Zhivka Baltadzhieva nació en Bulgaria en 1947, un año de estrés tremebundo para el Este de Europa, en el que funciona a pleno rendimiento la institucion estalinista llamada Tribunal del Pueblo. Sin embargo, ella creció en la pequeña ciudad de Sliven, refugiada en la literatura y en los pocos libros que quedaban en su casa mientras su padre cumplía su pena en un campo de trabajo.
Profesora de Literatura eslava, lleva afincada en España más de 30 años en una ambivalencia ontológica: no saber a dónde uno pertenece. Traductora de Miguel Hernández y Lorca, entre otros muchos grandes de la literatura española, podemos afirmar que Zhivka Baltadzhieva subrayaría el verso lorquiano “yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa”.
- ¿Cuándo comenzaste a escribir?
- No lo sé. Era tan pequeña que no lo sé. No podía salir mucho de casa y no me dejaban jugar con otros niños. Para mí era muy extraño. Solo más adelante comprendí por qué. Mi padre estaba en la cárcel y más tarde en un campo de concentración. No lo sabía. Mi madre y mis abuelos intentaban que no tuviera relación con nadie para que no me dijeran la verdad. Y, bueno, lo único que me quedaba era aprender a leer por mi cuenta, siendo muy pequeña.
No comencé a leer en la escuela porque en Bulgaria el colegio comenzaba entonces con siete años. Comencé a leer recordando los cuentos de un libro que me leía mi madre por la noche intentando adivinar qué palabra, qué letra aparecía ahí. Había pocos libros y me los aprendí de memoria. Sé que es una cosa muy extraña. Llegué a leer tanto que mis abuelos llegaron a prohibírmelos. En casa casi no había libros porque cuando arrestaron a mi padre se los llevaron casi todos, libros comprados antes de la era del socialismo, de grandes anarquistas como Tolstoi y que estaban prohibidos no solo en Bulgaria sino también en otros lugares de Europa. Todo ese tipo de libros se los llevaron de casa un día porque eran testimonio de la culpa, de no cumplir las exigencias del régimen.
A mi padre le arrestaron antes de que yo naciera. En el año 1947 estaba en la cárcel y el día en que yo nací, mi madre tuvo fuerza emocional para dar a luz y fue el día en que no lo juzgaron a muerte. Nací en el décimo mes. Y por eso tengo ese nombre que significa “vida” en búlgaro.
Siempre seguí leyendo y escribiendo todo el tiempo. Tuve la suerte de estudiar en un colegio muy bueno con grandes profesores. Tuve muy buenas calificaciones. Pero no podía ir a la universidad por ser hija de alguien que había sido condenado por el Tribunal del pueblo. Sin embargo, me presenté a los exámenes y obtuve la calificación más alta. Un miembro del tribunal tenía una carta del Comité del partido que decía “no tiene derecho a examen”. No sabía qué hacer. No podía volver a mi ciudad y decirle a mi padre que no podía estudiar porque él era disidente. Así que busqué trabajo, viví con unas amigas...
Sin embargo, el bibliotecario de mi ciudad se enteró de mi estado y fue a Sofia a ver qué sucedía conmigo. Un día andando por una de las calles principales de la ciudad, justo al lado del Palacio de Justicia, un coche negro paró a mi lado y una mano me cogió y me dijo “¿dónde andas? ¿qué haces? ¿tus padres van a morir de horror?”. Entré en el coche, me hicieron unas fotos y fui con él a la universidad, entregué la inscripción y las fotos. Así me dieron mi libro de estudiante. Inmediatamente me fui a Sliven a ver a mis padres. Siempre tuve las cosas muy difíciles —siete años estuve en la lista negra— a pesar de que había mucha gente que me apoyaba desde la unión de escritores porque trabajaba en una de las mejores revistas literarias de Bulgaria.
