- Prólogo-conversación.
1.
Esta publicación forma parte de una investigación entre el Colectivo Simbiosis Cultural y el Colectivo Situaciones en torno a los modos en que la vida común se resiste a ser restringida y gobernada por medio de mecanismos como el racismo y el uso fijo y reaccionario de las fronteras y las identidades culturales. Como tal, se trata de una investigación siempre abierta y política. Abierta porque sigue su curso, y porque el conocimiento que se pueda ir produciendo es interior a las formas de resistencia de las que surge. Y política porque se propone cuestionar el sistema de producción de jerarquías en el mundo del trabajo y de la migración en el cual están comprometidos diferentes actores políticos y económicos de diversas nacionalidades.
Esta segunda coedición entre Retazos y Tinta Limón retoma los efectos del paso de Silvia Rivera Cusicanqui por Buenos Aires para presentar Chi’xinakax utxiwa. Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores. Fue entonces que nos convencimos de la necesidad de profundizar el encuentro entre su perspectiva y nuestra tarea.
Uno de los problemas a la hora de investigar en el ámbito de los talleres textiles atañe al modo de compartir públicamente la complejidad de las diferentes situaciones que allí se suceden. Habitualmente sumidas en un angustiante silencio, o bien presentadas como caricatura mediática (sea para defenderlas, sea para denunciarlas), el tratamiento del conflicto que estas economías implican queda continuamente confiscado, preservado de toda contaminación con otras formas de problematización y politización.
En este libro incluimos en primer lugar una conversación colectiva con Silvia y, como un intento de comprender algunas de las dimensiones más complicadas de la economía del taller, hemos agregado un apéndice con fragmentos editados de entrevistas, realizadas por el bloque Clinamen (del programa La mar en coche, radio La Tribu y posteriormente publicadas en el sitio www.no-olvidamos.org), en las que exponen sus razones el ex Cónsul de Bolivia en Buenos Aires José “Gringo” González, Gustavo Vera, referente de La Alameda y Alfredo Ayala, dirigente de ACIFEBOL. Esta primera parte del libro se cierra con un texto que reflexiona sobre la función-espejo que pueden tener ciertas voces sobre nosotros.
En la segunda parte asumimos la exigencia de relatar de modo directo algunas de nuestras experiencias. Tomar la palabra es tomarnos en serio a nosotros mismos. A nuestros miedos y frustraciones, a nuestros anhelos y deseos, a nuestra desesperación y nuestro coraje.
Es importante contar, que otros se animen a contar y a no quedarse callados. Escuchar contar tu propia trayectoria tiene algo de liberador, es un modo de no seguir avalando o silenciando toda esta cadena de explotación.
Con ese propósito realizamos una serie de entrevistas a compañeras y compañeros que relatan, a partir de su experiencia, los momentos centrales de la vida del taller: la servidumbre laboral directa, las formas de administración de la salud que muestran la extensión de ciertas estructuras de poder (como son la mayorías de las radios y las clínicas para bolivianas/os), y las tentativas de resistencia de las y los trabajadores costureros.
Finalmente, publicamos un texto-manifiesto del Colectivo Simbiosis Cultural sobre la vida en la ciudad como experiencia ch’ixi: composición manchada del trajín cotidiano en una urbe abigarrada.
2.
En la conversación que aquí publicamos Silvia interpreta las trayectorias de las y los migrantes de Bolivia hacia Argentina y el funcionamiento del taller textil de un modo crudo. Por empezar, no lo condena. Al mismo tiempo que su argumentación parece ser comprensiva de las relaciones de explotación que lo organizan, la descripción de su lógica habilita la posibilidad de hacer otro tipo de crítica. De allí la contrariedad e incomodidad que generaron entre nosotros sus palabras.
Pero en ningún caso esto nos podía llevar a la resignación con respecto a las injustas situaciones vividas en los talleres. Es nuestra propia experiencia con este mundo, y la de una cantidad enorme de personas como nosotros, la que nos rebela. Y es esta indignación la que nos mueve a tomar muy en cuenta toda la complejidad de observaciones que hace Silvia, que tienen la virtud de poder describir muy bien, incluso desde lejos, las ambigüedades y matices de estos procesos.
La realidad de los talleres, desde la perspectiva de Silvia, nos generó sentimientos encontrados. Sobre todo, bronca y pena. Por un lado, porque reconocimos allí la forma de pensar de muchas y muchos que vienen a trabajar a los talleres (que también fuimos nosotros mismos, nuestros conocidos y parientes), pero esta vez formulada incluso como “fundamentación teórica”. Por otro, porque sentimos que era necesario confrontar sus percepciones con lo que nosotros hemos vivido acá, con lo que sabemos que pasa dentro de los talleres.
