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José Manuel Caballero Bonald: "Escribir poesía a mi edad es deshonesto"

El último superviviente de la generación de los 50 publica 'Entreguerras' (Seix Barral).

"Buscaba ese secreto que ha quedado medio velado por la realidad".

Con un acento jerezano que va y viene como una brisa de antaño que sacudiese las cortinas de las ventanas de la memoria, a José Manuel Caballero Bonald (Jeréz de la Frontera, 1926) no lo ha atrapado la demora de la edad. Habla con precisión, escogiendo las palabras, pero muy rápido, como un joven poeta apresurado por la urgencia creativa. El último superviviente de la generación de los 50 publica Entreguerras (SeixBarral), una suerte de remembranza poética, un poema río con el que trata de indagar, tras el relato de sus memorias, Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001), en verdades intangibles, explica el poeta, misterios desordenados en los que sólo la poesía, permite bucear.

- Después de haber escrito dos libros de memorias convencionales, ¿cómo le surgió la inquietud de había quedado una verdad no contada?

- Aparte de que el mecanismo es naturalmente muy distinto, no tiene nada que ver contar en prosa más o menos lo que ocurre a contar en verso más o menos lo que no ocurre, ese secreto que ha quedado medio velado por la realidad: lo que está detrás de la realidad, donde creo yo que siempre hay un enigma, al que he querido llegar sondeando en mi experiencia. Es una acumulación de memorias un poco desordenadas, tal y como funciona el recuerdo. El flujo y reflujo de la memoria produce esa necesidad de escribir un poema fluvial.

- Un poema río.

- Sí, con sus afluentes, sus meandros, sus recovecos. Y andar indagando a través de la palabra en cosas que he vivido, en libros que he escrito, amigos que he tenido, viajes que he hecho...

- ¿Contempló la posibilidad de escribir esa adenda a sus memorias en otra fórmula que no fuera la poética, mediante el ensayo quizás, o pensó que es el deber de un poeta desentrañar el enigma, como usted dice, a través de los versos?

- Sí, yo creo que el poema es el que está capacitado para romper un sello, abrir una puerta y permitir que te asomes a un mundo desconocido, a algo que ha quedado por ahí traspapelado y que adquiere una nueva verdad a través del propio poema. Eso no tiene que ver con las memorias, no es una continuación.

- Sin embargo no hay un tono amargo. Aunque tenga algo de testamento poético, la pérdida no preside estos versos.

- Porque en el fondo creo que hay una celebración de la vida. Yo veo que el futuro ya se acorta, que ya no tengo futuro, pero que sin embargo sigo viviendo. Y esa vivencia de cada día para mí es un regalo o una experiencia meritoria. Sigo viviendo y por tanto sigo pudiendo escribir, sigo pudiendo contarlo, a mi manera. Se ha dicho que es como una autobiografía poética. Yo no lo creo. Son una acumulación de memorias encadenadas a través del propio desorden de la memoria.

- Después de tantos años de pugna con la lengua, entendiendo que el lenguaje poético tiene algo de duelo entre el autor y la palabra, ¿cree que ha salido victorioso de la brega?

- Yo estoy contento con este libro. Pienso que en el aspecto lingüístico he triunfado, después de mucho bregar, como usted dice, con las palabras para mí la poesía es un acto de lenguaje, es un hecho lingüístico, para mí son las palabras las que unidas de una forma especial producen que el lector vea una belleza expresiva y descubra un mundo que no conoce. La fórmula no la había usado nunca, ese versículo largo sin puntos ni comas. Para mí eso fue un riesgo previo que intenté superar. El versículo sí lo he usado antes, pero no la ausencia de puntos gramaticales. Me pareció que era aprovechar una enseñanza de la vanguardia que me molestaba un poco porque era volver atrás. Después de varias tentativas, porque este libro ha tenido cuatro borradores, entendí que no había más remedio que hacerlo así, que era una exigencia del propio desarrollo temático, desordenado como digo, porque la poesía no tiene argumentos.

- Entiendo que vinculado también a la condición fluvial del poema.

- Claro, tenía que ser una cosa torrencial, acumulativa, que de pronto te sacudiera el borbotón de la propia memoria. Todo el que recuerda se equivoca, suelo decir yo, pero esas equivocaciones también son poéticas, porque la poesía no tiene nada que ver con la verdad, sino con el lenguaje.

- Usted pertenece a una generación de poetas que, más que obra de un antólogo que reúne a varias voces y dice “esto es una generación literaria”, ustedes eran más bien un grupo de amigos.

- Así es.

- En una conferencia con Ángel González y Goytisolo, decían que más que haber vivido juntos habían bebido juntos.

- Como decía Ángel, hemos dado a la literatura española una nueva forma de vivir y de beber.

- Fueron ustedes terriblemente aplicados en llevar una vida de escritor, o lo que se entendía que debía ser la vida de un poeta.

