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David Stuckler: "No hay dicotomía entre la vida y los aspectos económicos"

Hace siete años se publicó un libro de título profético, 'Por qué la austeridad mata', en el que su autor, basándose en el ejemplo del Reino Unido, preludiaba un escenario similar al de esta pandemia. El Estado del bienestar no puede permanecer con las defensas tan bajas

La creación del Sistema Nacional de Salud Británico (NHS) situó la sanidad universal como un pilar fundamental en la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial

El plan de recortes en Grecia tuvo efectos para la salud de la población: aumentaron las depresiones y suicidios, se incrementó la mortalidad infantil y resurgieron enfermedades casi superadas

"Hay gobiernos que cegados por la ideología, están jugando con la vida de las personas poniendo en marcha experimentos sociales"

Algunas enfermedades se recrudecen cuando las defensas están bajas. en el año 2013, cuando los recortes dictados todavía prometían una enorme prosperidad a largo plazo, David Stuckler, un experto en salud global de la Universidad de Oxford, publicaba, en compañía del investigador Sanjay Basu, el libro '¿Por qué la austeridad mata? El coste humano de las políticas de recortes' (Taurus). En este breve volumen, ambos recogían y culminaban una serie de investigaciones realizadas durante la crisis económica con las que lograban conquistar la eterna meta de todos los científicos sociales: la detección de relaciones causales o vínculos causa-efecto, en su caso, entre los recortes presupuestarios efectuados durante la era de la austeridad y el incremento de enfermedades físicas y psicológicas de toda índole.

La devastación sanitaria, económica y social provocada por el covid-19 otorga a este estudio premonitorio una validez excepcional, por una parte, porque los recortes de los años previos han logrado desmovilizar numerosos recursos que hubieran hecho posible una respuesta más contundente y, por otra, porque las políticas de austeridad que ya se advierten en determinados ámbitos del discurso público representan, en sí mismas, todo un rebrote vírico, con consecuencias fácilmente imaginables gracias a nuestra experiencia previa.

'¿Por qué la austeridad mata?' expresa de manera descarnada y desde el propio título la relación registrada entre las políticas públicas de recortes iniciadas en el año 2010 en Europa y los elevados índices de muertes por diversas enfermedades, algunas de estas, antaño domeñadas o incluso extinguidas. Este análisis sugiere otra realidad no menos incómoda, como las lesivas consecuencias de carecer de soberanía política y económica: en un extremo, el caso de Islandia, que tras varios referéndums, nacionalizaciones y portazos al Fondo Monetario Internacional, generó las condiciones adecuadas para la prosperidad económica y la mejora de sus índices de salud, e incluso de felicidad; en el otro, Grecia, rodeada por la denominada 'troika' -Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI-, que se vio obligada a un fatídico plan de recortes que afectó en un 25% al presupuesto de los hospitales públicos. Esto tuvo efectos a corto y largo plazo sobre la salud física y psicológica de la población, como una escalada de depresiones y suicidios, un preocupante incremento de la mortalidad infantil y, además, el resurgimiento de enfermedades que, como la malaria o la tuberculosis, se consideraban completamente superadas.
Pero no hace falta ser Grecia para haber promovido políticas destructivas contra la salud pública. La austeridad no solo ha sido un paradigma propio de naciones financieramente arrinconadas: también las ha habido fervorosamente convencidas. En el Reino Unido, la pareja gubernamental David Cameron-George Osborne multiplicaría la potencia del experimento de los recortes a través del tenebroso término de 'austeridad permanente', con una reducción de la inversión en Sanidad, combinada con operaciones consideradas fuera de presupuesto -no computables en materia de déficit público-, destinadas a conceder a grandes consorcios privados la ejecución de servicios sanitarios y de prevención de enfermedades y accidentes laborales anteriormente gestionados por el sector público.

- Una nueva normalidad austera.

Han pasado siete años ya de la publicación del libro de David Stuckler y los mismos países que sufrieron la epidemia ideológica de la austeridad mantienen ahora una dura pugna contra una pandemia que bate récords de muertes y -algo no menos importante- de incertidumbre de cara al presente y al futuro. En esta batalla tan desigual en la que las sociedades van perdiendo vidas y recursos diariamente frente a una amenaza invisible que cuestiona los fundamentos de nuestro modo de vida, el profesor Stuckler sigue viendo en las directrices de política económica de la década previa uno de los mayores caldos de cultivo. "Existen pocas dudas de que los profundos recortes implementados durante los últimos 10 años han hecho que la contención y el control del coronavirus haya sido mucho más difícil que de haber mediado otra política aplicada a la salud", señala.

De la conversación con este experto formado en Cambridge y que ha recorrido el mundo, precisamente, para probar la validez general de sus temibles hipótesis, se deduce una suerte de ley de hierro del Estado del bienestar: el buen estado de salud y, con ello, la calidad de vida de la población dependen, en última instancia, de "una inversión robusta" en infraestructuras sanitarias. De aquí se deduce que la defensa de la vida y la lucha contra las enfermedades debe constituir una meta prioritaria que relegue a un segundo plano los diversos criterios contables y los ratios presupuestarios.

