La República Checa y Eslovaquia recuerdan con música, exposiciones y charlas la manifestación estudiantil del 17 de noviembre de 1989 que desencadenó la revolución e hizo presidente al dramaturgo Vaclav Havel
Praga evoca hoy durante toda la jornada el pacífico movimiento popular, bautizado como revolución de terciopelo, que en 1989 liquidó el régimen comunista checoslovaco y llevó la democracia al país. Conciertos, conferencias y exposiciones culminan este lunes 17, cuando se cumplen 25 años de la gran manifestación estudiantil de Praga que los historiadores consideran el inicio de la revolución.
Cuando empezó todo, el dramaturgo disidente Vaclav Havel no podía imaginar que mes y medio más tarde, el 29 de diciembre, se convertiría en presidente de la nueva República checoslovaca.
El 17 de noviembre de 1989, los estudiantes obtuvieron permiso de las autoridades comunistas para organizar una manifestación en recuerdo del levantamiento juvenil de 1939 contra los nazis. En plena pacífica marcha, decidieron protestar contra el régimen comunista.
La policía la reprimió con brutalidad, hubo heridos y durante unos días de confusión se creyó que había habido un muerto. Pero finalmente el Foro Cívico –la oposición al régimen, que agrupaba a doce grupos- confirmó que, según sus averiguaciones, no se había producido tal fallecimiento.
Sin un solo muerto, la Sametová Revoluce (revolución de terciopelo) condujo a la caída estrepitosa del régimen comunista en las semanas siguientes.
Por ese motivo, el 17 de noviembre es festivo tanto en la República Checa como en Eslovaquia, que en aquel tiempo eran un solo país. Se separaron amistosamente en 1993. Ambos países celebran hoy con diversos actos este vigésimo quinto aniversario.
“Nosotros no vivimos la revolución de terciopelo, pero apreciamos mucho los valores y las nuevas oportunidades que trajo; por eso queremos celebrarlo, y dar las gracias a los que lucharon por eso hace 25 años”, dice Martin Pikous, coordinador de la fiesta que hoy se celebra en Narodní trida, la avenida en la que los manifestantes de 1989 sufrieron la violencia policial.
Organizan este acto las asociaciones de estudiantes, bajo un lema que ya lo dice todo: Diky, ze muzem (Gracias por la oportunidad). Hoy lunes desde las diez de la mañana a las diez de la noche hay conciertos, y un desfile de máscaras satíricas, inaugurado hace tres años, y llamado a consolidarse: es el Sametové posvícení (la fiesta de terciopelo). Por la tarde, está previsto encender velas en recuerdo de las víctimas del comunismo.
La plaza de San Wenceslao alberga esta tarde un gran concierto organizado por la radio checa bajo el nombre Znovu 89 (De nuevo 89), con contribución de todos los clubs musicales del país.
Checos y eslovacos recuerdan ahora el frenesí de aquellas semanas de 1989, cuando las manifestaciones se sucedían, día tras día, tanto en Praga como en Bratislava, mientras la oposición –fundamentalmente doce organizaciones unidas bajo el apelativo de Foro Cívico– y los sindicatos se consolidaban en su pugna contra el régimen. El 24 de noviembre dimitió la dirección del Partido Comunista Checo, y el 10 de diciembre el presidente, Gustav Husak, se dio por vencido.
Praga había vivido en 1968 una primavera en busca de un “socialismo con rostro humano” para Checoslovaquia, un intento que fue liquidado por los tanques enviados por el Pacto de Varsovia. Pero en 1989 era evidente que no habría una intervención militar soviética.
En el resto de la Europa del Este, los acontecimientos eran de vértigo. Una semana antes, el 9 de noviembre, se había desplomado el muro de Berlín, y la RDA se encaminaba hacia la extinción. Hungría había iniciado hacía meses un camino que la llevaría a elecciones al año siguiente. Bulgaria acababa de cambiar su cúpula comunista pugnando por sobrevivir. En ese ambiente extraño, los estudiantes checoslovacos organizaron la manifestación que desencadenó la revolución de terciopelo.
Estos días, en la fachada del Museo Nacional checo, que se alza por detrás de la muy fotografiada estatua ecuestre de San Wenceslao, pende un gran cartel con una foto en blanco y negro de Vaclav Havel, con la frase: “Havel navzdy” (en checo, Havel para siempre). Fallecido en 2011 a los 75 años, el dramaturgo disidente que fue luego presidente de Checoslovaquia y de la República Checa, sigue siendo reverenciado.
(María-Paz López, La Vanguardia)
