En la primera quincena de noviembre, de Pekín a Brisbane, los "líderes económicos" de los países y territorios del círculo del Pacífico asiático y, en seguida, "los líderes políticos" de las 20 mayores economías del mundo, se reunieron en dos "cumbres" sucesivas. Muchos de ellos sólo se trasladaron de una a otra sede, lo que facilitó su asistencia a las dos. En ambas llamó más la atención lo dicho en forma directa –cara a cara– en pasillos y encuentros informales que en las salas de reunión, por intermedio de los intérpretes. Se cuentan éstas de APEC y el G-20, sobre todo la segunda, entre las más tensas y ásperas de que se guarde memoria. Una muestra: “Creo que sí voy a estrecharle la mano –dijo Stephen Harper, el primer ministro canadiense, según varios despachos coincidentes, cuando el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, se aproximó a saludarlo–, pero lo único que quiero decirle es que usted debe salirse de Ucrania”. Casi todos los análisis recientes de la coyuntura mundial han subrayado que las crecientes tensiones geopolíticas se han constituido, junto con los cada vez mayores niveles de desigualdad, en la principal amenaza a la estabilidad sistémica y, de hecho, a la paz y seguridad internacionales.
Un saludo que todo mundo esperaba se produjo en Pekín. Shinto Abe, el primer ministro de Japón, se reunió con el presidente chino, Xi Jinping, por primera vez en los más de dos años que llevan en el poder. El encuentro –breve, tenso y malhumorado, según diversas crónicas– no produjo mayor acuerdo que el de adoptar acciones unilaterales simultáneas para disminuir el riesgo de choques entre buques y aviones encargados de patrullar la zona marítima en disputa, alrededor de los islotes conocidos como Senkaku en japonés y Diaoyu en mandarín. Si en efecto se reduce el riesgo de enfrentamiento se reabrirá la opción para llevar adelante acciones para paliar los factores que han colocado a Japón frente a otra recesión, con la segunda caída trimestral sucesiva del producto entre julio y septiembre, y una elección anticipada.
Para apreciar otro de los encuentros bilaterales, debe recordarse que la estrategia de Estados Unidos en materia de respuesta al cambio climático –quizá la mayor amenaza a la sustentabilidad de largo plazo del precario equilibrio ambiental global– ha consistido en regir el ritmo y alcance de los acuerdos en función de sus propios intereses y de su circunstancia política interna. Para ello ha promovido acciones puntuales, al margen de los organismos internacionales constituidos en las Naciones Unidas, para enfrentar con hechos consumados tanto a gobiernos renuentes como a sus adversarios políticos internos. La diplomacia de Estados Unidos siempre ha preferido el ámbito bilateral y los entornos restringidos en los que puede ejercer mayor influencia, a los a menudo inmanejables organismos multilaterales globales.
Por varios años, los dos mayores emisores globales de carbono buscaron el acuerdo que ahora se anunció en Pekín. Supone, de la parte estadunidense, acelerar la reducción de emisiones hasta 2025, situándolas 26 a 28 por ciento por debajo de las de 2005 y, de parte de China, aceptar, por primera vez, una limitación cuantitativa. Ésta no tomó la forma de un compromiso de reducción porcentual, sino la aceptación de una fecha, 2030, en la que sus emisiones llegarán a un máximo, es decir, dejarán de crecer. En esa fecha, una quinta parte de la energía de China provendrá de fuentes que no emiten CO2. Ambas partes esperan que este acuerdo estimule a los demás a alcanzar un consenso significativo a finales de 2015 en París. En palabras de Obama –citadas por The New York Times (16/11/14)– tras el acuerdo con China, "ya no hay pretexto para que el resto de la comunidad internacional no alcance el año próximo un acuerdo robusto en materia de calentamiento global".
Desde el ascenso de Xi, el asunto quizá más conflictivo de la relación bilateral con Estados Unidos ha sido el de la ciberseguridad. Ocupó la mayor parte de las conversaciones con Obama en Sunnylands en el otoño de 2013 y fue motivo de repetidas y amargas acusaciones mutuas desde entonces. Dista de estar aceptado en sus verdaderos alcances y, mucho menos, resuelto. Sin embargo, el arreglo para destrabar los intercambios bilaterales en sectores de alta tecnología –excluyendo militar y dual– puede ser indicio de que los vastos intereses coincidentes de las dos mayores economías del planeta terminan por imponerse y permiten desmontar áreas de conflicto.
Algo parecido puede decirse de los acuerdos adicionales en cuanto al suministro de gas ruso a China y diversos otros aspectos de la cooperación sino-rusa en energía, diversas áreas industriales y comercio. Algunos analistas occidentales los interpretan como pólizas de seguro mutuas: si las cosas empeoran para Rusia, por Ucrania entre otras situaciones, o para China, por una más abierta política estadunidense de contención frente a ella, estos acuerdos, limitados pero importantes, pueden prestar un apoyo útil y oportuno.
La cuestión más espinosa –soterrada en Pekín, explosiva en Brisbane– fue la crisis en Ucrania. Se elevó el volumen de las censuras al gobierno ruso y, en lo personal, a Putin. Tanto Obama como los líderes de la Unión Europea objetaron la presunta intervención o presencia militar rusa en Ucrania oriental –negada por Rusia–. Ésta, a su vez, considera que las dos oleadas de expansión de la OTAN en Europa oriental están en la raíz del resurgimiento de las tensiones, que podrían provocar, en palabras de Putin, una nueva guerra fría (The Guardian, 17/11/14). Ahora no se anunciaron nuevas sanciones, al menos de parte de Estados Unidos, pero los europeos, acicateados por los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, pueden adoptar una línea más dura, sobre todo frente a los sectores separatistas ucranianos. Obama se felicitó de que las sanciones "estén mordiendo". Nuevas sanciones afectarían sin duda a Rusia –cuyo crecimiento será nulo en 2015–, aunque resultarían crecientemente costosas para los sancionadores mismos, sobre todo en Europa. Ya es tiempo de que las partes interesadas busquen realmente un arreglo político multilateral que, sobre la base de la integridad territorial de Ucrania, establezca un régimen efectivo y suficiente de autonomías regionales.
Más allá de estas instantáneas, al margen de las reuniones formales de APEC y del G-20, habrá que prestar atención a algunas de las decisiones institucionales de una y otra, que también las hubo.
(La Jornada)