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El plano del tesoro socialista (Gabriel Flores)

Economista

Algunas de las propuestas presentadas en este debate tienen por objetivo recuperar o refundar el proyecto socialista que se identifica con la corriente de la socialdemocracia europea, llenándolo de nuevos contenidos o reciclando experiencias interesantes de otros tiempos. Intentan sus autores resucitar una vieja y, mucho me temo, periclitada historia.

¿Es posible salvar la experiencia socialdemócrata? ¿Tiene sentido echar vino nuevo en odres viejos cuyo olor a caduco o viejuno repele a los jóvenes de entre 18 y 35 años y provoca mayores rechazos a medida que aumenta el nivel de estudios de las personas a las que intenta atraer?

Tiene sentido, evidentemente, para los partidarios de resucitar al PSOE. Es su tarea. De hecho, en eso está la Gestora de Susana Díaz, aunque con planes bastante confusos que pasan prioritariamente por deshacerse de sus rivales internos, no confrontar en demasía con el Gobierno de Rajoy y dirigir toda su capacidad de fuego contra Podemos, con la intención de capitalizar sus iniciativas parlamentarias o, cuando no pueda, bloquearlas. A eso se reduce su ofrecimiento de coser lo que está roto. PSOE y socialdemocracia no son exactamente la misma cosa; de hecho, si nos pusiéramos exquisitos, se podría decir que la socialdemocracia histórica y el actual PSOE tienen muy pocos puntos en común; si acaso, definen una trayectoria con muchos zigzags y claroscuros que van de la primera al segundo.
Pero también están en el empeño de rescatar el proyecto socialdemócrata e intentar impedir un mayor deterioro del PSOE diferentes corrientes de izquierdas y progresistas que consideran, con buen juicio, que un mayor deshilachamiento de las filas socialistas y su electorado solo conviene al PP y a su intención de perpetuar su hegemonía en las instituciones. La mayor parte de los apoyos que puede seguir perdiendo el PSOE no va a ir a Podemos; a ninguno de los posibles Podemos que surja en Vistalegre 2. Y por eso es tan importante que dentro del PSOE se mantenga la resistencia a la Gestora y se siga intentando cambiar el rumbo que ha marcado, hasta devolver la palabra y el poder de decisión a sus militantes. Y por eso es tan importante que dentro de Podemos se mantenga la convivencia y el delicado equilibrio de fuerzas que le permite seguir desarrollando su trabajo y darle tiempo al tiempo para que las opciones estratégicas que existen en su seno puedan valorar las buenas prácticas y contrastar sus resultados.

El debate en torno a la cuestión del socialismo está contaminado, no podría ser de otra manera, por una coyuntura en la que se está redefiniendo el espacio político de la izquierda y la redistribución de papeles entre los diferentes actores.

En situación tan delicada no se trata, en primera instancia, de tender puentes entre las distintas partes del PSOE o de Podemos ni entre el PSOE y Podemos. Ambos partidos deben superar las difíciles tareas de clarificación e integración que tienen pendientes. Pueden hacerlo si suman a un mínimo buen juicio, transparencia en los debates y democracia. Sólo después, si las circunstancias son propicias, será tiempo de plantear la tarea de construir puentes y alianzas satisfactorias para ambos partidos y, cuestión fundamental, que sean útiles para la mayoría social a la que aspiran a representar. Mientras tanto, basta y sobra con que abandonen sus pretensiones los que, desde el PSOE, intentan cortar trozos del vestido nuevo para arreglar su raído traje; y los que, desde Podemos, pretenden mantener como única estrategia o guía de trabajo un sorpasso que se ha demostrado más laborioso de lo que parecía y es completamente inútil cuando sangra al rival y, al tiempo, dificulta su transformación e impide una cooperación capaz de multiplicar fuerzas y energías del conjunto de las fuerzas necesarias para promover un cambio progresista.

