Más de 11.000 entradas y 1.050.000 visitantes desde el 9 de octubre de 2011

‘Ecce homo’ (Victoria Prego)

Todo estuvo rodeado desde el comienzo de un entusiasmo arrollador que, esta vez especialísimamente, corrió a cargo de los asistentes. El espacio donde el PP cerraba otra de sus convocatorias partidistas para calentar el ambiente previo a las elecciones estaba a rebosar. Las gradas estaban atestadas de un público entregado. Probablemente les daba lo mismo lo que el líder les dijera, porque eran ellos los que habían ido hasta allí para decirle algo al líder: «¡presidente, presidente!» o ese «¡a por ellos, oé!» que se corea en los estadios deportivos.

En ese clima de clímax habló el que se sabe ya próximo presidente del Gobierno. Y lo hizo en su más puro estilo. Desde luego, no desveló las medidas precisas que va a abordar en cuanto su partido llegue al poder después del 20-N. Hablo de las medidas económicas, información que seguro que el último que le deseaba escuchar en un foro público celebrado en Málaga era el líder del PP andaluz, Javier Arenas. Él va a tener que lidiar tres meses más que Mariano Rajoy frente al socialismo de Griñán, quien, muy inteligentemente, se ha reservado todo ese plazo -de noviembre a marzo- para hacerse con una batería de argumentos y acusaciones al PP y a su forma de gobernar y tener así posibilidades de victoria. Así que anuncios concretos Mariano Rajoy no hizo ninguno. Pero sí dejó entrever algunas cosas.

Una de ellas, y esto es una hipótesis basada en la determinación con que abordó el tema, es que, si gana las elecciones, el PP va a elaborar una nueva Ley de Educación. O hacer una nueva, o reformar muy seriamente la que hoy existe. La genuina Ley de Educación del PP, la única de un Gobierno de centro-derecha que ha llegado a ver la luz en democracia, nunca pudo ser aplicada: fue derogada en 2004, inmediatamente después de que el PSOE ganara las elecciones del 14-M. Lo mismo que el Plan Hidrológico y que la retirada de las tropas de Irak, la derogación de la Ley de Educación fue uno de los primeros gestos con carga simbólica y trascendencia política del primer Gobierno de Zapatero.

Mucho énfasis puso ayer Rajoy en la educación como motor imprescindible del cambio que anuncia. Y volvieron ayer a resonar en la sala palabras como excelencia y esfuerzo, además de educación en libertad y sin adoctrinamientos ideológicos.

No concretó, no lo dijo. Pero lo hará, es evidente. Y ésa sí que sería una modificación de enorme calado en esta España víctima de unos bajísimos índices de calidad en relación con otros países desarrollados y víctima también de unas pavorosas tasas de fracaso escolar que nos están empujando fuera del círculo virtuoso de los países con futuro.

Compromisos de otro tipo hubo, pero no de los que esperan los medios y espera también la oposición, cada uno para una utilización diferente. Los compromisos que asumió fueron sobre todo de estilo de gobierno, esa clase de declaraciones que resultan inobjetables en su formulación y que lo que necesitan es simplemente, o quizá nada menos, que resultar creíbles.

En el caso de Rajoy, lo fueron. Fueron creíbles para los presentes pero seguramente, y a tenor de los datos de opinión, lo fueron también para una gran mayoría de ciudadanos. A saber: no hará trampas, no mentirá sobre los hechos, buscará los acuerdos políticos con las demás fuerzas y trabajará por recuperar la concordia entre los españoles. «Me comprometo a…», iba recitando con solemnidad su sucesión de promesas. Pero se comprometió también a ser valiente, y ahí es donde entran todas las medidas difíciles y todas las píldoras amargas que el Gobierno que venga va a pedir a los españoles que se traguen, medidas que esta vez tampoco especificó.

No quiso hacerlo, está clarísimo. El PP no quiere entrar a debatir con la oposición su programa electoral o no quiere hacerlo todavía. En los muchos corrillos que se organizaron a lo largo de estas tres jornadas de Convención, no hubo un solo dirigente popular que no comentara con cierta amargura, como dicha para sí mismo, que ésta va a ser una campaña durísima. Todos temían un enganche por lo bajuno, un enfrentamiento de denuncias de suciedades y oscuridades varias.

Puede que ésta sea la segunda explicación de tanto y tan precavido silencio en lo relativo al programa electoral, algo que no impidió, sin embargo, al propio Rajoy hacer en su discurso un dibujo negro de la situación de la España de hoy.

Todos sus «me preocupa», palabras con las que abordó cada párrafo de esa parte de su intervención, apuntaban a una realidad muy inquietante: los cinco millones de parados; la legión de jóvenes sin la menor esperanza de encontrar empleo; la ruina de muchas familias que ya requieren ayuda incluso para poder comer; la angustia de los pequeños y medianos empresarios y de los trabajadores autónomos que no obtienen créditos, pero se ven además ahogados por las exigencias de cobro y por los impagos de las administraciones públicas. Y, para rematar, y metiendo ya a todos en el saco de un mismo párrafo, dijo estar preocupado por el déficit, la deuda, el deterioro efectivamente gravísimo de las instituciones de la España democrática y el paupérrimo papel que España juega ahora mismo ante el mundo. No incidió en ninguno de esos apartados, no se engolfó en la descripción en tinta china de lo que cada una de las cuestiones mencionadas estaba suponiendo para los españoles. Pero es que la sola enumeración de asuntos conformó un panorama tenebroso, ya digo que apenas enunciado, pero que la audiencia española sabe calibrar. Por eso no tuvo el menor reparo en recurrir a continuación al viejo tópico de la mala herencia recibida, «la peor que jamás ha recibido un Gobierno en democracia», aseguró crudamente, con la particularidad de que, en este caso, los datos avalan su dramática afirmación.

De modo que habría que haber escrito aquí que Rajoy había acudido a Málaga a ponerse la venda antes que la herida, si no fuera porque tuvo la precaución de enlazar sus sobrecogedores apuntes de un país en llagas con una contundente afirmación de esperanza y de confianza en el esfuerzo colectivo para torcerle el brazo al futuro.

Dice que los españoles ya lo hicimos antes y que volveremos a hacerlo ahora. Citó como ejemplos de decisión en la superación de las dificultades a José María Aznar y Adolfo Suárez. Se olvidó de Calvo-Sotelo, que no lo tuvo nada fácil: nada menos que ayudar al país a superar el trauma de un golpe de Estado y entregar los poderes a su sucesor con una España asustada pero en paz. Todos se olvidan.

He aquí al hombre, ecce homo, vino a decir Rajoy de sí mismo. Vosotros me juzgaréis. No es, por supuesto, todo lo que se necesita, aunque, llegados a este punto, desde luego que no es poco.

El Mundo