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¿Se nos ha desmadrado el erotismo? (Carlos Asenjo Sedano)

Lo erótico (amor), en términos greco-latinos, y más vulgarmente conocido y manejado como sexo o sexualidad, es una cualidad, vocación o exigencia de la naturaleza humana puesta ahí fundamentalmente con fines procreativos. La multiplicidad o multiplicación de las especies vivas podía haberla ordenado Dios o la Naturaleza de otra forma, pero es el caso que lo tuvo a bien organizarla de esta manera, para nuestro bien o mal, que esto no se sabe, quizá porque era la más eficiente, fácil y práctica. Así no sólo en la especie animal, sino incluso, a su manera, en la especie o reino vegetal, la realidad misteriosa de este proceso no sabemos su qué ni su porqué.

El erotismo, pues, pertenece a una de las grandes claves misteriosas de la creación, evidentemente con un fin procreacional, o reproductivo, y para lograr tal fin lo adornó de un baño de concupiscencia al objeto de rechazar las consecuencias, casi todas malas, que se derivan de todo erotismo, tan grato como trágico. De ahí que toda alteración de esa ley natural, divina, aunque deba ser aceptada por mantener vivas las especies, siempre debe situarse entre las exigencias del orden natural. Sin erotismo no habría humanidad, y sin humanidad no merecería la pena la creación.

Que "a" siempre ha ido faltamente tras "b", o a la inversa, es un destino fatal que pertenece pues al orden natural de la creación, y por ello un fenómeno hecho inevitable desde el mismo principio de los tiempos, pues tiempo y erotismo son dos circunstancias conexas. No hay tiempo sin erotismo ni erotismo sin tiempo y espacio, de tal manera que sin el entramado de estos tres fenómenos quizá la creación sería imposible, y sus desviaciones, desde la prostitución a la homosexualidad en cualquiera de sus variantes 'contra natura', inevitables por la misma lógica desviacionista de la naturaleza creacional, son atentados contra esa ortodoxia perseguida evidentemente por el creador.

Pero dicho esto, lo que aquí queremos remarcar es el fenómeno aterrizado -sí, aterrizado- actualmente en casi todas las sociedades humanas del uno al otro confín geográfico. La desmedida, el exceso sexual hoy desatado por doquier. La monstruosidad que va tomando esa figura del erotismo en toda nuestra sociedad. Lo que hasta hace más o menos unos cincuenta años era un proceso o fenómeno normal, hete aquí que ahora se ha convertido, o está en vías de convertirse en un fenómeno monstruoso que ha traspado las exigencias de la concupiscencia creacional para transformarse en un fenómeno de criminalidad. Y así cada día asistimos a más y más hechos heterodoxos respecto al propio erotismo; asistimos de manera creciente a cómo, con excusa o por causa del mismo, cada día se asesina a más y más niños, más concretamente niñas y mujeres, también hombres, posponiendo la matanza a la misma concupiscencia.

Antaño, aunque se daban casos, el porcentaje de asesinatos de las parejas de cualquier género entraba en un número repugnante pero hasta cierto punto comprensible por sus motivaciones inaceptables. Pero hoy su número ha saltado todas las fronteras, haciendo temer que cualquier petición de "a" a "b", o al revés, no satisfecha lleve consigo el asesinato del resistente, con la curiosa, no diré complicidad, pero sí cierta evasiva del encargado de dar arreglo penal y social a este desmadre criminal.

No es aceptable que cualquier loco, o no loco, de cualquier clase, inserto en esta clase de asesinatos, y aún de no muerte, pueda ser condenado a penas suavemente temporales, o largamente duraderas, que al poco o mucho tiempo, por fas o nefás, se le acortan, se le reducen, se les pone en libertad, sin percatarse de que el fenómeno en cuestión, ése de matar al prójimo por razones o sinrazones sexuales, está tan enraizado en la sociedad erótica sexualizada actual que la simple libertad callejera de un sujeto de esta clase es siempre, en potencia, un instrumento propicio al crimen en cuanto la ocasión propicia se le presente porque el sexo descontrolado produce locura. Su fermento criminal está ya tan desarrollado como cualquier droga que hasta la misma concupiscencia satisfecha y la que no es motivo suficiente y desencadenante para asesinar al prójimo sin más argumento ni razones que la misma locura sexual que no sólo tiene apresado a tal individuo sino que se está, como la droga, haciendo carne de la cultura de nuestra época.

Por eso arriba preguntábamos: ¿por qué este desmadramiento, ahora, de la sexualidad criminal? ¿Cuáles son los motivos que llevan a nuestra sociedad a esta situación? Porque ya no se trata de casos individuales y aislados, como antaño, sino que ya se percibe como un auténtico fenómeno social, como una plaga semejante e incontenible como el cambio climático, como uno de los siete lobos que según el mito han de devorar a la humanidad. O nosotros mismos, los unos a los otros, o viceversa, ya cuando la ley se demuestre obsoleta para enfrentar este desvío.

Tal vez si la ley no es suficiente, como parece, para poner remedio a esta locura quizá habría que ir pensando en alguna clase de vacuna, a la manera de la covid o, como ahora la mascarilla, imponer el caretón de los machos cabríos antes de que los sádicos acaben con todos nosotros.

(Ideal, 14/05/22)