Y lo que parece razonable para abrir puertas al cambio en nuestro país, vale también para la tarea que las fuerzas progresistas y de izquierdas europeas tienen pendiente: desarticular la ofensiva xenófoba y antieuropeísta de la extrema derecha nacionalista y construir una alternativa al bloque de poder que lidera Merkel y que cuenta con la colaboración de una parte de la socialdemocracia europea. Hay que impedir que las elites europeas sigan retrasando la solución de los evidentes y conocidos problemas institucionales de la eurozona y manteniendo unas políticas de austeridad y devaluación salarial que han demostrado su ineficacia para lograr los objetivos que les servían de justificación y engordan por doquier el monstruo de la extrema derecha.

- Una larga historia de emancipación que no conviene simplificar ni tergiversar.

Hace casi dos siglos daban sus primeros pasos unas incipientes clases trabajadoras empeñadas, a medida que se desarrollaban, en humanizar, reformar o sustituir un por entonces naciente sistema capitalista. Después de vigorosas ofensivas que consiguieron logros y victorias de gran profundidad y numerosas derrotas, aquel movimiento se encuentra agotado.

Lo han agotado sus propios éxitos y los líderes y fuerzas políticas que más presión transformadora ejercieron, tanto los que se adscribieron a la corriente socialdemócrata, hoy desvencijada, como los que se identificaron con unos sistemas de tipo soviético que, tras demostrar su incapacidad para ofrecer libertad y bienestar a sus ciudadanos, fueron rápidamente desmantelados a partir de 1989 y transformados en sistemas capitalistas. De aquel bloque que conformaban las economías de tipo soviético solo quedan, fuera de Europa, como evidencias del naufragio del llamado socialismo real, regímenes mutantes de difícil clasificación que poco o nada tienen que ver con sus impulsos iniciales.

También han contribuido a agotarlo, los propios cambios experimentados por un sistema capitalista que, a medida que se ha ido desregulando y mundializando, se ha hecho más frágil y ha fragilizado los recursos naturales sobre los que se sustenta la lógica de acumulación y las sociedades y los sistemas políticos que lo nutrían y en los que se desenvuelven los diferentes modelos de sistema capitalista que existen.

¿Se puede recuperar algo de todo aquello? No critico la intención del debate o de los participantes, ni el interés de la mayoría de las aportaciones. Menos aún, la necesidad de reflexionar sobre lo que ha pasado hasta llegar a los actuales vacíos y perplejidades. Siempre parece aconsejable intentar distinguir las buenas prácticas y las ideas que se pueden rescatar de las que pueden considerarse, con poco margen de error, amortizadas. Mis dudas o mis críticas se dirigen, más bien, al posible desenfoque o desvarío que supone no atreverse a pensar que, probablemente, casi nada de lo que fue y sirvió en otra época sirve o es útil ahora. Y no solo estoy hablando del nombre de la cosa, sino de su sustancia.

Convendría que la izquierda se planteara la posibilidad de no contar con planos que describan los caminos que deben transitar, porque aún están por hacer, o la nueva sociedad, el nuevo régimen político y el nuevo sistema económico a los que pretenden llegar. Quedan en pie un pequeño puñado de valores o principios, que pueden simplificarse en ese binomio de justicia social y democracia que mencionan varios de los intervinientes, y la tarea de embridar la lógica de la acumulación capitalista y a las élites que, abusando de su poder, se benefician en exclusiva de esa lógica, sin valorar lo más mínimo los enormes costes sociales, económicos y medioambientales que han provocado y continúan generando.