- En nuestro grupo, así como las afinidades literarias eran bastante relativas, sí había coincidencias de orden humano, de orden moral, la actitud política, el enfrentamiento a la dictadura, leíamos los mismos libros, teníamos las mismas aficiones nocturnas... y luego, como usted dice, el consumo de bebidas alcohólicas en cantidades estimables. Todo eso, las noches en ese Madrid o esa Barcelona, un poco nebulosas, que tenían esa tonalidad de desdicha, las heridas de la guerra, la permanencia de esa sensación de posguerra, de frío, de miedo de hambre, que todavía estaba muy presente cuando yo vine a Madrid... Entonces nosotros usábamos la noche y la bebida como algo para oponernos al biempensante, a lo establecido, a las normas del nacional catolicismo, de la censura, de la represión. Y esa actitud nuestra de bebedores nocturnos era eso, era una manifestación de rebeldía. Y porque, por otra parte, como decía Carmen Riera, éramos partidarios de la felicidad, queríamos pasarlo bien.

- Eso no tiene mucho prestigio intelectual, ser partidario de la felicidad.

- Ninguno. Pero nosotros nunca tuvimos esa debilidad por el uso literario del sufrimiento, nosotros queríamos pasarlo bien porque lo que ocurría alrededor no era precisamente un mundo feliz. Intentábamos divertirnos. Nuestros viajes, a parte de las obligaciones literarias, de conferencias y demás, eran viajes de personas jóvenes que querían ser felices.

- Una pregunta casi morbosa: la relación del alcohol con la literatura es prolija y está bien documentada, con casos terribles, sobre todo en el cambio de siglo anterior, por aquello del uso de absenta...

- Y entre nosotros también hubo casos extremos, como el de Claudio Rodríguez o Carlos Barral.

- ¿Y les ayudaba a escribir o sólo a vivir? Dicho de otro modo, ¿escribían bebidos?

- No, no. Yo eso lo separaba absolutamente. Si he escrito algo bajo los efectos del alcohol, lo he roto inmediatamente o al día siguiente, porque no merecía la pena. Yo si tomaba copas estaba imposibilitado para escribir, el alcohol no me ayudaba sino todo lo contrario. Puede haber un incentivo de entusiasmo, como cuando te suelta la lengua y vences la timidez y empiezas a tener incluso un ingenio no acostumbrado, pero no, para escribir el alcohol es una pésima compañía.

- Hablaba antes de la apuesta formal, del uso del versículo de un modo que nunca antes había empleado. ¿No le daba pereza a su edad ponerse a ensayar formas nuevas de escribir?

- Ahí hay un aspecto para mí inexplicable. Porque yo, los últimos años, como usted recordaba antes, he escrito más que nunca en mi vida; poesía, quiero decir. Yo antes tardaba entre un libro y otro diez, doce años. Y sin embargo en los últimos años ha habido una acumulación, como una prisa. No sé a qué atribuirla, no sé si a la edad o a esa sensación de acabamiento que de pronto aparece en mi vida cotidiana, pero es verdad que esa energía que no sé de donde vino me proporcionó el estado de ánimo necesario, el apasionamiento para escribir poesía, cosa que a mi edad resulta un poco insólito .Yo creo que a mi edad no se debe escribir poesía, es una cosa deshonesta.

- Alguien decía que la poesía no se puede seguir escribiendo cuando se supera la juventud.

- Sí, sí, es un género juvenil. Vamos, suponiendo que haya géneros en literatura, que yo no creo que haya ni que deba haber, los géneros son una trampa para neófitos.

- La semana pasada pedían por Twitter “un Cervantes para Caballero Bonald”. ¿A su edad uno empieza a pensar que deberían habérselo dado?

- No, yo no pienso en eso, la verdad. Pienso que el Cervantes de algún modo es un escalafón, es un premio a la constancia, pero ya a mis años, que he cumplido ya los 85, pienso que me debe de tocar. Pero por edad, vaya, porque no hay otro más viejo que yo.

- Dice con frecuencia que es un superviviente. ¿Así se siente?

- Porque todos los compañeros y amigos de mi edad han muerto. Me quedé sin amigos. Todos los que yo veía a diario, con los que andaba por ahí, han muerto. Todos. Entonces siento ese vacío, esa carencia de una amistad perdida que ya es irrecuperable. A mí me ha tocado ser un superviviente, en ese sentido.

- ¿El recuerdo es generoso con los que no están?

- Sí, generalmente sí. Yo estaba muy unido a algunos poetas, Ángel González, Carlos Barral, Valente... más que con otros del grupo, que no era tan amigo. Y los echo de menos, claro, como también novelistas de la misma edad, desde Juan García Hortelano a Juan Benet.

- Habla de novelistas... usted ha escrito muy pocas novelas. Sólo cinco. ¿Su relación con la novela fue ingrata, literariamente hablando?