Allí publiqué algunos libros. Uno que firmé en 1963 y que finalmente se publicó en 1971. Así eran las cosas. Y no tengo ejemplares porque todos se agotaron enseguida. Con ese libro obtuve varios premios. Me llamaron de todo “metaforomaniática”, porque casi cada palabra que utilizaba en los poemas era una metáfora, también el verso libre y los espacios raros que dejaba entre los versos les parecían poco ortodoxos. Eran años muy difíciles en Bulgaria.
Los años después de la Primavera de Praga se celebraron en Bulgaria los encuentros mundiales de la juventud pero no puedo contarte lo que pasó. Quizá alguna vez. Los militares mataron a mucha gente. Me censuraron poemas, fotos y todo un libro en el año 1977, que se titulaba Amor. No era un libro de amoríos sino sobre el amor en general. Tenía el contrato y la posibilidad de llevarlo a una imprenta. No quiero hablar de eso porque destruyeron toda la documentación en el año 1989 cuando le regalaron a uno que era el Secretario de la Unión de Escritores la editorial entera.
- ¿Solo has escrito poesía?
- Solo he escrito poesía y ensayo. Nunca narrativa. Quizá mi mente no tiene capacidad para algo tan grande. Todo lo que he escrito lo tenía en mi mente de alguna manera.
Llegué a España de casualidad. Llegué en el año 1982. Mi marido, que es periodista, se fue de ayuda a Polonia por una hambruna, además de otros problemas políticos y sociales. La comida que le dimos para pasar esos días, la regaló. Me contaba que morían bebés porque las madres no tenían con qué amamantarlos. Cuando él volvió de allí se encontró con muchas personas que querían que escribiera un resumen de lo que había visto y sentido allí. Él escribió que si alguien quiere salvar una sociedad socialista debería gobernar de otro modo y humanizar el mundo: gobernar de otro modo, porque si no, se hundirá. Ese día le dieron vacaciones indefinidas.
- ¿Qué hicisteis?
- Me fui a casa de unas amigas a escribir mientras él estaba esperando que le llamaran de algún sitio. Durante meses y meses estuvimos esperando. Un día recibimos una llamada y le enviaron a mi marido un telegrama para proponerle el puesto de corresponsal para España y Portugal. Pero ninguno de nosotros sabíamos español. Solo un poco de latín. Aunque sabíamos inglés, francés… Nos dieron un día para pensarlo. Como era el puesto con el que siempre él había soñado, acepté y vine con él porque a mí también me estaban dando continuamente problemas en la redacción de la revista. Esa propuesta para mí fue una manera de exiliarnos del país.
Mi marido era un periodista muy bueno, muy estudiado en las universidades búlgaras con tan solo 36 años. Todo fue muy extraño. Así que aceptamos y nos fuimos. Poco después comenzaron las persecuciones en Bulgaria con los turcos y otras minorías. Mi padre volvió a un campo de concentración unos años antes… Tenía la sensacion de que había que salir si o sí.
- ¿Había campos de concentración?
- Sí. conocí ya a mi padre con cinco años por esa razón. En total entre la cárcel y los campos, estuvo casi diez años.
- ¿Quedan restos de los campos?
- No queda nada de esa historia. Tampoco había nada en mi casa de Sofia. Se habían llevado hasta las fotos de la familia. Casi me muero. No vamos a volver nunca más. Eso pensé. Se lo llevaron todo: documentos de la familia de mi madre que había sido unos revolucionarios muy importantes durante la I Guerra Mundial. Todos esos documentos los arrasaron.
- ¿Qué hiciste al llegar a Madrid?
- Aprender el idioma los primeros años y empecé a conocer a gente. La familia de Lorca me impresionó. También tuve contacto con Alberti, Valente, Mario Benedetti, al que veía cada vez que venía a Madrid. Él era una persona que era todo alma y corazón. Con la gente con la que estaba era solo ternura, solo amor. No se le puede comparar con nadie. Alberti era una persona dañada, una persona muy encerrada en sí misma. Tiene toda su explicación. La única vez que le vi con entusiasmo y con una sonrisa fue en un recital en 1984. Él tenía que leer sus poemas en el Círculo de Bellas Artes y eligió leer a todos los de la Generación del 27 en una especie de homenaje a la Edad de Plata de España. Luego, años más tarde para una revista, fui a verle a casa de su sobrina Teresa, estaba en un estado muy triste, casi agonizaba, no podía escribir…
También traduje a Lorca, a Miguel Hernández, también a nuestro amigo Ángel Guinda, algunos poemas de Quevedo y de Valente, que es de los poetas que más me gustan de todos, y otros poetas al búlgaro.
