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Michel Agier: “Al inmigrante, cuanto más lo necesitamos más lo tememos”

Michel Agier es antropólogo en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París

Tengo 69 años: si el cuerpo te sigue, y aún me sigue, tus resultados mejoran. Soy francés, pero he pasado ya más tiempo en Indonesia, Senegal, Togo, Colombia, Kenia... Francia purga su pasado colonial y aún necesita, pero teme a los colonizados

Tan conectados que nos aislamos

Las sociedades que fueron colonizadoras han heredado, explica Agier, la necesidad de explotar al inmigrante para prosperar y, con ella, el miedo a que se rebele: la rebelión de los esclavos. De ahí que a las antiguas metrópolis les cueste poco emplearlos para los peores trabajos, pero mucho considerarlos amigos e iguales. Sin embargo, desconfía de las políticas “de integración”, por considerarlas charla electoralista, y prefiere pedir máxima libertad de movimientos y fronteras, para que el talento y el esfuerzo de cada uno encuentre su sitio. Del mismo modo, el teletrabajo y la digitalización abaratan costes, pero sin el contacto humano que genera la confianza mutua en quien acabas de conocer. El resultado es que nuestros círculos de amistades son cada vez menores. Y que tendemos a recelar de quien no viene de cerca


- ¿El teletrabajo por pantalla es progreso o regresión?

- Como tantas veces ante la innovación tecnológica, podemos decir que depende de cómo la usemos y que es, a la vez, algo bueno y algo malo: un atraso y un avance.

- ¿Qué predomina?

- En mi centro de investigación hemos realizado talleres simultáneos en cinco continentes a coste cero gracias al teletrabajo. Si hubiera sido un taller presencial, solo entre ir y volver hubiera requerido tres días más de desplazamientos carísimos: 15.000 euros.

- ¿Dónde está el problema?

- En lo que nos perdemos cuando solo vemos el mundo a través de pantallas.

- ¿Qué nos perdemos?

- El contacto humano, las interacciones físicas, olores, sonidos, tacto... En cambio, detrás de la pantalla todo es irreal. Y cuando vivimos solo a través de pantallas, el contacto con la realidad acaba dándonos miedo.

- ¿Dónde lo observa?

- Nunca antes el mundo había sido tan seguro para los humanos ni la humanidad tan miedosa al mismo tiempo...

- ¿Es una paradoja de la digitalización?

- La digitalización que sustituye por bites el contacto con la realidad nos ha hecho confundir seguridad con inmunidad. Y nos hace temer a los demás. Tendemos a encerrarnos.

- ¿Cómo?

- Hay que refugiarse tras las pantallas protectoras: cuidado con los inmigrantes porque traen virus, y con viajar y moverse. Y hay miedo cósmico a las catástrofes.

- ¿Hoy más que antaño?

- Sí, y oiga: alguien debe decirnos que por confinarnos no vamos a dejar de morir cuando nos toque. Ningún confinamiento ni gobierno ni político nos librará de la muerte.

- ¿Tenemos más miedo porque queremos creer que no moriremos?

- A medida que nos hacen creer que con medidas de seguridad, como cerrar fronteras o confinarnos, no moriremos, acabamos pensando que esas medidas nos dan la inmunidad y casi la vida eterna. Y si crees que no vas a morir, el miedo se multiplica.

- ¿Resignarse a morir quita miedos?

- Aceptar la muerte libera del miedo a morir. Y convencerte de que con quedarte en casa, cerrar fronteras y no compartir el aire de los demás vivirás para siempre te torna miedoso crónico.

- ¿Por qué se ha impuesto ese miedo?

- Da poder a quien ya lo tiene y refuerza su control sobre el territorio que domina; los subordinados, a su vez, cada vez más temen cuanto viene de fuera de esas fronteras.

- ¿Cada vez necesitamos y tememos más a la inmigración?

- Siempre ha habido trabajadores útiles laboralmente –como quien cuida a tu madre nonagenaria– pero no deseables socialmente: no lo invitarías a tu cumpleaños con amigos o a una fiesta social. Queremos que recojan la basura, pero no socializar con ellos.

- ¿Queremos que sean visibles solo para hacer su trabajo?

- Pero esa no deseabilidad del inmigrante cambia en cada país y en cada cultura.

- ¿Cuál es el origen de ese racismo?

- En Europa ese sentimiento respecto a personas a las que necesitamos para que trabajen pero que no las deseamos como compañía tiene origen colonial. Hemos heredado en las antiguas metrópolis esa contradicción de nuestro colonialismo.

- ¿El europeo quería que los colonizados trabajaran para él pero sin mezclarse?

- Y es lo que seguimos haciendo de facto, aunque de iure les demos nuestra nacionalidad.

- ¿Por qué?

- Porque, como los amos de las plantaciones coloniales del pasado, necesitamos y, al mismo tiempo, tememos a nuestros esclavos.

- ¿Temíamos su revuelta y venganza?

- Es el origen del apartheid. El blanco sabía de su culpa y su agresión violenta, por eso temía que los nativos se vengaran. Así que construyó todo un sistema de protección que le aislaba de la realidad y le hacía más vulnerable...

- ... ¿Y paranoico?

- Como los racistas de hoy cuya contradicción es que desprecian a cuanto no sea su propia nación e identidad, pero, al mismo tiempo, la sociedad en la que viven –no hay otra– está cada vez más globalizada y mezclada.

- ¿La digitalización acentúa esas contradicciones?

- La digitalización favorece la mundialización en las relaciones: una oportunidad magnífica, pero al mismo tiempo refuerza el individualismo y reduce el contacto social a la familia nuclear y a los amigos más íntimos.

- ¿Cómo evitar el racismo?

- Las políticas de integración son un discurso buenista electoral, pero creo en fomentar la participación de todos en la gestión de todo. Y en la libre circulación de personas, trabajo, esfuerzo y talento. Si todos pueden ir y venir cuando quieren, nadie se queda a disgusto en ningún sitio.

(Lluís Amiguet, La Contra, La Vanguardia, 07/07/22)