Más de 11.000 entradas y 1.050.000 visitantes desde el 9 de octubre de 2011

Huida y martirio de Juana Rivas (Noelia Adánez)

Las mujeres vivimos una situación de violencia nacida de la brecha de género y de las profundas desigualdades que se despliegan a partir de ella. De entre nosotras, algunas sufren violencias tales que precisan una ayuda en forma de intervención de una instancia externa, del Estado. Muchas mujeres se ven impelidas a solicitar la intervención de los jueces y las juezas para que las defiendan y satisfagan un cierto principio de justicia. Esto hizo Juana Rivas, quien ha sido reconocida como víctima de violencia a manos de su expareja. El de Juana es, por tanto, “un caso de violencia de género”: uno de los muchos que afectan a las mujeres cada día, en todos los rincones del planeta.

Contra la expareja de Juana se dictó y se ejecutó una sentencia en la que se le reconocía como maltratador, a pesar de lo cual se le consideró -en otra sentencia- apto para cuidar de sus hijos. Ahí comienza la huida y, si nadie lo remedia, el martirio de Juana Rivas. Digo martirio porque todo apunta a que Juana y sus hijos serán localizados en algún momento, con fatales consecuencias jurídicas y personales.

Los problemas de Juana no empezaron cuando huyó de Italia llevando consigo a sus hijos, sino mucho antes. No podemos saber cuándo y cómo de forma precisa, pero sí que hunden sus raíces profundas en su condición de mujer. A las mujeres nos “pasan cosas” porque somos mujeres; porque somos individuos encarnados como mujeres. Nuestras sociedades son igualitarias de un modo puramente declarativo. Vivimos hipnotizados por un igualitarismo burocrático que, en el marco concreto del derecho y su aplicación, se traduce, por ejemplo, en la falta de una sensibilidad de género por parte de la magistratura para tratar el problema de la violencia … de género. Tremenda inconsecuencia.
Es decir, admitimos que las mujeres son violentadas, dañadas y abusadas en tanto que mujeres; pero no arbitramos soluciones basadas en este planteamiento, sino en el de la administración neutral de la ley para todos y todas -individuos- por igual. El padre de los hijos de Juana, maltratador, ¿no representa un peligro para ellos?, ¿puede cuidarlos sin riesgo? Hay una sentencia que dice que sí, porque claro, él -individuo- también tiene sus derechos y éstos son compatibles -según el parecer de jueces, magistrados y técnicos que emitieron y avalaron esa sentencia- con garantizar los de los menores. Como digo; tremenda inconsecuencia.

Juana Rivas es una víctima de violencia de género y una víctima de la ley que permite que el padre de sus hijos sea considerado apto para cuidarlos. Doble víctima, por tanto. Pero, además, y si ella misma no lo remedia (que tal vez está a tiempo de hacerlo), también lo será de la campaña de comunicación que la coloca en el centro de esta polémica en la que participo. Muchas mujeres empatizamos con Juana por todas las violencias que está sufriendo y sufre; algunas sin embargo no querríamos que esa empatía la alentara a llevar su situación al extremo del martirio.

El feminismo no puede permitirse más mártires. La condición de víctima no dota a nadie de un poder extraordinario para trascender las fallas del género. La condición de víctima la resuelven las mujeres que han sido dañadas cuando sanan.

Personalmente me gustaría que Juana sane; no que su caso -en el punto en el que está- sirva para abrir un debate. Como feminista quiero hablar de la situación de violencia que vivimos las mujeres -algunas con efectos terribles como los que está sufriendo Juana-; pero no confío en que una atención desmedida a un caso concreto -vuelvo a decir, en el punto en el que está- sirva para abrir con seriedad y serenidad un debate profundo. La violencia contra las mujeres, de otro modo, se confunde con la suma de casos de violencia contra las mujeres. Y no es lo mismo, ni cuantitativa ni cualitativamente.

Algunas feministas pensamos que los casos de violencia de género son una “forma histórica” que adopta la violencia contra las mujeres en nuestro tiempo, del mismo modo que pensamos que hay que trasladar al ámbito en el que estos casos se dirimen, es decir, al ámbito judicial, la conciencia clara de la desigualdad real entre hombres y mujeres.

Pensamos que la violencia estructurante que sufrimos las mujeres se enfoca mal desde los casos, de hecho, se desenfoca. Otras violencias -sexismo, prostitución o si se quiere maternidades subrogadas, por poner algunos ejemplos- quedan artificialmente alejadas de “los casos de violencia”, consideradas “temas distintos” hasta el punto de que hay quien, sencillamente, no los considera violencias. Esta consecuencia es dramática. Nos aleja de una pedagogía feminista integral, de la posibilidad de transversalizar el humanismo feminista y, con él, de crear nuevas subjetividades -y un mundo nuevo- desde nuestras experiencias como mujeres.

En general, desconfío de que campañas de comunicación sirvan para propiciar debates en profundidad acerca de temas cuyo telón de fondo son las desigualdades de género, sobre todo cuando entre éstas y la imagen de una mujer sufriendo, con el rostro encogido por el dolor y por el llanto, se presupone una continuidad narrativa que pretende subsumirse en la simpleza del eslogan. Claro, Juana también cuenta conmigo; asumo las violencias contra Juana como mías, me solidarizo con su condición de víctima, pero no puedo aceptar su martirio -por muy consciente y voluntario que me cuenten que ha sido.

No es verdad -como me parece que se desprende de algunos artículos que leo en estos días- que la historia de las luchas de las mujeres haya dado frutos esencialmente porque ha habido mujeres que, a partir de actos individuales, han plantado cara a las leyes reivindicando un nuevo orden de legitimidad.

La Historia -hace mucho que lo sabemos- no “evoluciona” en una línea de progreso. La historia de las mujeres -tan plagada de incumplimientos- menos todavía. Otra cosa es que identifiquemos ex post facto momentos, controversias, jalones, hitos, y hasta personas y personajes, que le dan sentido al relato que construimos sobre el pasado. Esos momentos condensan conflictos, luchas, ciclos de extraordinaria densidad, cuya explicación resolvemos plásticamente en la narración de hechos concretos. Hay una Rosa Parks -ejemplo tan extrañamente de moda en la España de nuestros días- por cada ciclo de lucha y protesta en la historia. No todas tienen, sin embargo, tanta posteridad. Temo que Juana y su innecesario (aunque todavía evitable martirio -y el de sus hijos-) caiga del lado de los olvidos, (y se me encoje el corazón).

(Público)