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El chándal rojo (Juan M. Marqués Perales)

Sánchez Gordillo, alcalde, señor y neocacique de Marinaleda desde hace 35 años, deja el escaño del Parlamento, la mejor inversión para alimentar el comunismo agrario de su pueblo

Al final, ha terminado como muchos neocaudillos sudamericanos: con el chándal y sin un duro para seguir alimentando ese sueño comunista que es Marinaleda. Juan manuel Sánchez Gordillo se vistió con el chándal azul y rojo de la Unión Deportiva Marinaleda el pasado miércoles por la mañana, cuando tuvo que viajar hasta el Parlamento andaluz para firmar su renuncia como diputado autonómico. Le acompañó, como siempre, un compañero de la CUT, de su partido, un endemismo político del paisanaje latifundista andaluz que va desde Puerto Serrano, en Cádiz, hasta Marinaleda, en Sevilla, pero pegado ya a Córdoba. Un chófer voluntario, a veces un inmigrante marroquí asentado en el pueblo, que suple su carencia de carné de conducir. Desde 1994, Gordillo estaba sentado en uno de los sillones del antiguo Hospital de las Cinco Llagas en representación de IU, donde se integra la CUT, pero la ley de incompatibilidades le obligó a lo que no tenía previsto, a renunciar a su acta para seguir de alcalde después de que hubiera anunciado lo contrario: que seguiría en el Parlamento a la vez que renunciaba a un puesto de regidor que ocupa desde las primeras elecciones democráticas. Una dimisión de ida y vuelta.

Minutos antes de renunciar, en el mismo despacho del presidente del Parlamento andaluz, Manuel Gracia, aún preguntaba si todo aquello era necesario. Enfermo desde hace tiempo y a punto de cumplir los 66 años, Gordillo aún conserva un rostro juvenil a pesar de las canas de su poblada barba. No hubo espectáculos ni arengas. Ni pañuelos palestinos ni puños en alto; firmó y todos supiraron. Sus buenos amigos de IU hubieran preferido que dejase la Alcaldía, que la concejala Esperanza Saavedra le sucediera en Marinaleda y él pudiese afrontar su tránsito seguro hacia la jubilación en el escaño del Parlamento donde tantas tardes de gloria había dado. Cada vez que prometió el cargo al inicio de sus legislaturas, los parlamentarios esperaban con cierto morbo el momento Sánchez Gordillo.
Líder agrario, maestro, organizador de marchas, asaltos a supermercados y encierros en bancos; seguidor de un Cristo revolucionario, de un Che divino, lector de los Evangelios y amigo de Batasuna; joven estudiante en la Sevilla de los años sesenta donde alumbró su conciencia social entre las chabolas de Torreblanca; hijo de un trabajador de Sevillana y padre de tres hijos, uno de ellos pequeño, Sánchez Gordillo ha sido en cierto modo un niño mimado de la política andaluza que salta a la escena nacional con unas acciones muy bien medidas, siempre amparadas bajo la simpatía popular hacia el jornalero. Todo se le ha permitido, debe ser el alcalde que más veces ha pasado por los tribunales, el que más se ha quejado, pero nunca, ningún juez, le ha inhabilitado para el cargo público. En 1996, el Parlamento le suspendió un mes de sueldo tras descubrir que durante año y medio cobró el salario de parlamentario y el de maestro, incompatibles, cuentan que fue una venganza desde el PCE, pero no fue el fin de Gordillo. Todo lo contario: el Gobierno andaluz nunca le cortó el grifo y, antes de la irrupción de Podemos, donde no le quieren, fue la avanzadilla antisistema de las tertulias televisivas.

En 1994, y siempre por imperativo legal, prometió el cargo de parlamentario por "las criaturas humanas" y en 2012, se declaró "insumiso a la dictadura del mercado". No votó a Griñán ni a Susana Díaz; tampoco la Constitución, ese día de 1978 estaba detenido. Pañuelos palestinos, bostezos bufonescos y pancartas, siempre demostró un desprecio impostado al Parlamento andaluz, aunque, en realidad, ninguno de los alcaldes que ha pasado por la Cámara andaluza le ha sacado tanto rédito al sillón. Daba lo mismo que hablase un parlamentario del PSOE, del PP o de IU, lo propio de Gordillo era ir de consejero en consejero, siempre pidiendo y siempre obteniendo.

A quienes más les sacó fue a los de la Consejería de Agricultura. Los Humosos, la antigua finca del Infantado, y hoy de la Junta, está cedida a las cooperativas de Marinaleda por un módico 'alquiler' que no se paga, son 1.300 hectáreas que, según sus detractores, maneja a su antojo. La Consejería de Empleo le daba mucho, pero le rechazaba bastante más porque los criterios de contratación para escuelas taller y cursos nunca fueron claros. "Los puestos se sorteaban en la plaza del pueblo", contesta con ironía un antiguo consejero. De Rosa Aguilar, entonces consejera de Obras Públicas, consiguió que firmase un convenio de autoconstrucción con su pueblo a pesar de que esta modalidad dejó de etar subvencionada. Aguilar, que lo conocía de IU, siempre mantuvo que el PSOE y la Junta nunca quisieron acabar con su estrellato mesiánico. Rafael Salas, parlamentario del PP que tuvo el valor de presentarse a la Alcaldía de Marinaleda en 2011, es claro: "Marinaleda es un invento del PSOE". E, incluso, el portavoz socialista en la localidad, Mariano Pradas, ha afeado alguna vez a sus compañeros de Sevilla el respeto mediático que le tienen. Es ahora, cuando la Junta anda mal de recursos cuando el Ayuntamiento se puede convertir en un verdadero suplicio para su alcalde. Los Humosos no paga, el Ayuntamiento no atiende a deudores, no hay ingresos impositivos suficientes y Marinaleda, con su poco menos de 3.000 habitantes, está condenada al pasado bajo el mando de su único alcalde, el mismo desde 1979, el mismo desde hace 35 años.

Como Sánchez Gordillo, hay alcaldes andaluces que han reproducido la vieja figura del cacique. Son neocaciques que dan y quitan trabajo y que manejan, como antes, la única fuente de riqueza del pueblo: los fondos públicos. A medida que el pueblo es más pequeño, el desempleo mayor y el alcalde más duradero, esta forma de gobierno local aumenta su dureza. No apañan las elecciones, pero sí las voluntades. Los hay del PSOE, de IU y hasta del PP, y en eso Sánchez Gordillo ha sido el campeón, no queda nadie en la misma Alcaldía desde el año 1979. "En la Casa del Jornalero, que es como la del Pueblo, pero en Marinaleda, sólo hay un micrófono, el de Juan Manuel", comenta un militante de IU. "En Marinaleda, no se habla de política, se habla de toros o de fútbol, pero no de política", dice Rafael Salas, que tiene en su haber el puerta a puerta que hizo en el pueblo en las municipales de 2011. Todos, incluidos los dirigentes de IU, admiten que Gordillo ejerce un control absoluto sobre el pueblo, es un mesías para muchos de sus vecinos, alguien tan importante, tan imprescindible que no podía marcharse y dejar la Alcaldía. Por eso se ha quedado, por la presión popular. Y porque ninguno de sus concejales se ha atrevido a ocupar su sillón vacío, la sombra de la ausencia sería insoportable.

(Málaga Hoy)