A Bolivia suelen regresar a narrar los propios talleristas, que van a ofrecer trabajo y a solventar fiestas. Y si vuelven las y los costureros, nunca dicen si sufrieron o no sufrieron, o en qué condiciones trabajaron en los talleres, muchas veces por vergüenza y para que la misma familia no llegue a enterarse de lo que les está sucediendo.
Silvia, por ejemplo, dice que las y los costureros no se someten simplemente sino que saben que “tienen que pagar su derecho de piso”. Sabemos que en Bolivia se usa mucho este concepto, pero es distinta la realidad del trabajo allá de lo que es la de acá. O sea: como inmigrantes, la explotación que nosotros sufrimos es mucho más jodida que la explotación normal, en tu propio país. Por muchas razones: porque no tenemos documentos, porque no conocemos el lugar, no sabemos las leyes que nos corresponden ni cuáles serían en realidad nuestros derechos. Además, no conocer a nadie ni saber cómo moverte en la ciudad te obliga a cerrarte y a encerrarte; en fin: a aceptar todo lo que te digan tus patrones.
Nos sirve mucho empezar a entender lo que significa este diferencial de explotación. Las condiciones en las cuales se trabaja y se vive no son tan buenas como uno se imagina antes de migrar.
Nos decidimos a trabajar sobre esta conversación, a difundirla, ampliarla y complejizarla, porque es un reto, porque mucho tiempo decidimos negar esas formas de pensar que sin embargo tienen un peso muy grande en la realidad creciente de los talleres. Por eso también discutir esto nos produjo dolor: duele porque ves frente a tus ojos algo que uno, que se cuestiona un montón de cosas todo el tiempo, no se atreve a decir ni a decirse tan directamente...
Decidimos así meternos en el corazón del idioma que se habla en los talleres: ¿qué se dice cuando se dice “derecho de piso”?, ¿qué tipo de mezclas se dan entre formas de poder y relaciones familiares en un taller?, ¿qué significado adquieren la tradición comunitaria y todos sus saberes cuando son empleados dentro de una dinámica de sobreexplotación, hacinamiento y maltrato?
Ese lenguaje está sometido a las relaciones de poder que modelan el mundo del taller. Lo que está en juego es la posibilidad de abrirle nuevas significaciones: conquistar dignidad, buscar alternativas, sin tener que renunciar a él.
3.
La cuestión además no puede plantearse como un problema de bolivianos, ni de la cultura boliviana en la Argentina. Este es el enfoque de quienes, en Argentina o en Bolivia, se benefician con esta maquinaria de explotación que sólo funciona separando a las personas por sus nacionalidades. La realidad es otra: la mixtura que vemos en los barrios, en las ferias. Nuestro reto, de nuevo, es lidiar con ese mundo abigarrado del que habla Silvia. Lo ch’ixi somos todos nosotros y nuestras vidas.
Cuando Silvia dice que el contrabando es una realidad que hay que saber tratar y no intentar reprimir, no podemos dejar de pensar en la cultura del comercio informal entre nosotros. El ejemplo evidente es el de La Salada, que ya es otra forma distinta de economía: se entrecruzan en ella la lógica del taller con la del contrabando y la reventa independiente, la importación de cosas de China y la exportación ilegal al resto del Mercosur. Tenemos también que poder aprovechar eso.
Toda esta mezcla supera la visión dura y estrecha de las nacionalidades. Quienes explotan el sistema del taller textil quieren recrear acá una pequeña Bolivia, para evitar que te mezcles, que conozcas otras música, otra gente. Las radios que se escuchan en los talleres, las organizaciones que reivindican lo boliviano y los talleristas (y los discursos argentinos que promueven este modo de plantear las cosas) y que se justifican con la tradición andina te confinan a una identidad prefabricada de lo boliviano. Lejos de tratarse de una realidad “boliviana”, esta interpretación es muy propia de ciertas instancias de poder argentinas (jueces, empresarios textiles, medios de comunicación, etc.).
Basta con echar un vistazo, para entender todo esto, al tratamiento público que recibió la tragedia del incendio del taller de Luis Viale, del que se cumplen ya 5 años. Junto a las víctimas directas, las imágenes difundidas aquellos días hablaban de una reacción inmediata por parte de costureros, pero sobre todo de los talleristas que se presentaron como comunidad boliviana afectada, planteando las cosas como un asunto de “nacionalidades”. De un modo muy parecido buscaron entenderlo entonces parte de las autoridades nacionales.
Para muchos de nosotros es más fuerte ser habitante de una villa o de un barrio como Villa Celina, donde crecimos y nos criamos desde chicos, que ser bolivianos. A eso le llamamos cultura ch’ixi, a tener esa capacidad de poder mezclarte, sin diluir lo que somos y lo que queremos...
