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De Puiu a Artaxoa, el mayor incendio de Nafarroa desde 1989

El incendio declarado este jueves entre Tafalla y Puiu se ha convertido en el mayor desastre forestal en Nafarroa desde 1989. El fuego, que se encuentra estabilizado aunque no totalmente extinguido, ha afectado a cerca de 3.000 hectáreas de vegetación, y su perímetro ha alcanzado los 12 kilómetros. Para hacerse una idea de su magnitud, basta señalar que el humo llegó por momentos hasta Sakana y el viento sur llevó cenizas hasta Andoain.

Según informó la agencia Efe citando fuentes del Gobierno de Iruñea, el fuego ha afectado a campos agrícolas de secano, huertas, matorral, encinares y robledales, y repoblaciones de pino, tanto alepo como laricio. Y ha supuesto una amenaza para algunas localidades de la zona, ya que las llamas se quedaron a 600 metros del casco urbano de Garinoain, 700 de Añorbe y 800 de Artaxoa.

La lehendakari de Nafarroa, Uxue Barkos, la consejera de Presidencia, Función Pública, Interior y Justicia, María José Beaumont, y la consejera de Desarrollo Rural, Medio Ambiente y Administración Local, Isabel Elizalde, se reunieron ayer en Puiu con los responsables de dispositivo antiincendio, formado por bomberos de Nafarroa, miembros de la Unidad Militar de Emergencias, técnicos medioambientales y agentes de la Policía Foral y de la Guardia Civil, además de agricultores y vecinos de los municipios afectados.
Barkos puso en valor la «estrecha colaboración» interinstitucional, y se refirió a las posibles causas del incendio, que se inició en el kilómetro 54,5 de la Autopista de Navarra (AP-15). Desde el primer momento los investigadores han barajado la posibilidad de que el fuego haya sido provocado por una colilla. Y la hipótesis ganó fuerza ayer al mediodía, después de que los agentes del Grupo de Investigación de Delitos Medioambientales de la Policía Foral encontraran una colilla en un seto de la autopista, cuya mediana se incendió. Los agentes que realizaron la inspección ocular del punto de inicio del incendio procedieron a enumerar la muestra como prueba de un delito de «daños por incendio».

Se recomienda que los perjudicados presenten denuncias por daños en las comisarias de la Policía Foral, cuerpo que está realizando la investigación y las consiguientes diligencias.

- Tractores, abatefuegos y ramas del tamaño de un hombre.

El fuego, o el miedo al fuego, es algo atávico y que deja a cada cual en su sitio. Es duro oír que los esfuerzos de los bomberos en sofocar las llamas van a ser destinados al flanco Oeste, por tener mayor valor ecológico, cuando tu pueblo queda justo al otro lado. Quizá no haya tanto bosque, pero es el bosque que tienes. Conmueve ver cómo un pueblo entero, hombres y mujeres, se echa al monte a proteger su término. Al principio, se arman con ramas de chaparro para rematar los focos y evitar que revivan. Los que tienen todoterrenos zumban por las pistas y saltan por las piezas ya cosechadas para llevar agua a los demás, que tienen el reseco del calor y del humo. Después, llega la DYA con abatefuegos, una especie de remos de metal y caucho que no dejan de ser la versión sofisticada de las ramas de chaparro. Mientras van de lleco en lleco –que es como se llama a los retales de robledal primitivo– todos miran al cielo en busca de humo y de aviones.

De vez en cuando aparecen, grandes como titanes, los tractores trabajando a todo gas. Sin quitar mérito a los helicópteros e hidroaviones, el grueso de las llamas de este incendio las pararon los tractores clavando el arado para hacer cortafuegos. Un incendio tan grande como el que ha quemado buena parte de la Zona Media –y medio término de mi pueblo– tiene kilómetros y kilómetros de perímetro. Solo los labradores pueden contener semejante frente. Por eso ese día se les saluda como a héroes, porque cruzando el monte a pie con ramas en la mano se siente también mucha frustración. Verles trazar el surco y poner coto al fuego da mucha alegría. De verdad.

Hoy el monte está negro. No sé como lo hacen, pero las mantis religiosas sobreviven a las llamas. Aunque las que vi ayer durarán poco, porque el camuflaje ya no les sirve de nada. Son de lo poco verde que queda y, por tanto, presa fácil. Ni idea de qué habrá sido de liebres, tejones, búhos, mixarras y demás.

Muchos de los robles también superaron la prueba. Aquellos que no estuvieron en lo peor de las llamas y cuyo tronco tenía más de un palmo de diámetro pienso que aguantarán. También vi a los bomberos cortarle una rama a un quejigo de cientos de años que era más gruesa que un hombre.

Cada vez hay menos tractores y quienes los conducen ya no son los más jóvenes. La población ha dado la espalda al campo, porque «no da». Nos olvidamos de que el monte está ahí, de sus animales y de dónde acaban los caminos. Al final fue la suerte la que quiso que el viento dirigiera las llamas a tierra de nadie, lejos de las poblaciones, aunque en Puiu siguen con el susto. Dicen que ha sido el peor incendio en 30 años. La duda que me duele, la que me quema, es si dentro de 30 años habrá tractores suficientes como para frenar unas llamas iguales.

(Gara)