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A poco más de 6.570 días del levantamiento armado del EZLN

Es muy probable que en los últimos días de diciembre de 1993, hace poco más de 18 años, los jefes militares del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) estuvieran revisando el contenido de la Declaración de Guerra y la redacción de las Leyes Zapatistas. Deberían ser breves, concisas y claras para el pueblo mexicano. No debía faltar ni sobrar nada. Después los documentos se mandarían a la imprenta y serían el contenido del ejemplar número uno de El Despertador Mexicano. La Declaración de la Selva Lacandona: “Hoy decimos ¡Basta!” también fue impresa en hoja de papel tamaño doble carta.

Los jefes zapatistas estarían dando los últimos toques a los planes militares para el despliegue y asalto de seis poblaciones y una ciudad (Ocosingo, Altamirano, Las Margaritas, Chanal, Oxchuc, Huixtán y San Cristóbal de las Casas), mientras los mandos medios cuidaban que las tropas rebeldes, sus armas, el parque y demás equipo de campaña estuvieran en las mejores condiciones posibles, y las raciones para los días de guerra lo mejor distribuidas, y verificaban la capacidad de las unidades para el traslado de la tropa a los frentes de guerra. Por su parte, las milicias aceitaban sus poderosas y temibles escuadras, revólver o rifles calibre 22 (de uno, dos o 16 tiros). Otros improvisaban armas manufacturando lanzas con el metal de sus machetes, y otros, sus infalibles rifles de madera.

Las fuerzas zapatistas estaban formadas por los ejércitos de las y los insurgentes, sus fuerzas especiales, el de las milicias y miles de valientes bases de apoyo (hombres, mujeres de mayor edad, jóvenes y niñas y niños). A lo largo de diez años se habían adquirido en el mercado gringo armas y fornituras utilizadas en la Segunda Guerra Mundial, Corea o Vietnam: algunos fusiles SKS, Steen, Thompson, Tommygun, M1, M2, M16, MP40, Schmeisser (muchos de ellos reconstruidos por hábiles armeros zapatistas), AR15, escopetas 12 y 16 y ¡¡¡¡chingos de 22!!!! Contaban con una impresionante red de aparatos de radio comunicación, casas de seguridad y posiciones de montaña. El ajuar rebelde y equipo básico de campaña de las y los insurgentes era el uniforme: pantalón negro, camisola café, gorra, paliacate o pasamontañas y botas (de cuero o de hule). Las jóvenes insurgentes, con bordados de flores en su pantalón y sus aretes, le daban el “toque femenino” al uniforme rebelde. La fornitura, por lo general elaborada por ellas y ellos mismos (cartucheras, porta cantimplora), de color gris o verde. En algún lugar guardaban el “techo”, una pieza de plástico sumamente flexible y maleable, reforzado en sus orillas con hilo trenzado de algodón que sobresalía en cada esquina y que servía para fijar el “techo” cuando acampaban. No faltaba el machete, un foco (lámpara de mano), cepillo de dientes, algunos contaban con reloj de pulso, y por supuesto, el arma. ¡Ah!, para acicalarse portaban un espejito circular con una montura de lámina, pero lo más importante, llevaban una enorme cantidad de decisión y valentía. Todo, basado en sus “propias fuerzas”, en sus propios recursos. Seguramente Elisa llevaba en su corazón la satisfacción del “deber cumplido”.

Habían pasado ocho mil 775 días de la fundación de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), siete mil 235 días del ataque a la Casa Grande de Nepantla y al Chillar –primer campamento guerrillero de las FLN en Chiapas– y tres mil 650 días de la fundación del segundo Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata en el campamento La Garrapata en la Selva Lacandona.

(Tres fechas conmemorativas del EZLN. De ellas, es importante destacar la del 14 de febrero, Día de los Mártires de Nepantla. Mantener viva la memoria y honrar a los combatientes caídos se convirtió en la base para la forja de los insurgentes y argamasa del proceso zapatista. En esa fecha se reiteraba el compromiso de lucha de los insurgentes: no podían traicionar a sus compañeras y compañeros que habían entregado su vida en la lucha por la liberación nacional. Cada 8 de octubre, recordando al Che, celebraban el Día del Combatiente Internacionalista.)

Diez meses antes, el 23 de enero de 1994, las FLN habían resuelto iniciar la guerra y al Subcomandante Insurgente Marcos se le confió la tarea de preparar el levantamiento. Esta fecha también debe ser memorable para el EZLN y se preparaban para sumar el 1 de enero a su calendario de fechas conmemorativas. Seguramente “el mero día” quedó bajo el resguardo de un pequeño núcleo.

En marzo y mayo de 1993 dos acontecimientos tensaron la coyuntura previa al levantamiento: la muerte de dos militares –uno de la Fuerza Aérea Mexicana (FAM) y otro del Ejército Federal (EF)– en las comunidades ubicadas al sur de San Cristóbal de Las Casas, y el primer choque del EZLN con el EF en las inmediaciones del campamento rebelde Las Calabazas, en la sierra de Corralchén, Ocosingo, al parecer bajo el mando del Sub Daniel. Marcos comentó –entre febrero y marzo de 1994– que en el primer caso una “brigada volante” se había aproximado demasiado a uno de sus campamentos” y que el descubrimiento del campamento rebelde en la sierra de Corralchén “pudo haber sido accidental o resultado de un chivatazo”. En ambos casos, comentó, se vio la posibilidad de “adelantar la fecha del levantamiento”. Daniel abandonó las filas de el EZLN, probablemente después que los federales salieron de la zona y de la valoración que hicieran los jefes militares zapatistas de su proceder en esa eventualidad armada.

