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Boris Cyrulnik: "Después de esta pandemia, la ciencia será necesaria, pero harán falta economistas para proponer otro tipo de consumo"

El neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik recorre en el libro 'Escribí soles de noche. Literatura y resiliencia' (Gedisa) sus principales teorías sobre el trauma o la capacidad sanadora de la literatura

"A la pandemia resistirán mejor quienes tengan confianza, el lenguaje para expresar lo que sienten y una red afectiva", asegura Cyrulnik

"Sin sufrimiento, no tendríamos necesidad de nadie. Sin falta, no tendríamos nada que crear. Sin sueños, estaríamos inertes"

A Boris Cyrulnik se le introduce como neurólogo, psiquiatra, psicoanalista o etólogo. Pero, más allá de ese ramillete de títulos, este francés de 82 años es un superviviente. Hijo de una familia judía emigrada de Ucrania, su infancia cabalgó sobre una sucesión de pérdidas. Cuando los alemanes del Tercer Reich ocuparon el país vecino, sus padres fueron arrestados y deportados a un campo de concentración. Él primero recaló en un orfelinato y más tarde en los brazos de una enfermera. Logró mantenerse a salvo en Burdeos, su ciudad de origen, hasta que una tía lo encontró y se lo llevó a París. Podía haber sido, según el término usado por él mismo, un "patito feo": el miembro descarriado de una sociedad que se convierte en maltratador o delincuente. Un atrofiado mental cuyos traumas condicionan cada etapa venidera. Sin embargo, esa infancia desdichada le brindó la oportunidad de indagar en ella y elaborar las teorías sobre las que ha cimentado su obra. Cyrulnik habla de sufrimiento, de miedo, de duelo, pero aliña cada sensación con un barniz especial: de cada muesca vital rescata un aprendizaje.

De eso trata 'Escribí soles de noche. Literatura y resiliencia'. En este ensayo, Cyrulnik recorre el legado de varios escritores célebres que vencieron a un pasado sombrío gracias a las letras. Acudiendo a estos testimonios refleja su propia experiencia y divaga sobre sus principios fundamentales de estudio. Lo hace a lo largo de casi 300 páginas con un tono divulgativo y fresco: se parece más a un ejercicio de mayéutica, cuestionando sus dudas en voz alta, que a un manual acádemico. Incluso aborda temas que parecerían lejanos o inimaginables hace unas semanas. Por ejemplo, una pandemia planetaria. Cyrulnik alude a cataclismos ancestrales sin saber que, en lo que hubiera sido la promoción del libro, llegaría una crisis sanitaria y económica mundial. Un virus originado en China se propagaría desde principios de año por todo el globo terráqueo y confinaría a sus habitantes en casa, llegando a contagiar a más de siete millones de personas y a causar la muerte de más de 300.000. El coronavirus ha dejado en el aire miles de actividades cotidianas y ha remarcado aquellos renglones de la obra en los que se analizan los resurgimientos de la naturaleza o del ser humano tras las tragedias.

Esta coyuntura ha encerrado a Cyrulnik en su hogar, donde aprovecha para leer y acabar trabajos a medias. Desde allí atiende brevemente por teléfono. Resopnde así a la inevitable pregunta de cómo afectará la pandemia: "Hemos salido adelante en otras epidemias. El ser humano sabe de qué va esto", asegura, concretando que "resistirán mejor los que atesoran una fortaleza basada en tres factores: confianza en sí mismos, un dominio del lenguaje que les permita expresar lo que les pasa y tener a alguien a quien contárselo, una red afectiva de familiares y amigos".
Cyrulnik vuelve entonces a la famosa resiliencia. Una palabra que se menciona a menudo desde hace unos años para definir la capacidad de adaptarse a los cambios y que él resume como "iniciar un nuevo desarrollo después de un trauma". "Lo complicado es descubrir qué condiciones la permiten", arguye. "Si alguien, desde el nacimiento e incluso antes, ha recibido improntas biológicas que lo fortalezcan, se desarrollará. Y si le ocurre una desgracia, sabrá enfrentarse mejor a ella. Ahí hablaríamos de resistencia. Si alguien está traumatizado y, después de la desgracia, es capaz de iniciar un nuevo desarrollo, entonces hablamos de resiliencia. Es decir, depende un poco de la persona y mucho de su entorno antes y después del trauma".

En este sentido, la "evolución ecológica, la de las plantas, de los animales y las personas se produce mediante saltos, mediante catástrofes", apunta. "El desastre de una estrella que se apaga es la alegoría del fin del universo. No hay resiliencia posible. Pero cuando un corte destruye el mundo vivo, los trozos dispersos pueden unirse de nuevo. Cuando la mente simboliza, es posible reanudar la vida. Pero será otra flora, otra fauna, otra forma de ver el mundo, tal como lo define la resiliencia".