En esa tarea de gran alcance es imprescindible la participación de la mayoría social y de las fuerzas progresistas que hoy existen. Por mucho que las diversas corrientes identificadas con el comunismo hayan sido trituradas y las menguantes fuerzas socialdemócratas trabajen mayoritariamente en otra dirección, de común acuerdo con la derecha. Pero es esa enorme envergadura de la tarea y de los retos que deben afrontarse la que exige y brinda oportunidades para el nacimiento de nueva savia social y política. Savia que en los países del sur de la eurozona ya ha empezado a producirse, aunque sea de forma muy insuficiente todavía. A veces, felizmente, como en Portugal, para desarrollar un trabajo conjunto con la socialdemocracia en defensa de la mayoría social y los pobres y excluidos, con el propósito de alejarse tanto como sea posible de las políticas de austeridad impuestas por las instituciones europeas y seguidas por anteriores gobiernos; en otros casos, sin demasiado acierto para articular las fuerzas disponibles y ser útiles en la tarea de promover un cambio más democrático y más justo. Pero es en la conjunción y cooperación de las viejas fuerzas de izquierdas y las nuevas organizaciones portadoras de un orden alternativo desde donde pueden surgir las respuestas a las preguntas que nos estamos planteando. En mi opinión, yerran los que piensan que la solución pasa por la refundación de lo viejo en detrimento de las nuevas fuerzas. Y se equivocan también los que, en sentido contrario, apuestan por el desarrollo de nuevos actores políticos que desplacen a los viejos partidos de izquierdas.

Muy probablemente, las tareas asociadas a la defensa de la mayoría social y de los sectores más golpeados por la crisis y las políticas de recorte de bienes públicos y deterioro del mercado laboral van a tener que desarrollarse sin el alivio, más o menos imaginario, que pueda proporcionar el disponer de un mapa creíble del tesoro socialista al que se quiere llegar. Va a ser obligado aprender a caminar en la penumbra, un poco a ciegas. Y sin empeñarse en demasía en volver a dibujar ficticias estrategias que proporcionen una ficticia seguridad y justifiquen la relación entre lo que se puede hacer hoy y un luminoso futuro socialista del que ya nadie o muy pocos se atreven a precisar sus principales rasgos ni a pronosticar cuándo y cómo se hará realidad.

Este debate sobre el socialismo va a continuar durante bastante tiempo. Habrá partidarios de fórmulas blandas y tranquilas y otros que aboguen por una ruptura más tajante y dura con el capitalismo. La respuesta a ese tipo de dilemas está en el aire y va a seguir estando ahí por mucho tiempo.

- Una experiencia particular que no convendría repetir ni echar en saco roto.

En los años 60 y 70 del pasado siglo, antes de la caída de la dictadura franquista, todos los partidos de izquierdas tenían su particular mapa con el que orientar la resistencia democrática y la lucha por la mejora de las condiciones de vida y trabajo de las clases populares a las que intentaban organizar y movilizar. Todos tenían su vía particular, con más o menos revueltas y paradas intermedias, para alcanzar el gran objetivo socialista. En aquel imaginario, la caída de la dictadura era tan solo un paso, una fase o etapa de un proceso más largo, duro y complejo que acabaría con la sustitución del capitalismo por una sociedad sin clases. Tanto el camino como el punto de llegada parecían definidos.

Sin embargo, cada uno de aquellos mapas contaba con un peculiar manual de instrucciones para su correcta utilización y orientar el qué hacer y por dónde ir. Había un pequeño problema: cada manual venía encriptado en enigmáticos y plomizos códigos lingüísticos y políticos imposibles de descifrar. Y había, también, un gran problema: aquellos mapas no servían para nada. Eran completamente inútiles. Más aún, suponían una dificultad añadida para conocer la realidad que se pretendía cambiar. Aquellos mapas servían, eso sí, para dar cierta sensación de seguridad y de formar parte de un movimiento general capaz de transformar el mundo en un plazo relativamente corto.

En realidad, no había ningún plano para llegar al socialismo. Y los que había no servían de nada. Nos acostumbramos a vivir en dos mundos diferentes y muy apartados el uno del otro. Por un lado, desarrollar una acción política y reivindicativa muy pegada a los problemas de la gente. Por otro, manosear unas referencias estratégicas e intentar casar lo que realmente se hacía con unas pretensiones que se situaban en otro nivel, el de unas ensoñaciones que poco tenían que ver con la sociedad, el país y las limitadas fuerzas disponibles para cambiar radicalmente las cosas.

