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La valla de Melilla. Las mujeres sexualmente explotadas en el monte Gurugú

Hasta ahora eran una excepción y sólo una ha conseguido saltar la valle de Melilla. Desde hace meses hay un grupo fijo de seis camerunesas. Las ONG sospechan que "son explotadas sexualmente"

El monte Gurugú era hasta hace poco territorio exclusivo de hombres. Allí la selección natural permitía a los subsaharianos más jóvenes y fuertes esperar el momento idóneo para intentar entrar en Melilla, sorteando el triple vallado metálico de más de seis metros de altura que separa la provincia marroquí de Nador del sueño europeo.

Hace un par de años comenzaron a llegar con cuentagotas las primeras mujeres que se resistían a pensar que sólo los hombres podían aguantar la dureza de vivir en los asentamientos del 'monte tranquilo', como se refieren a él sus pobladores porque hasta allí arriba no suelen llegar las redadas de los guardias marroquíes.

Es el caso de Amina, una senegalesa que se presentó a principios de 2012 en los campamentos acompañando a su marido. Hicieron el viaje juntos y así pretendían entrar en España. Lo intentaron a nado primero y, más tarde, saltando la valla junto con otros doscientos compañeros y compatriotas. Pero los paramilitares de las Fuerzas Auxiliares marroquíes hirieron gravemente a su esposo de una pedrada en la cabeza. Después de casi un año tirada en el bosque, Amina tuvo que desistir y abandonar esa atalaya natural que emerge ante la frontera como un siniestro telón de fondo y que sirve de refugio a más de un millar de subsaharianos.

Otras, sin embargo, tomaron la opción de sobrevivir en el monte: la falta de recursos económicos les impedía siquiera pensar en la opción de subirse a una patera, comprar documentación falsa o entrar por los pasos fronterizos escondidas en el doble fondo de algún vehículo.

Esta circunstancia empujó a Aissatou a asentarse en lo más alto del Gurugú, que roza los 900 metros de altitud. Huérfana, viuda y madre de cuatro pequeños de corta edad, esta liberiana de 30 años sobrevivió durante meses, sin dinero y sin miedo. Entonces era la única mujer entre más de 250 hombres.

Nunca intentó saltar la valla. Era consciente de sus limitaciones físicas y de que no podría superar esa dura barrera con sus cuatro hijos, pero tenía claro que quería dar a sus retoños una vida mejor que la que ella había llevado. Ahora, ya con cinco hijos, vive acogida legalmente en Marruecos, a las afueras de Tánger, con el apoyo económico y moral de distintas organizaciones humanitarias que se encargan del sustento de su familia y de la escolaraziación de los críos.

Pero, sin duda, la mujer que marca un antes y un después en la breve historia de estas supervivientes es la joven Mireille: la única que ha logrado saltar el muro de alambres de Melilla. El pasado 28 de febrero, con tan sólo quince años, los mismos que lleva levantado el vallado fronterizo, Mireille, original de Camerún, entró corriendo en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla con una fisura en la tibia. Había conseguido pisar suelo europeo junto con otros 200 inmigrantes.

Durante meses, siempre acompañada por su hermano, se obsesionó con la valla. Cuenta que cada noche, para poder dormir, tenía que contemplar antes la alambrada y las luces que al otro lado iluminaban Melilla. Era la forma de mantenerse firme. Su fortaleza física, su carácter fuerte e introvertido y su tozudez, la llevaron a intentar la aventura en cinco ocasiones. También a sobrellevar el día a día en unos campañamentos que cada vez son más inhumanos para el género femenino.

- Sin compañía.

Y es que Mireille es el último caso documentado de una serie de mujeres con un perfil muy definido: todas, además de corpulentas y luchadoras, han estado acompañadas por familiares o amigos, tenían claro los objetivos y llegaban a los campamentos -y permanecían en ellos- libremente y con la protección del grupo.

En los últimos meses, las cosas han cambiado, según las organizaciones que trabajan con los inmigrantes en Marruecos. Ya no se trata de presencias aisladas, el Gurugú acoge ahora de forma permanente a un grupo de entre seis y ocho mujeres, todas ellas de origen camerunés. Mujeres que no han llegado desde sus tierras acompañadas por parientes que las protejan. Muchas no tienen edad ni físico para saltar la valla. No hablan ni se mueven abiertamente y al menos dos ya se han quedado embarazadas.

