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'Alcarràs' como síntoma (Modest Guinjoan)

Modest Guinjoan es economista

Crisis crónica.- El campesinado por inercia familiar está en crisis desde hace al menos 50 años, y de ahí viene un imparable envejecimiento


Espero como agua de mayo la proyección de 'Alcarràs', la película ganadora del Oso de Oro, máximo galardón de la Berlinale. El filme presenta la crónica de la última cosecha de melocotones que hace una familia del pueblo del Segrià, antes de que se implante en sus terrenos un parque fotovoltaico. Representa el fin de un modelo de relación entre el hombre y el campo, una forma de vida mantenida durante generaciones que se está acabando.

El caso del parque fotovoltaico sirve de ejemplo de una problemática de fondo del campo catalán que viene de antiguo. Las movilizaciones del sector ante la Generalitat, la administración central y la gran distribución redundan sobre problemas estructurales que no hay manera de resolver: precios por debajo del coste de producción, imposibilidad de trasladar al precio los sobrecostes (abonos, energía, materias primas...), engaños al comprador en cuanto al origen de los productos, incumplimiento de la ley de cadena alimentaria...

Con el tipo de dedicación y el planteamiento tradicional del oficio es muy difícil ganarse la vida dedicándose a la tierra. El clásico campesinado por inercia familiar está en crisis desde hace como mínimo 50 años. No atrae más que a un número muy limitado de jóvenes, y de aquí viene el imparable envejecimiento. Es cierto que la existencia de alternativas de trabajo mejor pagadas y regulares, sin la aleatoriedad del tiempo y de los precios, ha sido decisiva. Sin embargo, hay otros dos factores que creo que también son determinantes en el retroceso de personas en el campo: la tierra aporta (lamentablemente) poco prestigio social a quien la trabaja, y la cultura del esfuerzo y la predisposición a soportar condiciones de trabajo que actualmente se consideran duras van a la baja. Por eso y otros motivos socioculturales, la mayor parte de la juventud hace una lectura del sector agrícola muy diferente de la que hicieron sus abuelos (y sus padres en muchos casos) en cuanto a arraigo, amor a la tierra y compromiso con el oficio de payés.

En esta etapa de transición en que se encuentra el sector aparecen nuevas formas de campesinado. Una de ellas es la del payés empresario, una evolución del concepto tradicional que descansa en varios puntos: una alta mecanización que le permite gestionar un número de hectáreas que antes era impensable, el alquiler de fincas para aumentar la dimensión empresarial, la contratación de personal asalariado para hacer los trabajos que resultan más duros y que requieren menos preparación y una creciente profesionalización y mejora en cuanto a técnicas de cultivo, lo que permite obtener una alta productividad.

La existencia de este tipo de payés empresario, que convive con el payés más tradicional, no exime, sino que acentúa, la necesidad de actuar sobre un sector tan estratégico. Por parte de las administraciones (haciendo aplicar la ley), de la distribución (transparencia y precios dignos) y de la sociedad (exigiéndolo). Y ya, que es tarde.

(Dinero, La Vanguardia, 27/03/22)