En los dos casos fueron detenidos algunos campesinos y los de El Carmen Pataté fueron acusados de “traición a la patria”. Hubo también diáconos y catequistas cuya defensa por el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas derivó en una fuerte confrontación de Samuel Ruiz García, entonces obispo de San Cristóbal, con los jefes de la 7 Región y 31 Zona militares. Eran las primeras pruebas para Samuel Ruiz y las plataformas diocesanas en la víspera del levantamiento armado.

El choque de la columna zapatista y los federales en Corralchén confirmó la existencia de la guerrilla, el rumor que con muchas imprecisiones corría desde el inicio de la década de los 90s, por ejemplo: “En Chiapas existen tres ejércitos rebeldes: uno en Ocosingo, otro en Altamirano y otro en Las Margaritas”, y desmintió la afirmación “En Chiapas no hay guerrilla”, del entonces gobernador Patrocinio González Garrido. La copia del expediente ministerial, de al menos 500 fojas, contaba con una sección de fotografías del campamento zapatista, de algunas armas, documentación e insignias.

1993 también fue un año dedicado por los zapatistas a informar a algunas personas y grupos que “habían acordado la guerra”. Algo que va a distinguir al EZLN. También para reclutar colaboradores y al “acopio de recursos”. Unos recurrieron al bosque, la “última frontera” de la economía campesina; los grupos de salud a conseguir “botiquines de guerra”; no faltó quien llegara con un catálogo de rifles de asalto y dijera “Necesitamos de éstas”… Respuesta: “¡Uf! ¡Y de dónde cabrones las sacamos!”. El acopio para la sobrevivencia, además de armas y tiros incluía maíz, frijol, tostada y en algunas regiones carne seca.

1993 también fue un año en el que era evidente el “reflujo” del movimiento campesindio en Chiapas. El Frente de Organizaciones Sociales de Chiapas (Fosch), que había aglutinado a la mayoría de organizaciones campesindias en 1992, se había disuelto y las agrupaciones en cada uno de sus nichos se movían en torno a la dinámica que imponía el calendario del Congreso Agrario Permanente (CAP) creado por Carlos Salinas.

En ocasiones discutíamos con algunos compañeros indígenas, sin saber que se trataba de una base de apoyo zapatista, sobre un horizonte sin horizonte, “pérate compañero… pérate, ya lo vas a ver”. “¡Qué voy a ver, ni qué voy a ver! Lo único que veo es la división y la confrontación entre ustedes y sus organizaciones”, le respondía molesto. El compa insistía: “Ahí lo vas a ver… pérate”. Con algunos salió el tema de la lucha armada. “Con la lucha armada lo único que van a lograr es que revienten los proceso de lucha que se han venido forjando desde hace muchos años y que nos vengan a partir la madre”. El espejo que teníamos enfrente era la prolongada lucha revolucionaria en Centroamérica en un franco proceso de pacificación, fracasos y una estela de miles de muertos.

El EZLN había acordado iniciar la guerra en un contexto y una coyuntura adversos:

• El fin de la historia. Había caído el Muro de Berlín y reventaba el socialismo, y con él, el bloque socialista.

• En la región avanzaba el proceso de pacificación (en Nicaragua, Guatemala y El Salvador), después de 30 años de guerra y casi 500 mil víctimas mortales.

• Se había declarado la inviabilidad de la lucha armada. Los principales argumentos político-militares y técnicos eran que los ejércitos habían dejado de ser nacionales para convertirse en ejércitos continentales bajo la dirección del Pentágono y con una enorme capacidad de fuego.

• La mayoría de los movimientos armados en América Latina habían sido derrotados sin tomar el poder.

• La mayoría de las izquierdas se habían deslizado hacia la “democracia electoral” y, atascadas en procesos político-electorales, habían sido incapaces de ganar alguna elección significativa.

• Con el acuerdo de “iniciar la guerra”, las FLN perdieron al Comandante Rodrigo, uno de sus mejores cuadros. En el Congreso había defendido que no había condiciones en el país para iniciar la lucha armada. Al perder fuerza sus argumentos en la dirección de las FLN, abandonó la reunión antes de que ésta concluyera.

• El Subcomandante Daniel había abandonado el proceso una vez que fue cuestionado, y se dice que también fue degradado por su proceder en el choque de Corralchén.

• Una parte de la Asamblea Diocesana había dejado de apoyar la vía armada y el EZLN había perdido bases de apoyo.

• Inteligencia militar tenía más información sobre el EZLN.

• …

Sin duda, el Comandante Rodrigo tenía razón… pero no toda. Sin duda el Sub Marcos (apoyado por el Sub Pedro y Daniel) tenían razón… pero no toda. Quizás la diferencia estaba en que el Sub Marcos previó la oportunidad en medio de la adversidad. Quizás la decisión de los pueblos y las comunidades zapatistas era el mejor de sus soportes… las bases de apoyo vendían lo poco que tenían: sus escasos animales, un cerdo, una gallina, un toro, para comprar armas y tiros para los días de guerra que vendrían… reservaron alimentos para la sobrevivencia… En los mercados escaseaban los paliacates, pasamontañas y pantalones verdes de los milicianos.

Gaspar Morquecho, La Jornada del Campo