forma casera, fundiendo la mezcla en un hornillo, una grasa protectora del cuero que resultó ser mano de santo. Aquella fórmula inventada por una hermana del empresario imputado, que envasaban con paciencia en cartuchos de carrete fotográfico desechados por los laboratorios de la ciudad, se llamaba Nupel porque "nutría la piel" maravillosamente, como solía recordar cuando ya era un respetado lucense. Las artes de Dorribo para convencer, su don para ganarse el abrigo del poder, su imaginación, su instinto para aprovechar el negocio que otros desdeñaban y su afán por hacer dinero para poder gastarlo con desprendimiento le hicieron prosperar muy rápido. La crema funcionó gracias a su empeño diario. Recorrió los circuitos de velocidad de toda España vendiéndosela a los moteros, después alcanzó un acuerdo con Inditex para que todas las prendas de cuero de Zara llevasen una muestra incorporada y al final consiguió que El Corte Inglés comercializase también los botes.
En 1993, Dorribo y uno de sus dos socios, Arsenio Méndez, decidieron dar el salto a la industria cosmética. Comenzaron como distribuidores, encargaron a una empresa asturiana una línea de color (pintalabios, sombras, coloretes) y 200.000 toallitas desmaquillantes justo después de que otra marca lanzase al mercado las primeras. Se hicieron un hueco en varios países de Sudamérica donde se consumen muchos artículos de belleza y, cuatro años después, se atrevieron con los medicamentos. Ellos no fabricaban, se limitaban a comprarlos a un laboratorio de Barcelona y después a envasar y etiquetar en la nave que adquirieron en Lugo.
Dorribo se hacía con los derechos sobre medicinas que habían tenido mucha demanda y que las multinacionales sustituían por fórmulas más avanzadas. Las grandes empresas tenían los ojos siempre puestos en los países ricos, y el emprendedor de Lugo prefería mirar a los menos desarrollados. Recoger y juntar las migas que dejaban los poderosos. En Europa servía genéricos a hospitales y geriátricos, partidas que no resultaban rentables a los laboratorios importantes; en África o Sudamérica vendía con éxito esos medicamentos superados, como por ejemplo un dilatador para parturientas, de éxito hace 40 años en Europa. Pero con el tiempo, y muchos viajes a sus espaldas (no delegaba en nadie el trabajo de campo y negociaba personalmente cada contrato), el empresario observador comprendió dónde estaba el verdadero filón sin explotar. Más o menos lo solía explicar con estas palabras. La gente sin recursos de muchos países no puede comprar de golpe una caja de pastillas, que es lo que le vende la industria farmacéutica convencional. Solo puede aspirar a pagar, día tras día, la dosis cotidiana: las cápsulas o el jarabe precisos para una jornada, aunque vendidas de forma individual cuesten proporcionalmente más. Eran las unidosis que Nupel proyectaba, permisos administrativos y subvenciones mediante, producir en una planta de Rábade (Lugo) mientras otra parte del negocio iba escapándose cada vez con más descaro a Andorra.
Todavía no está claro hasta qué punto aquellos proyectos que anunciaba tenían base sólida o un alto porcentaje de humo. Pocos años antes, en 2007, Dorribo proclamaba otro de sus sueños, o al menos así se lo vendía a todo político o periodista que se cruzase en su camino (y prometía llevárselos a la inauguración a gastos pagados), pero al final todo quedó en casi nada. Había adquirido en Emiratos Árabes 30.000 metros cuadrados de terreno para construir, por 35 millones de euros, una gran planta de fabricación y distribución que surtiría de medicamentos Nupel a todo Oriente Próximo. Todavía se recuerda en Lugo la llegada desde Abu Dabi, para firmar el convenio de colaboración en el salón de plenos de la Diputación, del jeque Mohammed al Qubaisi, director general de Economía, y el director de negocios, Saleh al Mansouri. Les brindó la sala noble el presidente de la institución, Francisco Cacharro, poderoso barón del PP en la provincia, amigo y defensor de Dorribo aun en la adversidad.
