Más de 11.000 entradas y 1.050.000 visitantes desde el 9 de octubre de 2011

Alhambra siempre (Manuel Pedreira Romero)

Cada vez que me echo a los ojos o a los oídos una noticia sobre la Alhambra se me coge un nudo en el estómago. "¡No, la Alhambra no!", suplico en un murmullo con la boca cerrada. Todo en Granada ha sido naufragio desde que el moro lloró a moco tendido en la vieja carretera de Motril, un kilómetro más arriba del Mayerling, una mititilla antes del desguace. Todo ha sido pérdida, sangría, un lento expolio, un Sevilla nos roba, y Málaga, y España. Un quejío sordo y sistémico. Un mirar "los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados". La simple enumeración de los agravios, sin entrar a repartir culpas, excedería con mucho los límites de esta pieza y dejaría un regusto a malafollá que duraría hasta el Corpus, así que no citaré ninguno. Elija usted el que más le encabrone. Por todo eso, la Alhambra se me antoja el último tesoro, la joya intocable y envidiada, la maravilla que no puede perderse jamás si no queremos hundirnos en el abismo de una ciudad huera, carne de olvido y ceniza.

"Cualquier día la desmontan y se la llevan". Ese latiguillo sombrío y amenazante nos acompaña a todos los granadinos desde que tenemos uso de razón y empezamos a entrar solos en los bares. Es un soniquete que amedrenta a los espíritus más débiles pero que a quien más quien menos llena de congoja. Con las cosas de comer no se juega. Y con las de beber menos todavía. También que Granda no es sólo la Alhambra ha acabado por convertirse en un lugar común. Pues claro que no. Hay más cosas. Las tapas para acompañarla, por ejemplo. Por eso esta vez agudicé el oído cuando escuché que venían los mandamases y que se avecinaba un anuncio de calado sobre el asunto. "¡No, la Alhambra no!", volví a escuchar en mi cabeza. Y esta vez ha salido cara en la moneda.

No sólo no se llevan la Alhambra de donde está sino que sus dueños la van a regar con una millonada. Siete años va a durar la obra. Cuando terminen los trabajos, no la va a conocer ni la madre que la parió y sus fieles seguiremos rindiéndole pleitesía. Una ciudad que se precie ha de tener un equipo en primera, un periódico y una certeza. En cuanto se pierde alguna de esas piezas, el demonio entra por ahí y hace de las suyas. Por eso debemos congratularnos de que la Alhambra haya recibido ese empujón para seguir evangelizando el mundo y nuestras neveras. Tenemos Alhambra para rato. De la especial, de la 'milno', de la roja, en lata, en vidrio, de grifo... Subamos a San Nicolás y brindemos por ella, pardiez, aunque al fondo no se vea la fábrica sino otra cosa. Qué le vamos a hacer.

(Ideal, 14/05/22)