- ¿Escribes en búlgaro o en español?
- Escribo simultáneamente en búlgaro y en español. Pienso en los dos idiomas y todo es muy raro. Cuando estoy muy dolida escribo en otro idioma y me distancio de todo eso. Aquí comencé a escribir muy tarde. Porque tenía muchos contratos en Bulgaria que no acababan nunca de salir. Pero cuando alguien ha soñado toda su juventud por un cambio y ve que todo ese cambio es un fraude, se pierde el entusiasmo y pierdes el sentido de fe en el significado y en el sentido de todo lo que haces.
Además, comencé a trabajar en la Complutense. Y aquí tuve contacto con todos esos libros que en Bulgaria estaban prohibidos. Empecé a estudiar mientras daba clases de Introducción a las lenguas eslavas. Ahí explicaba la literatura rusa de Puskin, Tolstoi, Dostoyevski, y otros de la llamada “Edad de Plata” de la literatura rusa.Venían estudiantes de Derecho, de Historia del Arte e incluso de Física. Luego también impartí Literatura Búlgara. Pero con los nuevos planes de estudios, ya sabes, trocearon la asignatura.
- ¿Qué opinas sobre la situación actual de las humanidades?
- Se hace todo lo posible para que no existan, para que decrezca el número de alumnos y así también se limita el tiempo de estudio. Pero también el tiempo se convierte en un formalismo donde los estudiantes tienen que asimilar nombres y fechas y no hay tiempo real para leer, que es lo que alguien formado en Humanidades debe hacer. Me cuenta mi nieto que cada vez limitan más las horas de literatura en otros idiomas. Siempre creía que la Universidad era un lugar para pensar por sí mismo, ahora los estudiantes si han aprendido a pensar, desaprenden. Es una máquina expendedora de títulos donde pagas. Pero sin el desarrollo humano de aprender y compartir, y también de ver qué hay después y detrás de la lectura. No queda nada de la universidad que viví.
- ¿Cómo ves la situación literaria en España?
- Hay muchos autores. Es un buen momento. Hay un despertar de las letras. Veo un atrevimiento muy fuerte en la poesía mayor que en los años 80. Veo muchas mujeres poetas que me gustan mucho y veo que ellas están enfrascadas en la búsqueda de un significado nuevo de la palabra y de la vida.
- ¿Escribes todos los días?
- No sé si todos los días. Escribo. Pero tiro mucho. Muchísimo. Tiro casi todo lo que escribo.
- ¿Qué vas a publicar ahora?
- Voy a publicar un libro sobre las emociones que sentí al volver este verano de Bulgaria porque vine muy triste y tenía la necesidad de escribirlo en búlgaro. Voy cada año allí pero esta vez fue devastador porque encontré todo muy mal: mis problemas de salud, una tía mía también muy enferma, ella es la última de todos mis parientes cercanos.
Era triste también porque la realidad con la que me encontré fue un contraste social muy fuerte. La gente indigente de aquí, vive mejor que los pobres de Bulgaria. Me apenó mucho. Casi un 80% de la población vive en el umbral de la pobreza. Y la mitad de los búlgaros estamos exiliados. Con sueldos de 100 euros, ¿cómo vive alguien cuando los precios de la comida son los mismos que en España?
- ¿Quieres volver?
- No puedo elegir. No voy a volver. Allí no tengo donde volver. Aunque tengo una casa. Y, desgraciadamente, ya no tengo amigos, todos también han muerto o se han ido al exilio.
- ¿La situación aquí es mejor?
- No. No vemos al otro.
(Belén Quejigo, El Salto)