Sus reflexiones son poco halagüeñas, quizá por un elemento comparativo que juzga casi imposible de superar y que se sitúa en pleno período de posguerra mundial, en 1948, un año en el que se adoptaron "decisiones valientes". En aquella época, con el Reino Unido arrasado por la guerra y por una deuda pública del 400% del PIB -un ratio que apenas llegaba al 90% antes de la extensión de la pandemia-, una serie de dirigentes laboristas, en especial, otra pareja, la formada por el primer ministro Clemente Attlee y titular de Sanidad Aneurin Bevan, decidieron situar la salud universal como un pilar fundamental para la reconstrucción de la sociedad británica al constituir el Sistema Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés). Durante los años siguientes, en un contexto de crecimiento económico con una emergente protección social, con bajo desempleo y escasa inflación, las propuestas relacionadas con la austeridad se confinaron en los márgenes de los departamentos de Economía. Aquel espíritu de reconstrucción parece ahora remoto, pese a que Reino Unido se encuentra entre los países más afectados por la pandemia, y pese a que el ingreso en una Unidad de Cuidados Intensivos del propio primer ministro, Boris Johnson, constituya la mejor imagen de la derrota de todo un modelo de política económica.

"La posguerra representó un momento histórico en el que se produjeron grandes cambios con el Sistema Nacional de Salud como uno de los más exitosos resultados; sin embargo, ahora mismo, el debate se está limitando a si se debe permitir un mayor o menor estímulo de gasto para combatir el coronavirus", afirma Stuckler, que si bien considera que la experiencia crítica de Johnson en el hostpial puede influir en una cierta alteración de la manera de salir de esta crisis, postula que en la lentitud y en la defectuosa respueta organizativa "el legado de la austeridad y la cultura de apretarse el cinturón han tenido un peso muy importante".

Pese a las recientes declaraciones provenientes del Banco de Inglaterra, que ha prometido financiar directamente -es decir, sin emitir deuda pública- buena parte del gasto en relación con la lucha contra la pandemia, quienes mejor conocen esta doctrina de austeridad económica, orgullosa por sumisa a una serie de principios difíciles de demostrar científicamente, no se hacen ilusiones. "No nos olvidemos, además, de lo que pasó después de 2008: al principio de la crisis financiera se produjeron numerosos estímulos, mayoritariamente destinados a rescatar a los banqueros; y, después, llegaron las políticas de austeridad. Esto podría volver a ocurrir ahora: en esta ocasión, también se han puesto en marcha grandes paquetes de ayuda para que muchas empresas no quebraran y, si la austeridad llega, por ejemplo, dentro de un año, estos estímulos podrían acabar sobre las espaldas de los ciudadanos a través de más recortes", considera Stuckler.

- ¿La economía o la vida?

La doctrina de la austeridad puede también contemplarse como la pieza central de una forma de ver la vida social en la que lo referente a la economía representa la condición prioritaria para que lo demás pueda seguir adelante. Este sesgo está afectando notablemente a los debates sobre cómo organizar una desescalada que minimice los riesgos de contagio y muertes adicionales. "Hay que partir de que no hay una dicotomía entre la vida y los aspectos económicos. Durante la Gran Recesión ocurrió exactamente lo mismo. Lo importante, entonces, era que se produjera una fuerte respuesta gubernamental para atender a las personas en riesgo. En medio de esta pandemia, pensando especialmente en la gente mayor, la mayor prioridad debe seguir siendo la salud. El consenso general y científico es que, una vez que se aplana la curva, tiene sentido ir abriendo de manera lenta y escalonada, en función de las diferentes circunstancias de cada país. En Madrid, por ejemplo, existe una mayor densidad de población que en Dinamarca, lo que modifica esencialmente la dinámica. Pero es preciso, en este período, dejar la política y las ideologías a un lado, permitiendo que los datos y la ciencia ocupen el primer plano de las decisiones. Hay preguntas demasiado importantes para ser respondidas por la política y por las ideologías. Hay, además, Gobiernos que, cegados por estas, están jugando con la vida de millones de personas poniendo en marcha experimentos sociales radicales".

La era de la austeridad, aparentemente interrumpida por los distintos estados de alarma, parece querer seguir condicionando la dinámica de unas sociedades cada vez más debilitadas por la crisis sanitaria. El peligroso símil que compara una economía nacional con un hogar -no debe gastarse lo que no se tiene, el endeudamiento es un fenómeno enteramente negativo, etc.-, seguirá pesando en las decisiones económicas que, planteadas de un modo alternativo, podrían acortar la duración y la profundidad de la crisis.

"La cuestión no es si vendrá otra pandemia después de esta, sino cuándo lo hará. Con todo lo que ha pasado, nuestras sociedades están ahora mucho más preparadas", apunta Stuckler. Grecia, destrozada por los recortes durante una década, ha logrado una sorprendente contención, constituyendo un ejemplo paradójico. "Ha logrado contenerla, probablemente anticipando que sería devastada por el virus a raíz de los recortes sufridos todos estos años", explica. "Lo ha conseguido actuando de manera pronta y, además, agresiva, con medidas que han evitado la penetración generalizada". Un modelo de prevención y de realismo que, no obstante, requiere de la recuperación de las inversiones públicas dramáticamente recortadas para garantizar la seguridad vital de los ciudadanos y, precisamente, gracias a ello la prosperidad económica.

(Andrés Villena, Tinta Libre, junio 2020)