4.
Ésta no es una publicación hecha por argentinos/as “y” bolivianos/as. Eso supondría una ajenidad delimitada por nacionalidades. Quienes migramos, estamos en una parte que no conocíamos de la misma tierra; especialmente cuando hablamos de América latina. Lo que estamos tratando son problemas comunes: queremos analizar situaciones que hemos vivido, que aun continúan pasando.
No hablamos como bolivianos/as. Tampoco como argentinos/as. Porque tomar lo nacional como definición fija y cerrada ayuda a borrar diferencias importantes dentro mismo de esas identidades, oculta la realidad del trabajo que las fractura y que constituye además uno de los motores que reorganiza –a partir de los flujos migratorios, por ejemplo– los territorios (locales, nacionales, continentales) y nos bloquea la posibilidad de pensar los procesos a partir de las imbricaciones reales que están redefiniendo tanto lo “boliviano” como lo “argentino”.
Estamos hablando desde una experiencia. Las perspectivas son distintas, irremediablemente distintas, pero al cruzarlas provocan formas nuevas de discutir, de vislumbrar un problema, de aventurarse a pensarlo y nombrarlo de un modo diferente.
Más que nacionalidades, tenemos “trayectorias”. Algunas incluyen atravesar una frontera. Son trayectorias que dan que pensar.
5.
Conocemos los límites de denunciar la realidad de los talleres. La denuncia no aporta a comprender la complejidad de las cosas, y por eso no ayuda a salir de la simplificación en que normalmente se cae. En general es tan exterior que no sabe aliarse con las y los costureros, con sus necesidades concretas ni con sus ilusiones rotas. Algo está fallando en ese modo de encarar el problema. Tampoco nosotros tenemos la capacidad de dar “una solución”, como para contener a toda esa gente, si es que nos propondríamos sólo denunciar y hacer cerrar los talleres clandestinos. Hay otra fuerza que es la de problematizar. Implica construir y visibilizar un problema. Pero no mostrarlo para pasarlo como una película, sino ver de qué modo lo encaramos. Si no es contención, ¿entonces qué?
Tenemos que tener en cuenta que muchas veces la visibilización se utiliza de una manera invisibilizadora. Tanto mostrar y visibilizar los talleres textiles desde cierto punto de vista hace que se encasille su significado, que tomen más peso los estereotipos y, finalmente, que se ratifiquen los prejuicios. Lo mismo pasa con los originarios: durante 500 años no existían o si existían, no estaban, y ahora que aparecen, ¡todos somos originarios! Los visibilizamos, nos ponemos la camiseta y, en el fondo, no decimos nada sobre qué significa esa forma de vida.
Queremos buscar alternativas para discutir, formas de decir, maneras de mostrar.
6.
Nos dimos cuenta que para imaginarte otra idea de trabajo o de vida, primero tenés que tener una imaginación de otro tiempo, y un impulso de liberarte tiempo. Ésa es la primera forma de salir del taller textil, de imaginarte un afuera, de necesitar robarle horas a una jornada laboral interminable.
La aparición de la necesidad de un tiempo propio para hacer otras cosas es lo que verdaderamente te hace pensar que no querés estar encerrado las 24 horas (o 18 ó 14) en un taller o en un supermercado o en otros tantos lugares.
Desde ahí es posible una crítica del trabajo que se vuelve más real, más concreta, que se la puede asumir más vitalmente, en las trayectorias de cada quien. Y nos confronta con un tema que, de nuevo, excede la clasificación por nacionalidades: con qué cálculo nos movemos, qué parte de nuestro tiempo estamos dispuestos a resignar en el trabajo, qué imagen de progreso nos impulsa íntimamente, qué forma de vida naturalizamos...
7.
¿Cómo apropiarnos de lo que pasa desde abajo en Bolivia, o en Argentina, o en la región? ¿Cómo evitar que no sean consignas de integración que se vayan por arriba y se esfumen en los cielos de los discursos gubernamentales? ¿Cómo aprovechar y obligar a profundizar una apertura más democrática? Si se denuncia el neoliberalismo de otras épocas, ¿cómo se piensa y se toma en cuenta la situación de los exiliados por el neoliberalismo, de las y los migrantes que no paran de dejar sus países?
¿Por qué los movimientos sociales de Bolivia, en su momento más importante, no se convirtieron en una fuente de aprendizaje más directo para los migrantes que vivimos aquí? ¿Por qué las “representaciones” comunitarias en Buenos Aires son cuasi-mafiosas, nacionalistas y jerárquicas? ¿Qué significa una organización de otro tipo? En estas preguntas, sigue abierta nuestra investigación.
Tinta Limón y Retazos