La de este histórico del PP -del que ahora también se sabe que era socio en Nupel- fue la primera amistad política de peso que cultivó con esmero el empresario farmacéutico, aunque se quejaba en las entrevistas de haber tenido que forjarse el éxito sin ayudas de la Xunta. Los políticos gallegos, llegó a decir a EL PAÍS, le daban la espalda mientras le ponían la alfombra roja en otros países (como los Emiratos, Brasil o Bielorrusia) para que emprendiese negocios allí. Pero fue Cacharro quien le abrió las puertas del Gobierno de Fraga, que le ayudó a dar el salto al Atlántico y penetrar incluso en Cuba, donde vendía medicinas y compraba antigüedades para otro negocio que había montado. Claro que el PP de Fraga no iba a ser eterno, y Dorribo también rondó y agasajó a políticos socialistas y nacionalistas después de que estos alcanzasen el Gobierno gallego. Al socialista José Blanco lo cortejó organizándole, con otros empresarios, un homenaje en Lugo al que asistió además el exministro Francisco Caamaño. Y en el BNG cuidó la relación personal con otro lucense bien posicionado, el exconsejero de Industria de la Xunta Fernando Blanco, con quien se dejaba ver por la ciudad. Cuando el PP retornó al poder autonómico y el nacionalista Fernando Blanco se tuvo que conformar con ser diputado del Parlamento gallego, Dorribo contrató como gerente de sus negocios en Andorra al que había sido jefe de gabinete del exconsejero, Xoán Manuel Bazarra, antiguo candidato del BNG a la alcaldía de Muros (A Coruña).
El caso Campeón, que saltó a los medios de comunicación después de que la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Lugo, Estela San José, ordenase en mayo de 2011 el arresto de varios directivos del instituto de crédito de la Xunta, llevó meses después al empresario a arrastrar tras de sí al exministro de Fomento, a Fernando Blanco y a otro diputado del Parlamento gallego, el popular Pablo Cobián, que fueron imputados y se vieron obligados a dejar sus escaños. Cobián le había gestionado -a cambio de sobornos, sostiene Dorribo- una entrevista con el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. Dos meses después, su Gobierno le dio un crédito de 2,9 millones de euros, que no llegó a hacerse efectivo.
En sus buenos tiempos, los del ascenso meteórico, Nupel llegó a vender y registrar medicamentos en 27 países. Los beneficios crecientes de la empresa, que tenía medio centenar de empleados y despachó fármacos por 48 millones de euros en 2009, se tradujeron en gruesas facturas de restaurantes, generosos regalos y homenajes, motos y coches que despertaban comentarios en la calle (Porsche, Aston Martin, Maserati, Ferrari, Mercedes) y otras propiedades de lujo. Por supuesto, también varias embarcaciones, entre ellas un yate que brindaba (tripulación incluida) a gente de la que en absoluto era íntimo. Pero él se mostraba así, desprendido y servicial.
Y tanta amistad política y tanta ostentación enseguida escamaron en Lugo. Empezaron a surgir rumores a los que él no era ajeno, mientras ejercía de ciudadano de pro y patrocinaba eventos y toda suerte de disciplinas deportivas. Un año antes de estallar el escándalo, la niña de sus ojos era la escuela de pilotos y la escudería de rallies, bajo la dirección de Luis Moya, el antiguo compañero del campeón mundial Carlos Sainz. Fue más o menos entonces cuando se torció todo. Los gastos, a la carrera, dejaron atrás los ingresos. Se acumularon los impagos. Y poco antes de que en primavera entrasen los agentes de aduanas en la sede de la empresa, Dorribo se sacudió el equipo de los hombros porque era un lastre del que ya no podía tirar.
Entre los afectados por la caída de Nupel, que ahora se han puesto en manos de abogados para reclamar su parte, hay un buen número de farmacéuticos que habían firmado distintos tipos de contrato. La mayoría se encontraban con el agua al cuello, incapaces de pagar el traspaso con el que habían conseguido la farmacia, y el lucense se presentó como un ángel caído del cielo para asumir sus deudas. A cambio de esto, un sueldo mensual y un pequeño porcentaje a final de año, según relató uno de estos boticarios a EL PAÍS, ellos tenían que pedir a los proveedores (con los descuentos de los que se beneficia el sector) cantidades de fármacos imposibles de despachar y Nupel se encargaría de recoger los sobrantes periódicamente. Además, se llevaría buena parte de los beneficios. La Xunta sigue el rastro de estas farmacias por toda España e investiga qué pasaba con esos medicamentos, si se destinaban al proyecto de las unidosis, para ser reenvasados individualmente y enviados para su comercialización a países pobres.
Nupel y sus sociedades filiales son solo la parte más importante del entramado empresarial que fue tejiendo Dorribo desde que hizo un capital con las medicinas. En el Registro Mercantil figuran hasta 43 firmas, en activo o disueltas, en las que ocupaba algún cargo. Desde una empresa para la gestión de aparcamientos hasta una de radiodifusión; desde una promotora inmobiliaria y plantas de fabricación de carpintería metálica y parqués hasta un concesionario de coches, una marca de agua mineral o un astillero de yates. Todavía hay quien piensa, incluido (según reconoció tras la detención) su primer valedor político, Francisco Cacharro, que Dorribo tiene futuro. El de José Blanco dependerá de si logra convencer al Supremo de que detrás de todo esto no hay más que otra de las fantasías de quien durante muchos años pasó por modélico emprendedor.
Silvia R. Pontevedra, Domingo, El País