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La «batalla» del lazo amarillo en las noches de Cataluña

La movilización permanente que predica el independentismo ha derivado en un tsunami de lazos amarillos que ha llegado a todos los rincones de Cataluña para exigir que políticos como Oriol Junqueras salgan de prisión. Hay lazos en todas partes. Colgando de las farolas, atados a los árboles o pintados en las aceras. Los responsables de esta inquietante fiebre amarilla son los autodenominados Comités de Defensa de la República (CDR), que organizan quedadas para llenar barrios enteros con estos símbolos ante la pasividad de los Mossos d’Esquadra.

Esta moda ha derivado en un problema de limpieza y convivencia que algunos catalanes están luchando por revertir. Así es como surgieron los GDR (Grupos de Defensa y Resistencia) o, de manera más reciente, la Coordinadora de Brigadas de Limpieza (CBL). En lo que fue una suerte de réplica a los CDR independentistas fueron formándose hasta una decena de grupos centrados básicamente en la tarea de «limpiar» las calles de todo tipo de simbología independentista.

ABC tuvo la oportunidad de acompañar a uno de estos «comandos» en una de sus frenéticas noches de actividad. Tal y como lamentan los responsables de estas acciones, las limpiezas tienen que realizarse con nocturnidad y envueltas de un inquietante secretismo. Así fue como quedamos con una de estas brigadas un domingo a media noche en el silencioso párking de un supermercado de la periferia de Barcelona. Hasta allí se desplazaron decenas de vehículos de los que fueron saliendo una cuarentena de personas de edades y perfiles muy variopintos. No en vano, entre los «Segadors del Maresme», uno de estos grupos, hay hombres y mujeres de entre veinte y sesenta años: estudiantes, parados, empresarios, amas de casa y profesores de universidad. Muchos de ellos, vecinos que nunca habrían pensado que les unía su hastío por la invasión que el secesionismo hace de las calles y los edificios públicos.
«Me sumé a este grupo porque en Cataluña ya no se respeta mi manera de pensar. Es mi primera vez y estoy nerviosa. Me propuse ir a sacar lazos yo sola en Premiá de Mar (Barcelona) pero me dijeron que era peligroso, así que me hablaron de estas acciones. Nunca me ha gustado la política, he llegado a este extremo porque se nos está yendo de las manos. Es nefasto, no se puede tolerar», explica a este diario Ariadna, una de las participantes en la limpieza, antes de resaltar que su vocación no es «combatir, sino limpiar». Poco después de las doce de la noche, el grupo se concentra en unos pocos coches y se pone en marcha en una caravana silenciosa y discreta.

Antes de iniciar la acción, los participantes han recibido instrucciones concretas e inflexibles. Caras tapadas, tranquilidad ante cualquier contratiempo y con una condición innegociable: si alguien viene a increparles mientras retiran los lazos -algo que suele ocurrir- deben permanecer callados y pasivos y serán Marc y José (los líderes del grupo) quienes lleven la voz cantante. Con esta idea en la cabeza, se dirigen a la localidad de Tiana (Barcelona), su primer objetivo. Allí se reparten en pequeños grupos y, escalera y tijera en mano, retiran centenares de lazos que cuelgan de las farolas de la calle principal del pueblo en un abrir y cerrar de ojos. Por suerte, en esta ocasión no encuentran violentos.

A semejanza de su reverso «indepe», estos grupos o brigadas de limpieza son autónomos, no tienen una estructura organizada y, como se dice, hacen la guerra por su cuenta. «Queremos ir un poco más allá de quitar lazos», explica a ABC José Casado, portavoz de los «Segadors del Maresme», quizás la brigada de limpieza más nutrida y organizada.

Las acciones de los limpiadores de lazos tienen un involuntario sentido poético. Al igual que Penélope, esposa del Rey de Ítaca en la Odisea de Homero, se dedicaba a tejer durante el durante el día y destejer durante la noche para aguardar la llegada de su amado, hoy en Cataluña hay ciudadanos pacientes y voluntariosos limpiando de madrugada la suciedad que la impaciencia y el fanatismo de sus vecinos tejen durante el día en forma de lazos amarillos. «Ojalá pronto podamos dedicar nuestros esfuerzos a otra labor», resume uno de los limpiadores mientras, agazapado, mete un puñado de tiras amarillas en una bolsa de basura. A escasos metros unos jóvenes miran atentos y advierten: «Mañana los volveremos a colgar».

(Miquel Vera, ABC)