Perdonen la incursión por un pasado remoto. Pero creo que no está de más traer a cuento la experiencia que aporta la izquierda antifranquista en el terreno de vincular la lucha por acabar con la dictadura y las aspiraciones socialistas. Aquella generación mostró una tendencia irrefrenable a dotarse de referencias estratégicas para intentar justificar la relación entre lucha por la democracia y por el socialismo. Referencias que valieron de bien poco, si es que no obstaculizaron las tareas. El tiempo acabó demostrando la inutilidad radical de estrategias teóricas excesivamente duras y acabadas que intentaban asociar lucha democrática, transformación del sistema capitalista y avance hacia un sistema socialista.

Creo que las nuevas fuerzas del cambio y las izquierdas van a tener que seguir trabajando durante bastante tiempo sin muletas ideológicas que proporcionen justificación y cobijo a lo que pueden y deben hacer hoy. La contrastación de la buena práctica política no se resuelve con la coherencia que proporciona un plan o un programa que abarquen, al tiempo, ideología, estrategia a largo plazo y quehacer político. Se resuelve, más bien, en las consecuencias y los logros que consiga la acción política y, tanto o más importante, en la opinión de la mayoría social sobre las propuestas que se llevan a cabo.

Concluyo. El trabajo político contrasta su calidad no por su relación con una futura y desconocida sociedad socialista, sino por su capacidad de ampliar efectivamente el respaldo de la mayoría social y las posibilidades de generar y aunar fuerzas a favor del cambio. No se trata de menospreciar el trabajo teórico, se trata de ser conscientes de que ese trabajo teórico o, más modestamente, de construcción de perspectivas a largo plazo y alternativas viables a corto plazo pasa por un sistema de aprendizaje de buenas prácticas capaz de extenderlas y consolidarlas. Solo si las izquierdas y las fuerzas progresistas son útiles y colaboran en la resolución de los problemas de la gente podrán subsistir.

Podemos no tener estrategia o ideas claras sobre el tipo de sociedad a construir, aunque tal carencia no pueda considerarse deseable y haya que seguir intentando desbrozar y cultivar ese terreno. Lo que no podemos prescindir, porque es la base en la que se sustenta la pervivencia de las fuerzas progresistas que impulsan un cambio inclusivo al servicio de la mayoría, es de la tarea de elaborar y aplicar medidas útiles para la mayoría social y para los sectores sociales que ya han sido marginados o están en riesgo de exclusión. Y sobre eso ya hay muchas propuestas encima de la mesa que también se han deslizado y explicitado en diversas aportaciones realizadas en este debate. Propuestas de cómo distanciarse, tanto como sea posible, de las políticas de austeridad y devaluación salarial y de cómo empujar, tanto como se pueda, junto al conjunto de fuerzas progresistas europeas, un cambio de las instituciones europeas que permita aplicar políticas comunitarias más eficaces y justas que las que se han impuesto hasta ahora. Falta mayor coherencia interna y mayor grado de elaboración de ese programa por el cambio que necesita ser, al tiempo, nacional y europeo; pero ya se ha empezado a aplicar y se está desarrollando en los ayuntamientos y comunidades autónomas en los que las fuerzas progresistas han fraguado alianzas para conquistar capacidad de decisión institucional. Ese es uno de los terrenos principales en el que se está jugando la partida y en el que nos jugamos el futuro.

Prioridad a unas tareas políticas inmediatas que no está reñida con el desarrollo de una crítica rigurosa del capitalismo y de su lógica de acumulación, que en su actual fase de desarrollo toma formas depredadoras y elitistas que multiplican la exclusión, la xenofobia y la desigualdad de género y ponen en riesgo bienes públicos y equilibrios ecológicos básicos. Y junto a la crítica, el impulso de actividades económicas y ciudadanas que desarrollen la cohesión, valores desconectados del mercado, un bienestar no sustentado en el consumismo o lógicas ajenas a la acumulación del capital, la competitividad y la maximización de los beneficios.

(Espacio Público)