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El triunfo de todos (Alfredo Pérez Rubalcaba)

En los terribles meses del verano del 2000 empezamos a construir las bases del Pacto por la Libertad y contra el Terrorismo, que ha inspirado la política contra ETA en esta última década. Ese fue el primer paso de este camino duro y complejo que nos ha traído la feliz noticia del abandono de la violencia del jueves pasado, 20 de octubre de 2011. Confieso que al leer el comunicado sentí que ésta sería una de esas fechas que marcan nuestra reciente historia democrática.

Aquel pacto surgió para hacer frente a la ofensiva terrorista que siguió a la tregua de 1998 y que, literalmente, perseguía la liquidación física del entramado partidario e institucional de los partidos no nacionalistas, también llamados aquellos años partidos constitucionalistas. Fue un pacto propuesto entonces por el PSOE a un gobierno del PP con mayoría absoluta; una propuesta coherente con nuestra convicción unitaria y leal, la que siempre hemos mantenido en la lucha antiterrorista.

La lucha policial de aquellos años, la colaboración francesa y la ilegalización del entramado político de ETA, propiciaron, en 2004 un nuevo escenario que nos correspondió gestionar a los socialistas. La aparición del terrorismo de raíz yihadista, el fin de la violencia en Irlanda y la presión internacional contra el terrorismo surgida del 11-S en Estados Unidos, generaron una oportunidad para el fin de la banda terrorista ETA que decidimos explorar a lo largo del proceso 2006-2007 con el apoyo de todos los partidos políticos democráticos con la excepción del Partido Popular.

Sostengo, con razones sobradas, que hoy estamos donde estamos por el desenlace de la tregua en 2007. Con firmeza, valor e inteligencia conseguimos evidenciar que toda la responsabilidad de la ruptura le correspondía a ETA. La exclusiva culpa de la oportunidad perdida. La reacción en su mundo, en el seno de la propia banda, en las cárceles, en su entorno internacional y, sobre todo, en su brazo político, fue tan unánime que, prácticamente a la vuelta del verano de ese año se inició en su seno una estrategia política para reconducir 40 años de terrorismo a la política y a la democracia. Éste es uno de los elementos desencadenantes del proceso que terminó la semana pasada.

Otro elemento, más importante sin duda, ha sido la eficacia de las fuerzas de seguridad que una vez detrás de otra han ido desmantelando la cúpula de ETA y deteniendo a sus dirigentes más sanguinarios y a la par más peligrosos. Sin esa acción policial y judicial tenaz, constante y eficaz, la estrategia de abandono de la violencia difícilmente se habría abierto paso.

Hoy se ha culminando ese camino. Unilateral, porque ha surgido de su propio mundo. Incondicional, porque nadie ha negociado nada a cambio de dejar de matar. Real, porque más allá de sus convicciones morales, todos sus cálculos estratégicos concluían en la derrota y en el fracaso de su causa si persistían en la violencia.

La unidad de los demócratas nos ha llevado al final a la victoria contra la barbarie. Esto es lo que nos permite decir que no les debemos nada a los terroristas. Esto es lo que orgullosamente podemos reivindicar en nombre de la sociedad vasca y del conjunto de los españoles, que han resistido con paciencia y templanza infinitas el chantaje del terror, ante la Comunidad Internacional: la imagen de un país serio, moderno y democrático que resuelve con acierto e inteligencia, un complejísimo problema de violencia política, gravemente enquistado durante más de 40 años, en uno de sus territorios con unas señas de identidad más acentuadas y, también, uno de los más queridos.

Han sido décadas de tragedia. La alegría de estos días se entremezcla con recuerdos de dolor, de muertes injustas, de tanto terror inútil. Las víctimas son el testimonio de la verdad y del único relato histórico posible. Constituyen nuestra deuda permanente. A ellas dedicaremos lo mejor de nuestro esfuerzo.

Y junto a ellas, haremos irreversible la paz. Trabajaremos con unidad y prudencia, con inteligencia y generosidad para cerrar todas las puertas a la tentación totalitaria, a la nostalgia del terror, a la subcultura de la violencia que desgraciadamente no desaparece de la noche a la mañana.

Junto al gobierno vasco y a la sociedad vasca, haremos posible cuanto antes la convivencia, la aceptación de la pluralidad y la política en su sentido más puro y noble, es decir, el que solo acepta el diálogo y la confrontación de proyectos, la voz y la palabra, las reglas y el orden democrático, los valores constitucionales en suma.

En definitiva, lo que siempre les dijimos, votos frente a bombas.

El País