Así vive Marie. Es bajita, regordeta y muy voluptusa. Ya ha entrado en la treintena y, aunque intenta disimularlo y tampoco quiere hablar de ello, presenta un avanzado estado de gestación. Siempre está controlada por los 'chairman', los violentos jefes del campamento de Camerún, que han llegado a romper las cámaras a los periodistas que han pretendido fotografiarla.

Marie relata que ha intentado saltar la valla en dos ocasiones, pero que para ella es muy difícil. El muro sólo es apto para los más ágiles, fornidos y corajudos. En un momento de intimidad, admite que lleva muchos años en los asentamientos de inmigrantes del norte de Marruecos, pero que antes estaba en los llamados 'campamentos familiares', en los que sí es frecuente ver mujeres, niños y personas que superan los 40 años de edad. Insiste en que está bien y que no puede contar nada más sobre ella, pero confirma que actualmente son seis las mujeres que sobreviven en el Gurugú, y que una de ellas tiene varios dientes rotos y toda la cara llena de cicatrices tras recibir una paliza de los 'mejannis', las Fuerzas Auxiliares de Marruecos.

- "Usadas como mercancía".

El delegado de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos en Nador (AMDH), Adil Akid, sospecha que algunas de estas cicatrices se deben a palizas recibidas de sus propios compatriotas y que estas chicas pueden estar siendo víctimas de abusos o de redes de explotación sexual: "Antes el Gurugú era un remanso de paz. Ahora, al menos la zona donde acampan los centroafricanos, está gobernada por gente de Camerún que no respeta a las mujeres y que no deja trabajar a los periodistas ni a los activistas porque no quieren que sepamos realmente lo que hacen. Creemos que se puede estar abusando de ellas y que es posible que se las lleve a los campamentos sólo para ser usadas como mercancía".

Una de estas mujeres es Aicha, camerunesa de 32 años. Partió de su Yaundé natal hace ya dos años. Allí dejó a sus dos hijos, de 10 y 7 años, al cuidado de familiares y amigos. Jura que ella nunca habría abandonado a sus pequeños si no fuera porque no tenía nada que ofrecerles. No pensaba llegar tan al norte en busca de prosperidad, pero las circunstancias la empujaron hasta los límites con Melilla, la ciudad soñada. Allí ha intentado entrar en tres ocasiones, todas ellas junto a Mireille: "Ella es más joven y fuerte. Yo no tuve suerte. Es muy difícil superar la valla. Muy difícil".

Aicha vive en los límites del campamentos, casi fuera ya del Gurugú, junto a un nutrido grupo de compatriotas, a los que se ha unido algún nigeriano y un par de gaboneses. Acaba de volver de Rabat, a donde fue conducida por la Gendarmería Real marroquí tras una de las últimas redadas. Es la segunda vez que la atrapan, pero siempre vuelve al monte, a la espera de poder llegar un día a Europa. Insiste en que está en los campamentos porque quiere, movida únicamente por la necesidad y la esperanza de alcanzar su sueño al otro lado de la frontera, pero cuando se acercan los violentos 'chairman' cameruneses le cambia la cara y sólo se atreve a susurrar en francés: "Descended, descenden rápido". Tiene miedo. El Gurugú, el último escalón antes del 'paraíso' europeo, puede ser también el peor de los infiernos.

- El "corazón".

Un infierno ante el paraíso.- Gurugú es un nombre bereber que viene del rifeño 'Gur': significa corazón. Los inmigrantes africanos se refieren al Gurugú como "el infierno ante el paraíso".

En tres niveles.- Los pobladores del Gurugú se dividen en tres campamentos. En el más bajo se encuentra la colonia de cameruneses, que controlan el monte; el del medio está ocupado por los centroafricanos, y el último, el más cercano a los pozos de agua y llamado la 'zona del tranquilo', por los que llegan del África Occidental: Senegal, Liberia, Costa de Marfil...

890 metros.- Es la altitud del Gurugú. Los primeros campamentos están asentados a unos 400 metros de altura. Desde ahí hasta la valla se tarda unos 40 minutos en línea recta. Pero los inmigrantes tienen que rodear el monte y atravesar vaguadas para tratar de sortear a las patrullas marroquíes.

(Jesús Blasco de Avellaneda, Ideal)