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Un Califa en el Congreso (Federico Trillo)

Anguita, Trillo y Borrell, en un encuentro en Madrid en 1998
Federico Trillo es exministro de Defensa

Federico Trillo reflexiona sobre su coincidencia con Julio Anguita en las Cortes

Julio Anguita ha sido un referente de dignidad personal, honestidad y coherencia en la política española, valores hoy tan en desuso. Coincidimos como diputados en el Congreso durante diez años: él como portavoz de Izquierda Unida y yo como vicepresidente en la oposición con el PP, y luego como presidente de la Cámara. Venía Anguita ya aureolado de su carisma como alcalde de Córdoba y secretario general del PCE.

Anguita no hacía acepción de personas por sus ideas; era la antítesis de la visión amigo/enemigo tan propia de quienes hoy se pretenden sus sucesores. Sostuvo hasta el final, sin concesiones, sus ideas: recuerdo que le recomendé, cara a una asamblea, que no utilizara el término comunista y se dirigiera a una ámbito de izquierdas más amplio: me miró con estupor mientras me decía «espera y verás». Arrancó su discurso en la Asamblea diciendo: «He sido comunista, soy comunista y seré comunista hasta el final». Y así lo ha cumplido. Como líder de la coalición Izquierda Unida mantenía su coherencia con el lema «programa, programa, programa», con el que había concurrido a las elecciones.

En privado, Julio era abierto, cordial y de humor andaluz. Coincidimos en la fiestas de Moros y Cristianos en Alcoy. Vestido de moro, Julio encarnaba más que nunca al Califa con el que le identificaban. Al verme a mi también de moro, me espetó: «¿Tu dónde vas así, renegao? ¡Tu eres conocido como cristiano y debes ir con los tuyos!» Así que, desde el año siguiente, yo fui admitido en la filá cristiana Mozarabes, naturalmente. Era un enamorado de las tradiciones populares, especialmente de las de su Córdoba, incluida su Semana Santa, en la que me refirió su experiencia de costalero bajo el trono de la Virgen.
Sabía y quería estar en su sitio, sin importarle las convenciones. La mañana del atentado de ETA contra Aznar cuando era líder de la oposición, estaba personalmente el primero en el sanatorio donde le atendieron. «Son unos h d p»-sentenció sin concesiones- «tenemos que acabar con ellos, pero con la Ley en la mano».

Cuando tuvo su primer episodio cardiaco, habíamos estado juntos hasta poco antes: me fui a verlo en cuanto fue posible. Estaba acompañado de dos de los suyos e intentó incorporarse Naturalmente no se lo permitimos, y añadió: «Pues incorporaros vosotros porque es el presidente de las Cortes que nos representan a todos» ¡Genio y figura! Luego les mandó salir, para decirme a solas que iba a dejar el escaño y progresivamente la política: «Tu eres mi presidente y debes ser el primero en tener mi confidencia»… Y así lo hizo.

Años después, cuando su hijo Julio murió en Irak lo llamé y no pudo atender mi llamada, que respondió otra gran amiga, Rosa Aguilar. Lo entendí, porque no cabe sacrificio más grande que la pérdida de un hijo. No sé como habrán sido sus últimos años. Pero sé que con personas como Julio, la política mereció la pena.

(ABC Córdoba)