Pase lo que pase ya hemos ganado, decía un voluntario el día antes del 9-N. Si nos dejan votar, la imagen será la de miles de catalanes votando; si nos lo prohíben, la imagen será la de España llevándose las urnas para que no podamos votar. Ya hemos ganado, pase lo que pase, repetía. Y lo que pasó fue más de dos millones de personas participando en la tercera entrega de la trilogía de la independencia. Cadena humana, la gran V y ahora la representación de la consulta que no pudo ser. Dos millones de personas movilizándose pacíficamente en un acto de desobediencia ciudadana son muchas personas. Nadie con sentido común puede obviar la importancia que esto tiene ni la lectura política que conlleva.
No puede sacarse ninguna conclusión de estos resultados porque no ha sido una votación con garantías democráticas, analizaba el domingo por la noche en televisión una periodista de El Mundo. La misma periodista se oponía meses atrás en su periódico a la celebración de la consulta original, la que sí llevaba consigo garantías democráticas. Quitemos zoom. Salgámonos del ruido. Alejemos el enfoque y perdamos en la pequeñez a Rajoy, Artur Mas, el Constitucional, o media Cataluña en la calle. Observemos la península desde el satélite. Arriba a la derecha hay un territorio que de momento no sabemos si quiere o no ser independiente. Sus ciudadanos no se han pronunciado formalmente. Esta periodista dejaba clara, sin pretenderlo, la estrategia del gobierno de Rajoy. Sin consulta no hay opinión válida. Y si los catalanes no han dicho nada, ¿para qué preocuparnos o mover ficha? La estrategia es tan fácil de comprender como una pedrada en un cristal: que los catalanes no puedan hablar.
Artur Mas y Oriol Junqueras no hablaron. El presidente y el probable futuro presidente de Cataluña, remeros teóricos del mismo barco, ni siquiera se pusieron en contacto el 9-N, según desveló Junqueras en una entrevista esa misma noche. O la consulta no era lo único importante, como ambos repetían, o si lo era, lo era como tablero de juego para el 10N. El no contacto entre el presidente potencialmente saliente y el entrante contrasta con la foto del abrazo emocionado entre David Fernández (CUP) y Artur Mas. Una imagen que huele a transición española. Fraga y Carrillo besándose los labios. Amistades imposibles para construir por el tejado. Pactos consistentes en mirar para otro lado en demasiadas cosas. Una foto que dentro de la Cataluña que David Fernández representa debería de provocar más preocupación que otra cosa.
El nacionalismo es caníbal. Se alimenta de miembros de la propia especie. Es decir, de otros nacionalismos. El nacionalismo catalán vive gracias al nacionalismo español y el español vive gracias al catalán. Este ecosistema, vigente durante años, puede verse alterado con la irrupción de Podemos. Una España gobernada por Pablo Iglesias desactivaría muchos resortes en la Cataluña independentista, complicándole la vida a ERC. El resultado de las próximas elecciones en España y Cataluña será decisivo para el futuro de ambas partes. Una Cataluña gobernada por ERC, dispuesta a declarar la independencia unilateral, sería la única tabla de salvación que tendría para agarrarse un PP que se ahoga en la corrupción. Serán decisivos los tiempos y los tiempos se controlan con adelantos electorales. Las primeras elecciones condicionarán a las segundas.
Pero eso será más adelante. De momento el futuro es ahora. Y en el ahora pesa más la corrupción que las banderas. O debería. El día después de que el juez Ruz señalara al PP como beneficiario en la trama Gúrtel, Rajoy al fin salió a dar explicaciones… sobre lo de Cataluña. Las banderas son el instrumento más rentable de la caja de herramientas de la política.
(La Marea)