Los manifestantes de Hong Kong pertenecen a una nueva era pero los motivos de su protesta son antiguos: falta de libertad, represión policial, miedo a ser engullidos por el gigante chino. Tienen un himno, llevan paraguas y empiezan a sospechar muy seriamente que la protesta pacífica no conduce a ninguna parte.
En La Paz, como en 'Novecento', de Bertolucci, bajan las masas con sus banderas indigenistas desde El Alto, tomando la calle porque Evo fue 'invitado' al exilio por el estamento militar en connivencia con un nuevo poder político que habla en nombre de la Biblia. La palabra del dios evangelista, el mismo de Bolsonaro, sustituye a la Pachamama en el imaginario simbólico. Hay un trasfondo racista: la clase oligárquica, blanca y criolla, no quiere ser gobernada por los indios, por mucho que estos mejoren la renta per cápita del país y erradiquen el analfabetismo.
Chile despierta de su sueño neoliberal y desempolva las canciones de Víctor Jara y Quilapayún como en un 'flashback' amargo delante de la pantalla del televisor. La chispa fue el aumento del precio del billete del metro, pero el descontento estaba ahí agazapado entre los estudiantes, los obreros, los sectores más vulnerables de una sociedad que no comulgó con el cuento neoliberal de las grandes cifras macroeconómicas. Chile pisa las calles nuevamente y hasta Patti Smith canta en un estadio de Santiago 'El Pueblo unido'.
En una calle de Ciudad Juárez, en el estado mexicano de Chihuahua, hay una cruz con demasiados clavos en recuerdo de cada una de las mujeres asesinadas impunemente. Al otro lado está El Paso, la frontera, Donald Trump, el sueño y la pesadilla. Muchas mujeres, mucha opresión, mucha violencia.
Eduardo Halfon, escritor guatemalteco, narra la visita a su casa de Ciudad de Guatemala de un hombre que le resultaba conocido y que se sentó en el salón, colocando una pistola encima de la mesa. Halfon, acababa de escribir su primer libro y aquella máscara conocida le avisaba: "No conviene andar hablando demasiado".
En España salen los grandes notarios del reino diciendo que esto marcha, que la economía toma impulso, que la inflación está controlada y el desempleo cae, pero esa llovizna de datos llega a muy pocos hogares y no salimos del círculo vicioso de la temporalidad y de la precariedad, dos anomalías contumaces del mundo feliz que nos describen los contables. Le siguen los padres de la iglesia de Bruselas reprendiendo al alumno díscolo por las pensiones, el IVA y el salario mínimo y parece que aquí nadamos en la misma placenta que Alemania, que a su vez declara públicamente que necesita millón y medio de trabajadores especializados.
Todo es un tumulto, arden las barricadas, pero la protesta conoce un único lenguaje universal; quizás no vivamos para contarlo, quizás nuestras diferencias sean más grandes que nuestras simpatías por la causa revolucionaria, pero sin movimiento todavía puede ser mucho peor. A veces David puede vencer a Goliat.
(Tinta Libre, enero 2020)