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Unamuno sentimental (Arturo Barea)

En este tiempo en que España redescubre su sentimiento trágico de la vida, releemos el ensayo que Arturo Barea dedicó al maestro Miguel de Unamuno. Escrito en el exilio inglés, en 1952, la obra no fue publicada en castellano hasta 1959 por la editorial Sur de Buenos Aires. Ahora vuelve de la mano de Espasa

Unamuno lanzaba ataques en todas direcciones, estimulando siempre a los demás a desarrollar los temas que él había dado por terminados

Es posible pensar que su obsesión resulta mórbida o que interesa como ejemplo de la mentalidad hispánica, pero casi nadie podrá permanecer indiferente cuando Unamuno habla de sus temores

Unamuno despreciaba cualquier periodismo hueco o demagógico, pero pronto se dio cuenta del valor de las controversias públicas en la prensa y de la ventaja de ser 'tópico' o 'local' cuando quería que sus ideas se escucharan. Deliberadamene se expuso a los ataques, exagerando sus argumentos contra toda forma de abulia espiritual o de conformismo, de fanatismo estéril o de hipocresía farisaica. Esto significaba, por supuesto, que Unamuno lanzaba ataques en todas direcciones, repitiéndose a menudo, contradiciéndose, pero volviendo siempre a su posición central y estimulando siempre a los demás a seguir y desarrollar los temas que él había dado por terminados.

Tomemos un ejemplo entre cientos: la actitud de Unamuno ante el atraso rural y la civilización urbana en algunos de sus aspectos cambiantes. Es un buen ejemplo porque demuestra cómo vinculaba él un problema político o social con su busca de una fe, lo más importante para él. En 'La vida es sueño', Unamuno había elogiado la muda sabiduría de los campesinos y había despotricado contra el progreso que los haría "articulados". Este artículo es de 1898, cuando los modernistas parecían triunfantes. En 1904, cuando los políticos, y en particular los conservadores, adulaban a las masas iletradas a las que debían su triunfo electoral, Unamuno declaró en un artículo ('Glosas a la vida. Sobre la opinión pública') que esa supuesta democracia era, en efecto, el gobierno de los analfabetos -en aquel momento, un cuarenta y nueve por ciento de la población adulta-, a quienes llevaban a votar "aborregados". Llegó a pedir que se les quitara el derecho de votar, porque "este pueblo no tiene doctrinas ni sentido alguno propios en lo que se sale de su vida inmediata, y de pan ganar". En 1907, después de otra victoria gubernamental en las urnas, enunció aún más claramente lo que pensaba sobre la ignorancia rural como virtud cívica. En 'La civilización es civismo' escribió. "[...] En lo que quiero detenerme es en el hecho de que la inmensa mayoría de los diputados adictos [al Gobierno] -esta vez, conservadores y reacccionarios aún mejor- sean diputados rurales. La oposición la dan las ciudades, y las ciudades es lo único consciente que hay hoy en España. El campo está en general sumido en la ignoranica, en la incultura, en la degradación y en la avaricia. [...] El aldeano es codicioso y avaro. Y el aldeano es tristemente inconsciente. Masas enteras de campesinos ignoran quién gobierna. No creen en la ley ni en su eficacia [...]".

- Las reformas sociales y la religión.

Unamuno argumentaba que, en la liberal Salamanca, los obreros hambrientos habían rechazado el soborno ofrecido por sus votos, en tanto que los campesinos de las aldeas vecinas se habían vendido por un mendrugo. Aun en su País Vasco los pueblos eran mejores moralmente que los villorrios, en que abundaban casos de "sordidez despiadada".
En cambio, en 1909 participó en un homenaje a Darwin (a quien respetaba altamente) y quedó espantado al descubrir la interpretación "anticristiana" que los trabajadores daban a la ciencia de la evolución. En el artículo 'Materialismo popular' explicó que estaba de parte de las reformas sociales y económicas en tanto estas no destruyeran la preocupación por Dios y por la inmortalidad. No le inquietaba el hecho de que el pueblo perdiera sus creencias ortodoxas, sino que debilitara su deseo de una supervivencia personal más allá de la muerte, aunque él llevaba "esa espina en lo más profundo del corazón". Decir que el hombre sobrevive en sus actos, en sus hijos y en su aporte a la mejora de la sociedad humana le parecía "miserabilísimos subterfugios para escapar de la honda desesperación", la desesperación de no poder creer en la inmortalidad. Señalaba que gente educada en la religión católica, como los obreros españoles, estaban preparados para aceptar los más vacíos principios del materialismo. Espíritus formados por el legado de siglos de "religión autoritaria y ritual" se hallaban en peligro de caer "de la ridícula e infantil superstición en un cielo e infierno en la más grosera superstición del mero aquí y ahora". Si era ese el fruto de leer, entonces él, el campeón de la cultura para el pueblo español, empezaba a preguntarse si había derecho a enseñar a leer a los obreros.

En este sector de su pensamiento en zigzag, Unamuno pasó de una inicial expresión implícita de su miedo a la muerte a una confesión personal ya explícita. En 1898 parecía preocupado por evitar a los demás los tormentos de su propia duda; en 1909 había llegado a desear que todos compartieran su desesperación. Al mismo tiempo había concretado sus ideas sociales, estaba más dispuesto a intervenir en cualquier conflicto político que despertara su conciencia cívica y se había vuelto un adversario decidido del sistema monárquico-conservador, por más graves que fueran sus críticas a las izquierdas. Había logrado dar a su palabra, hablada o escrita, una forma que se ciñera netamente al concepto que de sí mismo tenía: "Lo más de mi labor ha sido siempre inquietar a mis prójimos, removerles el poso del corazón, angustiarlos", según dijo en el ensayo 'Mi religión', de 1907.

- El sentimiento trágico de la vida.

En tal estado de ánimo, Miguel de Unamuno escribió su obra más inquitante. 'Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos'. El libro que no fue concebido como tratado filosófico ordenado sobre la condición humana, sino como registro de los pensamientos sobre la vida y la muerte de un hombre, confesión ante otros mortales compañeros que tiene toda la apasionada sinceridad de la que es capaz este hombre, y por esto mismo no se presta fácilmente a ser sintetizado. Triunfa o fracasa según la simpatía que despierta: simpatía en el sentido de compartir la emoción que está detrás de su dialéctica. 'Del sentimiento trágico de la vida' es el más grande de los muchos monólogos que Unamuno escribió. Cada fragmento de su argumentación nace de sus más íntimas necesidades espirituales; allí nada es "objetivo". Así lo quiso el autor, y al comienzo del libro alega que tal subjetividad es el único enfoque honesto. Por lo tanto, las largas disquisiciones sobre sistemas filosóficos y doctrinas religiosas tienen mucha menos importancia en él que la revelación de sí mismo, que alcanza una extraña y emocionante fuerza poética, a pesar del estilo áspero y tupido. Es posible rechazar los razonamientos y el enfoque de Miguel de Unamuno; es posible sentirse irritado cuando aparta con impaciencia cualquier idea que podría disolver o resolver su trágico conflicto; es posible pensar que su tozuda obsesión resulta mórbida o que interesa simplemente como ejemplo de la mentalidad hispánica; pero casi nadie podrá permanecer indiferente cuando Unamuno habla de sus anhelos y temores. Porque el ansia de encontrar un sentido a la vida y el miedo a la futilidad absoluta están vivos en el alma de todo ser humano.

(Tinta Libre, junio 2020)