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Intelectuales, movimientos y medios (Jaime Pastor)

Profesor de Ciencia Política de la UNED

“Quienes ejercemos profesionalmente la función de ‘intelectuales’ queremos expresar nuestra admiración a este movimiento”. Así empezaba un escrito dirigido a Nuit debout por Tariq Alí, Elsa Dorlin, Razmig Keucheyan, Frederic Lordon, Leo Panitch y Wolfgang Streek, entre otras personas relevantes, publicado en 'Le Monde' el pasado 3 de mayo. En el mismo artículo reconocían que ese nuevo actor “no tiene ninguna necesidad de intelectuales para reflexionar. La producción de ideas es inmanente al movimiento, cada uno de cuyos miembros es un intelectual y el conjunto un intelectual colectivo”.

Pienso que actitudes como ésta deberían ser las que correspondería promover por estos lares en un momento histórico en el que estamos entrando en la convencionalmente denominada 'Nueva Transición'. Frente a la cultura política del 'cinismo político' que se fomentó tras la mitificada Transición, en cuyo marco la gran mayoría de intelectuales fueron, al igual que los jóvenes dirigentes socialistas, “ocupados por el poder” (Jesús Ibáñez dixit), teniendo en el diario El País su prensa de referencia dominante, deberíamos proseguir el camino emprendido desde la irrupción del 15M hace ya 5 años hacia una nueva cultura política participativa. En ese proceso el papel de los intelectuales desde los nuevos medios de comunicación –principalmente, digitales, hay que reconocerlo- tendría que ser clave. Quizás el declive actual del periódico que recientemente cumplió su 40 aniversario sea el mayor ejemplo del fin de una era mediática, paralelo al del bipartidismo imperfecto que tras el 20-D está pasando ya a la historia, con un PSOE que sigue estando bajo la tutela de Felipe González, figura emblemática donde las haya, como principal damnificado.

Se trataría, con palabras de Pierre Bourdieu, de defender “la posibilidad y la necesidad del intelectual crítico, y crítico en primer lugar de la doxa intelectual que ejercen los doxósofos”. Una doxa que desde el ámbito académico se quiso convertir en episteme, convirtiéndose así en “un cierto arte de devolver a la clase dirigente y a su personal político su ciencia espontánea de la política, adornada de la apariencia de ciencia”. Una labor que ha sido sobresaliente desde el área de la Economía y a la que han ido incorporándose profesionales de otras ramas de las ciencias sociales, por no hablar del espectacular número de “expertos” y “todólogos” que ha proliferado al calor de las tertulias mediáticas.
Desde el estallido de la crisis financiera sistémica en 2008 –que tuvo aquí su expresión en la de la burbuja inmobiliaria, denunciada con todo rigor por intelectuales extra-académicos como José Manuel Naredo y Ramón Fernández Durán- y la rápida transformación del sueño europeo en pesadilla colectiva (con la vulneración del derecho y asilo como muestra de la degradación moral a la que ha llegado esta Europa), parecería que esos intelectuales orgánicos del famoso TINA consagrado por Margaret Thatcher deberían haber recapacitado y reconocer haber sido cómplices de la “estafa” con su doxosofía, como pudimos comprobar en algún film de fabricación estadounidense. Sin embargo, no ocurrió así, quizás porque muchos y muchas que forman parte de esa intelectualidad ya han pasado a integrarse en 'la clase dirigente'; o, simplemente, optan por una huida hacia delante compensando su ceguera con el ensañamiento machista e insultante desde sus columnas de opinión con representantes simbólicas de la 'revolución democrática' en marcha.

Afortunadamente, una nueva generación de intelectuales, en mayor o menor medida vinculada o identificada con el espíritu del 15-M y con la multitud de hijos e hijas que han surgido del mismo, está conquistando un protagonismo creciente en la construcción de nuevos discursos y argumentos a favor de un “Cambio” al que habrá que ir dotando de contenido en los próximos tiempos y en todas las esferas. También, por cierto, en la de las Universidades públicas, sometidas a un acelerado proceso de descomposición y mercantilización, y sobre todo en los saberes que se imparten desde ellas.

La relación de estos nuevos intelectuales específicos (Foucault) con los medios convencionales será sin duda tensa y conflictiva, pero ya hemos comprobado desde el 15-M y, luego, con el ascenso de Podemos que está aumentando enormemente la distancia entre la opinión publicada y la opinión pública.

Es la primera, la que predomina en los medios convencionales, la que está a la defensiva mientras que la otra, la de una mayoría social que ve sus derechos y servicios públicos amenazados y se indigna ante una corrupción sistémica que no cesa, puede mostrarse cada vez más dispuesta a escuchar a la intelectualidad de y en movimiento. Eso sí, siempre que exponga argumentos que vayan acompañados de razones, valores y la conexión emocional necesaria para ir construyendo en común un demos protagonista del Cambio y, con él, una nueva cultura política democrática, participativa, crítica y autocrítica.

(Espacio Público)