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Perpiñán. Como fruta madura (Ramon Aymerich)

Un partido de rugby de la USAP, uno de los símbolos de la ciudad de Perpiñán
Treinta y cinco años después de ser percibida como un objetivo, Perpiñán ha caído en manos de la extrema derecha por la incompetencia de sus adversarios

La ciudad está increíblemente fragmentada, social y étnicamente. Y las dos comunidades más pobres, la gitana y la de origen magrebí, enfrentadas

Alduy confió en la Eurorregión y en el TGV para salir del estancamiento. Pero el tren pasó de largo y él tuvo que abandonar la alcaldía

Perpiñán. ¿Cuánto hace que no oían hablar de la ciudad? Quizás les suene el acto multitudinario que celebró allí Carles Puigdemont el 29 de febrero pasado, en los días previos a la pandemia. Pero es probable también que la última vez que pensaron en la capital del Rosellón fue en 2014, el año en el que corrió la alarma porque la ciudad estaba a punto de caer en manos de la extrema derecha del Frente Nacional de Marine Le Pen.

Sí, hace seis años ya se hablaba con horror de la caída de Perpiñán. Aquí abajo, al otro lado de la frontera, Vox, que comparte y supera en extremismo las ideas del Frente Nacional, acababa de crearse y sus expectativas electorales eran mínimas. En Badalona, Xavier Garcia-Albiol ya utilizaba la retórica anti-inmigración para ganar elecciones. Pero en Francia la extrema derecha era un peligro tangible desde los años 80. Siempre con la convicción de que Perpiñán iba a ser para el Frente Nacional, rebautizado en 2018 como Ressemblement National (RN).

Han tenido que esperar treinta y cinco años, pero lo han conseguido. La noche del pasado domingo, a las 20 horas, Marine Le Pen tuiteó: “Perpignan!”.
El personaje que ha obrado el milagro ha sido Louis Aliot, abogado que fue pareja sentimental de Marine. Lo intentó tres veces. En las dos anteriores los otros partidos se movilizaron para cerrarle el paso. Esta vez no. Para ganar, Aliot se ha olvidado de los exabruptos racistas y antisemitas de 2014. Se ha aliado con la derecha local en una ciudad que siempre ha sido de derechas, que la gobiernan desde 1959. Incluso ha hablado de catalanidad. Algo inofensivo en el actual contexto, pero inusual en el discurso del lepenismo tradicional.

La victoria de Aliot le garantiza un futuro brillante en el partido. Hombre de orden, que no comparte los tics anti-europeístas y obreristas de su ex compañera, suena ya como candidato para unas futuras presidenciales. Es la nueva cara de la extrema derecha, la derecha extrema. Estructurada en torno al discurso anti-inmigración y la guerra cultural, pero alejada del partido vociferante que fundara el paracaidista Le Pen en 1972.

La pregunta siempre es la misma. ¿Por qué Perpiñán? Con 120.000 habitantes, la ciudad tiene uno de los mayores índices de pobreza de Francia (quinta en el ranking). También de desigualdad (cuarta). Tiene un paro elevado (20% antes del virus). La criminalidad es alta y la percepción de inseguridad también. La agricultura y la viticultura dinamizaron la zona en los 50, pero el ingreso de España en el Mercado Común (1986) cortó de golpe esa expansión. Después, el Rosellón se echó en brazos del turismo y de la construcción. Perpiñán nunca ha tenido una industria ni el espíritu innovador de las vecinas Toulouse y Montpellier.

Ciudad cosmopolita, Perpiñán está increíblemente fragmentada. Social y étnicamente. Las dos comunidades más pobres, los gitanos y la población de origen magrebí se llevan mal. En 2005 se enfrentaron, hubo muertes y saqueos en el centro de la ciudad. La depauperada comunidad gitana se concentra en el barrio de Sant Jaume, el más pobre de Francia. Llegó a la ciudad en el siglo XVI, equivale al 10% de la población (la mayor concentración de Europa occidental), habla un catalán milagrosamente inalterado y se ha beneficiado históricamente del clientelismo que practicaba la derecha en la alcaldía. La población de origen magrebí, a su vez, ha sido instrumentalizada por los socialistas para erosionar al gobierno local.

Pero todo es más complicado. Perpiñán es ciudad de frontera. En 1962 acogió a 17.000 pieds noirs, franceses nacidos en Argelia que huyeron cuando el país africano alcanzó la independencia. La experiencia vital les escoró hacia la derecha y la animosidad hacia los magrebíes. Y explica en parte el resultado de las municipales de 1989: un militar con historial en Argelia, y fundador de la OAS (terroristas de extrema derecha), Pierre Sergent, obtuvo el 29.25% del voto para el Frente Nacional. La ciudad parecía predestinada.

Finalmente están los franceses del norte del Loira, muchos de ellos llegados para una jubilación soleada. Amantes del orden. Son los “gavatxos”, como les llaman los nacidos en Perpiñán, los “catalans de souche”, que no superan el 41,5% de la población.

El establishment político local no es tampoco un modelo de dinamismo. La ciudad ha sido gobernada desde 1959 por la dinastía Alduy. El padre, Paul Alduy mimó a los pieds noirs y encontró su comodín en los gitanos. El hijo, Jean-Paul Alduy (1993-2009) pensó que el dinamismo que llegaba del sur iba a abrir la ciudad al mundo y la sacaría de ese rincón del hexágono en el que se encuentra. Apostó por la Eurorregión y el TGV. Publicitó una catalanidad tenue para superar tanta fragmentación. El Rosellón pasó a ser la Catalunya Nord y la ciudad se publicitó como “Perpignan, la catalane”. Pero al final París dejó a Perpiñán sin el TGV . Y en 2009 tuvo que abandonar la alcaldía por fraude en las municipales de un año antes (al descubrirse que un presidente de mesa llevaba papeletas de voto de Alduy escondidas en los calcetines, el fraude à la chaussette, lo llamaron). Le pasó la alcaldía al insípido Jean Marc Pujol.

Perpiñán ha ocupado cientos de editoriales de la prensa francesa henchidos de retórica antifascista. Ha sido objeto de numerosos estudios sobre esa deriva (Dominique Sistach, Nicolas Lebourg). La han descrito como una ciudad con síntomas de descomposición, abandonada por el centralismo francés. Una ciudad en la que el trasvase de candidatos de un partido a otro, de izquierda a derecha y a la inversa, es excepcionalmente alto; donde la imaginación democrática parece agotada y la oferta electoral es indiferenciada para los electores, muchos de los cuales no han visto otra alternativa que la de Louis Aliot. Perpiñán estaba demasiado madura como para no caer en el saco de la extrema derecha.

(La Vanguardia)