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Arturo Pérez Reverte: "El maltrato animal sale gratis en España"

Publica «Los perros duros no bailan», una novela policiaca ambientada en el mundo de los canes y una fábula, amarga y esperanzadora, sobre el poder redentor de los valores

Con los años, los personajes de un escritor tienen menos que ver con los demás y más en común con uno mismo. Como si el calendario desenmascarara el juego literario y dejara al hombre solo frente a sus criaturas. Arturo Pérez-Reverte, a lo largo de sus libros, ha ido prestando sus cicatrices y heridas a los protagonistas de su novelística. El autor los tallaba con el cincel de sus experiencias y vivencias y los barnizaba a posteriori con una trama o historia que les daba un fondo, el contexto, la manera de desenvolverse, que no era más que el remate genial de sus personalidades de ficción. Pero si uno se asoma a sus páginas resulta fácil identificar eso que se viene llamando «universo revertiano» y que no es más que una conjunción de valores, normas y maneras de comprender el mundo, que es, en definitiva, a lo que siempre aspira un autor. Desde «La tabla de Flandes» hasta el último relato de su obra, vibra un punto de vista pesimista frente a la condición humana, tiranizada por más imperfecciones que virtudes. Una mirada que, por mucho que él se esfuerce por encubrirla de dureza y crueldad, es taciturna y melancólica.

Resulta paradójico que justamente en «Los perros duros no bailan» (Alfaguara), una original novela policial ambientada en el crudo mundo de los perros y, sobre todo, de los perros de pelea, sobresalga con más dureza o tenga mayor relieve, quizá por su breve extensión, esta dura visión sobre lo que somos. A través de un can apaleado, pero todavía bravo, con el alma despedazada y las uñas manchadas de sangre, de nombre Negro y con la conciencia acosada, como Aquiles, por los congéneres que ha matado, Pérez-Reverte traza una ingeniosa fábula. En estos capítulos, los hombres son las sombras, malvadas, de esa caverna platónica que es todo libro. «Las personas somos superiores a un perro, pero ellos tienen una dignidad y unos valores que me gustaría que tuviéramos nosotros, porque son unos animales con unas virtudes extraordinarias. Ellos no son malos, somos los hombres los que los volvemos agresivos». Pérez-Reverte, comedido, evitando pisar charcos que no vienen al caso, desgrana los vínculos que le unen a las mascotas y los secretos de esta obra meteórica, en su gestación y también por su lectura, que se lee de manera rápida, fugaz, sin permitir descansos. «Si alguien tiene un perro, nunca estará solo», dice.

- Las cosas claras.

El novelista puede resultar prudente, pero nunca confuso, sino más bien al contrario, claro. Y así se manifestó ante el trato que reciben los animales en nuestro país. «El maltrato sale gratis en España. No es culpa de los jueces y los policías, sino de los políticos que no les conceden las herramientas para que lo puedan evitar. Mientras tanto hay una ralea de personajes que se benefician». Y añade: «Uno puede quemarle a un perro la cara y las patas con un soplete, que no le va a pasar nada. Como mucho, un año en la cárcel y una multa. Si no tienes antecedentes no entras en prisión y como esta gente no tiene dinero, no paga. Me sé hasta los nombres y los lugares en que se organizan las peleas. Pero no se puede hacer nada. Esos salvajes suben la música para que los vecinos no escuchen los ladridos. Mientras no se hace nada, hay mafias detrás que hasta secuestran perros».
Con este relato, donde los perros reproducen formas, tipos, actitudes y comportamientos de los hombres, el escritor ha podido eludir esa nueva amenaza que es lo políticamente correcto y bromear. Aprovechando, como dice, que los perros no están pendientes de las redes sociales y que el de los canes es un mundo machista, se ha permitido bromear sobre determinados asuntos, pero de manera inocente, sin querer herir a nadie. Para evitar malentendidos, el escritor, antes de nada, se detuvo a poner los puntos sobre las íes, por si alguno no se entera o no se ha querido enterar, que es también muy frecuente: «Lo primero, el machismo hay que acorralarlo». Pues eso. Una afirmación que sirve de introducción a un asunto , también, de enorme calado y bastante preocupante: cómo se está cercenando la libertad de expresión. «Antes podía escribir con más libertad. Algunos periodistas todavía pueden permitírselo, pero otros, no. Estamos viviendo un momento terrible. Lo que está en peligro es la garantía de la libertad de prensa, sea cual sea, de izquierdas, de derechas o de centro. Los lectores deben tener acceso a toda las opiniones para que puedan forjarse una idea contrastada sobre lo que sucede. Pero cuando se pide a los periodistas que se callen, es un instante trascendental. Jamás nos habíamos encontrado en una tesitura semejante. Esto es peor que la crisis económica, peor la crisis de la publicidad. Lo peor que existe es la autocensura por el miedo a lo que otros puedan decir», aseguró. Pérez-Reverte partió una lanza por los colegas de profesión: «Yo me puedo permitir lo que quiera, porque ya tengo una carrera y unos lectores, pero nadie se da cuenta que esa actitud puede afectar a muchos compañeros que todavía son jóvenes». En sus reflexiones sobre la actualidad, también dedicó unas palabras a una sociedad que ha malacostrumbado a sus ciudadanos, que los ha mimado en exceso, concediéndoles todos los caprichos. Algo que tiene mucha relación con su libro y su protagonista, Negro, un perro acostumbrado a pelear por lo que quiere. «No hay libertad que no se gane sin lucha. Vivimos en un mundo en que los jóvenes pueden tener todo y que piensan que todo está ahí gratis porque sí. Pero si eso lo tienen a su alcance es porque otros antes que ellos han luchado por conseguirlo, en ocasiones, con sangre y mucho esfuerzo. Los seres humanos estamos sometidos siempre a una reválida para demostrar que todavía tenemos derecho a lo que hemos conseguido».

- Luchar no es malo.

Arturo Pérez-Reverte reforzó sus palabras con lo que ha visto y vivido. «Ahí están las guerras, que demuestran que nada está consolidado, que todo puede de-saparecer. He conocido naciones que ya no existen y hombres poderosos que han sido barridos por la historia. La vida es un territorio hostil donde la lucha es permanente. Espartaco demostró que no se puede vivir sometido. Ahora se dice en las escuelas que está mal pelear, pero, aunque duela, es algo esencial. Si no son nuestros hijos, serán nuestros nietos los que afrontarán una lucha. Esta novela recuerda que aún tenemos que luchar». El escritor, que ha dado a la literatura española los héroes que no tenía y que había olvidado, que nos ha enseñado la España del siglo de Oro con un espadachín y la triste España de la Guerra Civil con ese alma huérfana de moralidad que es Falcó, respeta la figura antes mencionada de ese gladiador esclavo que es Espartaco. Pero con el sablazo de su ironía y retranca, comenta que ese espíritu no está al alcance de cualquiera: «Es fácil apropiarse de un nombre. Cualquier puede hacerlo. Pero eso no se logra poniendo un tuit. El nombre hay que ganárselo».

(J. Ors, La Razón)