"La historia de la Tierra está llena de extinciones masivas que, hasta en cinco ocasiones, destruyeron hasta el 95% de las especies vivas. pero cada vez la evolución ocasionó 'explosiones de creatividad de la vida'. Cada hundimiento de una civilización hace aparecer nuevas creaciones, nuevos códigos relacionales, nuevas leyes y valores", incide Cyrulnik. "Lo más ilustrativo de este fenómeno es la 'muerte negra', la peste bubónica de 1348", recuerda. En pocos años, sostiene, murió la mitad de los europeos y dejó un continente apagado.

Ya no se podía cultivar el campo debido a la escasez de personal. "Las tierras abandonadas y el bosque se adueñaron del territorio. La vid y los cultivos de cereales desaparecieron. La mano de obra de los supervivientes se convirtió en algo tan caro que la noción de servidumbre desapareció", señala, "las ciudades perdieron población. Las casas se vaciaron y su abaratamiento facilitó el éxodo rural. En dos años, la población francesa pasó de 17 millones a 10 millones de habitantes. Este choque demográfico y geográfico hizo nacer en pocos años otra forma de pensar la vida en sociedad".

Muchos de estos procesos vienen marcados por el miedo, "una reacción adaptativa que facilita la supervivencia". Y por la literatura, elemento utilizado por personalidades como Primo Lévi, Georges Prec, Jean Genet, Victor Hugo, Mary Shelley o Arthur Rimbaud para resarcirse de la tristeza. "Afrontan el horror de la realidad porque tienen una vida interior, a veces incluso una poesía, una habilidad para dar sentido a la incoherencia. Este fenómeno es algo observable cuando las personas deben vivir en condiciones extremas. Más fuerte que la fuerza física es la fuerza mental, que organiza la resistencia frente a las dificultades y la vuelta a un desarrollo resiliente", anota.

Si fuéramos inmortales, explica el autor, "sólo conoceríamos el cansancio de vivir, jamás tendríamos el placer de renacer, de volver a la vida". Cyrulnik filosofa en torno a los conceptos de duelo y empatía, otorgándoles un carácter universal y una importancia crucial en el desarrollo: "Si estuviéramos siempre llenos, nunca sentiríamos el placer del apetito. No habría sufrimiento mayor que la ausencia de sufrimiento. Pero como tenemos la suerte de conocer la infelicidad, estamos obligados a buscar a quienes nos tranquilizan, dándonos así la felicidad de amarlos. Sin sufrimiento, no tendríamos necesidad de nadie. Sin falta, no tendríamos nada que crear. Sin sueños, estaríamos inertes. Nuestra existencia solo sería un vacío, un sinsentido peor que el dolor. Por este motivo, la melancolía está en el centro de la condición humana".

"El mero hecho de ser en el mundo es un misterio inexplicable", continúa. "¿Por qué la vida? ¿Por qué la naturaleza? ¿Por qué el universo? ¿Por qué no simplemente nada? Estos enigmas nos fascinan y angustian, encontes es cuando el impulso hacia el sentido nos tranquiliza y nos dinamiza. Sabemos por qué debemos vivir, sufrir y morir un día. La inmensa mayoría de seres humanos ha encontrado esta solución. La espiritualidad nos eleva por encima de lo inmediato y crea la condición humana", aventura Cyrulnik, que formó parte de un grupo de expertos para asesorar al presidente francés Emmanuel Macron en materia educativa.

- El placer de renacer.

Según defiende el autor, los cinco primeros años de vida son clave para la salud mental de la persona. Justo los que él pasó huyendo y atemorizado por la contienda y el genocidio. Le salvó la literatura, tal y como advierte: "Cuando la desgracia irrumpe en el psiquismo, ya nunca sale de él. Pero el trabajo de la escritura metamorfosea la herida gracias a la artesanía de las palabras, las normas de gramática y la intención de hacer de ello una historia que compartir con los demás. El objeto escrito es observable, exterior a uno mismo, más fácil de entender. Dominamos la emoción cuando ya no se apodera de nuestra consciencia. Y al someterlo a la mirada de los demás, el objeto escrito tiene el efecto de un mediador. Ya no estamos solos en el mundo, los otros saben, yo se lo he hecho saber. Al escribir, he recompuesto mi yo desgarrado".

Regresando al contexto actual, Cyrulnik alega que "la ciencia es necesaria, pero no suficiente" para superar esta pandemia. "Es necesaria para el diagnóstico o para sanarnos en casos como la poliomielitis o la listeria. Estas enfermedades han desaparecido gracias a los científicos, pero no basta su labor. Si favorecemos los mecanismos de creación de virus (con la sobreexplotación del medio), reaparecerán las epidemias. Harán falta economistas para proponer otras formas de consumo", zanja este investigador del comportamiento humano y, más allá de cualquier credencial, superviviente.

(Alberto G. Palomo, Tinta Libre, junio 2020)