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'Ema', de Pablo Larraín. Política de baile

Pablo Larraín se centra en una nueva generación de jóvenes chilenos en 'Ema', un film donde los cuerpos se convierten en una herramienta de protesta social

Tras cintas como 'Post Mortem' o 'No', Larraín se acerca por primera vez al Chile contemporáneo

Con ocho películas, el chileno Pablo Larraín (Santiago, 1976) ha trazado las coordenadas de una de las filmografías más interesantes y rotundas del cine contemporáneo no sólo de América Latina, sino de todo el mundo. A través de sus películas se puede cartografiar de una manera muy singular -con el elemento recurrente del fuera de plano- la historia reciente de su país. No se trata de cine sustentado en los acontecimientos históricos, sino en los personajes que quedan al margen del relato oficial. De este modo, retrató el final del gobierno de Salvador Allende en 'Post Mortem' (2008), narrando una inusual historia de amor en el contexto del golpe de Estado de 1973. Un imitador de John Travolta le sirvió para recrear la brutal dictadura de Pinochet en 'Tony Manero' (2010). Y esta trilogía que ocupa el comienzo de su carrera la cerró con 'No' (2012), la historia de la campaña de publicidad previa al referéndum que acabó con el gobierno militar y abrió las puertas a la democracia. 'El Club' (2015), sobre un grupo de sacerdotes desterrados por la Iglesia en la costa chilena, completa esta revisión a propósito de cuestiones históricas de su país.

Pero hasta ahora no se había acercado al momento actual, no había tomado el pulso al presente y 'Ema' (2019), que se estrena ahora tras su paso por el Festival de Venecia, es el retrato de una nueva generación. Jóvenes con conciencia social y preocupados por su futuro, una vez que las cuentas con el pasado parecen saldadas, como los que salieron en octubre a las calles del país a protestar contra sus políticos, mientras reclaman justicia económica, igualdad y respeto para ellos y para el mundo que quieren habitar.

El director, siempre acostumbrado a mirar al pasado, reniega de la etiqueta de "autopsia de futuro" al hablar de su nueva película. Prefiere decir que es un testimonio de hoy. "La gente de la generación que podemos observar en esta película probablemente nació durante este siglo y pertenecen a una generación que baila sin ningún tipo de vergüenza. Se expresan con sus cuerpos y con la música de una manera completamente diferente a la mía. Ésta es mi primera película ambientada en el Chile actual, donde hablo de una generación que no es la mía. Así que es nuevo. Fue una experiencia muy esclarecedora y un proceso fascinante".
La historia de Ema (Mariana Di Girolamo) comienza con una adopción fallida. La joven bailarina a la que hace referencia el título y su pareja (un coreógrafo interpretado por Gael García Bernal) deciden devolver a su hijo adoptivo a los servicios sociales. En el momento de esta ruptura, ella se sumerge en una nueva vida en busca de la libertad, tanto en el amor como en el sexo, y en defensa de su identidad. Y decide dinamitar el modelo de familia convencional, en otro gesto más de ruptura con el pasado de su país. En ese momento, entra en la película el reguetón como un gesto político, y el baile se convierte en un acto de protesta y de reivindicación generacional frente al pasado.

- Un nuevo ritmo en la calle.

"Hasta antes de esta película, no tenía ningún interés particular en el reguetón. Pero durante el proceso de producción llegué a conocerlo y a entender por qué toda la generación que está representada en esta película escucha esta música. Tiene un ritmo que está en todas partes, como cualquier elemento potente que viene de la cultura pop. Estás ahí y te obligan a vivir con ello. Es un ejercicio cultural que tiene su propia existencia ética y estética. Yo lo entendí. Aprendí de ello y terminé por interesarme", asegura el director chileno.

Si en la magistral 'Jackie' (2016) Pablo Larraín abordaba el duelo motivado por la pérdida de la mujer de J. F. Kennedy tras el magnicidio de su marido en Dallas, en 'Ema' también existe esa sombra del dolor de forma constante en el rostro de su protagonista. Pero esta vez la pérdida deviene en rabia y refleja las ansias de libertad de la juventud. Para captar estos matices y la mutación en los registros era necesario encontrar una actriz con ese punto imprevisible, es decir, lo opuesto al trabajo de Natalie Portman en el papel de primera dama de EE.UU.. Larraín vio la foto de Mariana Di Girolamo en un periódico, se citó con ella en un café y a los 10 minutos ya tenía claro que iba a ser 'Ema'. "Ella hace algo muy poderoso porque se convierte en ese vehículo, esa electricidad cultural pop-punk que tiene la película, que guía al espectador por un camino desconocido, sorprendente, cautivador y desafiante". La actriz, con una presencia hipnótica, aceptó el reto atraída por una película que no trataba de dictar cátedra, aunque sí tiene un importante valor sociológico. "Creo que es la muestra de cómo vive y sufre una generación que se aleja de los estereotipos, de los valores propios de la generación que nació y creció con muchas más limitaciones de todo tipo: de libertades, de tolerancia a la diversidad, de igualdad de géneros. Es una mirada profunda y humana de una gente que siente y hace las cosas de manera distinta. Y eso es lo que hace que lo mostrado en la película se vea fuerte y subversivo".

(Fernando Bernal, Tinta Libre, enero 2020)