- Depende de la novela. Yo tengo dos novelas de las que estoy contento, Ágata ojo de gato (1974) y Campo de Agramante (1992). Son novelas en las que me siento muy bien expresado porque había mucha poesía, en el sentido correcto del término, esa poesía subterránea que está bajo la prosa y le da aliento, calidez y valor. Y estas dos novelas me siguen pareciendo muy bien. Las otras eran novelas más artificiosas. La primera, además, era una novela realista y yo soy una mezcla de romántico y surrealista, no en cantidades homogéneas, hay muchos puntos en común. Y claro, de todo el realismo que yo usé en esa novela y en algún poema de cierta época pues me siento muy distante.

- El romanticismo a menudo conduce a la melancolía, pero no es usted un escritor melancólico.

- No. Pero en el romanticismo también posee una faceta de malévolo. De perverso. En el sentido de ahondar en lo nocturno, en lo funerario, y yo la nocturnidad romántica la siento muy cerca y siento que he vivido por ahí.

- ¿Y el surrealismo?

- Porque posee esa vocación de ahondar en la realidad, eso para mí es fundamental en literatura. El hecho de conseguir, como me gusta repetir, que la palabra en poesía signifique más de lo que significa en los diccionarios, esto es el surrealismo.

- Hablábamos de vocación de última voluntad en este libro. ¿No volverá a escribir poesía?

- Bueno, no sé. Yo hace tiempo renuncié a escribir otra novela y a continuar mis memorias después del segundo tomo, con la muerte de Franco. Renuncié a eso definitivamente, pero tampoco tengo la voluntad de evitar la poesía. Se si me cruza un poema por la cabeza, el inicio de poema, no voy a resistir la tentación. Caeré. Pero un proyecto de libro a largo plazo, no, porque ya no tengo ni tiempo ni ganas. Ahora, como la poesía la hago de memoria, de pronto unas palabras que se juntan que tienen un componente seductor se me quedan en la cabeza y lo voy escribiendo de memoria hasta que pienso que se me va a olvidar y lo traspaso al papel. Si se me ocurre algo así, haré un poema.

- ¿Diría que la realidad de estos tiempos es prosaica o invita a la poesía?

- No, a mí la realidad no me produce ningún tipo de entusiasmo o inspiración, por usar un término muy manoseado. La realidad para mí es a veces alarmante y sobre todo en estos tiempos tan llenos de zozobras e incertidumbres. Este mundo, estas crisis terribles, estas mafias financieras, este gobierno del mundo por un poder invisible... todo eso me produce zozobra y no me ayuda en nada a escribir.

- ¿Sigue siendo lector apasionado?

- Sí, sí, ahora mis horas se reparten entre la lectura y la vida contemplativa.

- ¿Relee o lee?

- Ambas cosas. Decía Onetti que a él le gustaría padecer de amnesia para volver a leer como si fuera la primera vez. No tengo amnesia del todo, pero me gusta releer libros que tengo medio olvidados que los vuelvo a leer y me vuelven a convencer y a producirme un entusiasmo especial como escritor y como lector.

- ¿Hay menos lectores de poesía?

- La poesía siempre ha sido minoritaria y debe seguir siéndolo. Bueno, hay muchas clases de poesía, hay una poesía popular, realista, narrativa...., que puede tener cierta amplitud de miras en cuanto a lectores. Pero la poesía reflexiva que yo defiendo, la poesía mezclada con la filosofía, es minoritaria como lo es el arte abstracto o la música dodecafónica, y debe seguir siéndolo porque es una poesía para leer descansadamente con paciencia y con espíritu abierto para que entre todo lo que no se entiende pero que se intuye.

- ¿Y este tipo de poesía se beneficia de la oralidad, de la lectura en voz alta?

- Cuando escribí este libro lo leía en voz alta, releía lo que había escrito y me oía yo mismo a ver si me sonaba bien, si había resonancia, tonalidad, ritmo seductor. Efectivamente la poesía aunque sea difícil, oscura, no diré hermética porque es quizá demasiado, se beneficia de la lectura en voz alta. La poesía le va bien su oscuridad, no puede ser clara porque no lo es el mundo que intenta desentrañar. Más que que me lean, me gusta leer yo el libro a alguien, cosa que no hago porque no soy tan impertinente.

- ¿Le cuesta desentrañar sus libros, hablar sobre su poesía?

- Sí, me cuesta porque siempre pienso que no he dicho lo que quería, que no me he explicado bien. Pero también me ocurre que cuando el editor me manda las pruebas y tengo que corregirlo, la tortura de ese proceso es para mí inolvidable. Lo paso muy mal, pienso que no lo voy a devolver corregido sino que lo voy a dejar dormir otro tiempo a ver si puedo corregirlo mejor y me ocurre cuando trato de explicar la poesía, todo lo que yo sé está ahí.

- Un libro no se termina, se abandona. Dicen.

- Sí, la corrección de un poema es interminable, siempre hay un adjetivo perfectible, siempre hay la posibilidad de mejorarlo. Estarías toda la vida escribiendo el mismo poema hasta llegar a una perfección imposible.

Pedro Vallín, La Vanguardia