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Tres misioneros en escuela sin par

Este no es paisaje dócil, ni geográfica, ni socialmente. Lo dicen sus calles preñadas de ir y venir de personas, sus barrios de humildísima estampa, una tensión que puede resultar natural a los hijos de la zona pero que el visitante percibe con intensidad, con asombro y hasta con sobrecogimiento.

Subiendo pendientes, llegando a un punto alto en el municipio de Cristóbal Rojas, se conoce el Centro de Diagnóstico Integral (CDI) Las Brisas de Charallave. Allí cubanos y venezolanos se entregan de conjunto para enfrentar dolencias predominantes como el asma, la diabetes, o los problemas que frecuentemente se derivan de los accidentes de tránsito.

La brigada de nuestros misioneros suma unos 40 integrantes. Cuando llegamos al CDI nos recibe un grupo numeroso, casi todos muy jóvenes. Una mañana de intercambio da la idea del trabajo que se emprende día a día. Hablan médicos, misioneros responsables de asuntos administrativos, promotores de la Misión Deportiva (los que conforman el binomio salud-deporte y actúan por el bienestar físico y mental de los pobladores).
Ellos tal vez no lo perciban, pero en sus rostros se nota la intensidad del esfuerzo cotidiano, el cumplimiento riguroso de un horario que muchas veces va más allá de lo establecido. Expresan desvelos y certezas. Solo quieren que todo salga bien. Y de temores, ninguno habla. Todos entienden con serenidad y compromiso el momento histórico que les ha correspondido vivir en la tierra de Bolívar.

Antes de la despedida tres jóvenes de rostros adolescentes miran a esta reportera. ¿Qué edad tendrán?, me pregunto. Y un rápido acercamiento me dice que ninguno de los tres sobrepasa los 30 años. A esas alturas de sus vidas están marcados, que nadie lo dude, por una experiencia sin par.

Juan Carlos Sierra Barrera, de 26 años, Médico General Básico que luego cursó un diplomado en ultrasonidos y radiografías, está en el hermano país desde hace más de un año. «A raíz de los momentos que se están viviendo en Venezuela –comenta-, los jóvenes sentimos que estamos cumpliendo con una gran misión, porque los días de hoy forman parte de la historia de aquí y también de Cuba. Nuestro Comandante en Jefe siempre nos dijo que estuviéramos firmes y que él confiaba totalmente en nosotros».

Juan Carlos tiene la certeza de que estos días de esfuerzo dejarán huellas imborrables. «Estando aquí –dice- contribuimos a fortalecer los lazos de hermandad entre Cuba y Venezuela. Trataremos de dar lo mejor de nosotros para mantener estas conquistas humanas que son las misiones sociales».

Seguidamente, desde su ímpetu juvenil, Yasmani Cantillo Boloy, de 27 años y especialista en Medicina General Integral (MGI), narra una historia que le ha conmovido en el casi medio año que lleva cumpliendo su misión: fue testigo de la saga de una intervención quirúrgica. Se trataba de una maniobra sencilla, pero las cosas se complicaron con el sangrado interno de la paciente.

Cuenta Yasmani que todos los misioneros implicados se unieron, y que también cerraron filas con los homólogos venezolanos. La operada salió ilesa, pero hubo que volver a intervenirla. Luego de ese nuevo procedimiento fue llevada al CDI donde vivió su etapa de recuperación. «Fue una lucha linda», dice el médico para quien una sola existencia en peligro es la peor noticia del mundo.

A sus 29 años Rayda Rosales Velez, también especialista en MGI, tiene mucho de experiencia que compartir luego de tres años de misión. Ha sido esta una etapa en la cual se ha sentido «muy útil» pues ha llevado a cabo la tarea de la preparación docente asistencial de los estudiantes venezolanos de Medicina. «Ellos –afirma con orgullo– ocuparán nuestros espacios en futuro no lejano. Hemos sembrado mucho en el tema de la calidad de los servicios».

Rayda comenta un concepto que en la expedición de esta reportera resulta recurrente: Venezuela es una escuela. La joven cubana, siendo una recién graduada, practicó su saber, durante dos años, en una unidad militar de la Isla. «Pero ni tan siquiera eso puede compararse con los momentos que ahora estoy viviendo y que me han hecho prepararme mucho como persona y como profesional».

Tiene razón en lo que dice: el CDI Las brisas de Charallave, donde le ha tocado desarrollar sus capacidades junto a decenas de colegas, es destino de todas las tensiones y urgencias humanas que uno puede sospechar, o no, mientras recorre las calles y esquinas dominadas por un mar de seres humildes.

(Alina Perera Robbio, Granma)