No sé calibrar qué me causa mayor perplejidad, si la premura con la que el Gobierno se ha desdicho de todo lo que prometió sobre los impuestos y la pérdida de poder adquisitivo de las pensiones o las críticas de quienes hasta ayer lo saludaron como el iniciador de una nueva era.
No me creo que las medidas tomadas y las que se anuncian obedezcan a lo que la dijo la vicepresidenta: la existencia de un déficit que superaba sus predicciones. No puede aceptarse que cuando, tiempo ha, muchas informaciones, entre ellas las de este diario, daban cifras en torno a los 40.000 millones, el señor Rajoy hablase de 16.500 millones. Si un partido político con las expectativas electorales que tenía el PP y con los intereses imbricados en el entramado socioeconómico del poder no tenía estos datos, es que no merecía ser alternancia.
Es poco digerible para una opinión pública, ante la cual el Gobierno anterior ha sido presentado como el responsable único del desastre que padecemos, encontrarse ahora con una reedición corregida y aumentada de lo mismo. Una edición en la que, desde los talleres donde se imprime, se asegura que el llamado Estado de Bienestar es insostenible.
A Grecia se le siguen imponiendo condiciones ominosas para los trabajadores; en Italia ya no saben que hacer; la Eurozona es un zombie que se mantiene por inercia; la banca atesora y paga intereses negativos por el mantenimiento en el BCE de cientos de miles de millones que no saben, no quieren o no pueden (por la caída del consumo) prestar y/o invertir; Gran Bretaña pena sola en su espléndido y autista aislamiento; Portugal muere cada día un poco más; Francia y Alemania sopesan los aires fríos que ya se les avecinan.
Mientras, aquí en España, cuna de Ejecutivos con complejo de alumno aplicado, lambiscón y un tanto friqui, el de turno se aplica a seguir interpretando, pero con más vehemencia, la misma partitura que el anterior pero con los mismos aires de un tendero de ultramarinos. La que culminará en el desastre económico, social y político. Además, sin paliativos.
El Economista