- Habrá quien no entienda que usted pida un museo sobre la guerrilla de Asturias a Cascos, tras años de gobiernos de izquierdas.
- Lo que es más difícil entender es que esta iniciativa no la hubieran llevado a cabo gobiernos de izquierda. Tampoco tenía por qué salir de mí; los socialistas estuvieron bien comprometidos con la guerrilla, aunque no fuera tan activa como la del PCE. Ese museo lo pediría igual, aunque el presidente fuera otro. Es cierto que con Cascos tengo buena relación y lo considero un amigo, que se preocupó en los momentos malos de mi enfermedad. Ahora bien, él piensa de una manera y yo de otra. Hoy mismo (por ayer) voy a cursar la petición para una entrevista. Me parece importante y una manera de dar pequeños pasos. Los guerrilleros llevaron una lucha heroica y pagaron con su vida, además de ser estigmatizados. Un museo es una forma de hacer justicia, porque hablamos de historia; al ocultarla hacemos un grave perjuicio a las nuevas generaciones.
- Tengo la sensación de que los fugaos forman parte de una memoria incómoda para la izquierda.
- Sí, a los hechos me remito. Durante años no se ha hablado para nada. Yo ingresé en el PCE en 1960 y, aun cuando soy persona vinculada a esa lucha por ser mi casa punto de apoyo a la guerrilla y porque muchos guerrilleros me tuvieron en sus brazos cuando yo era niño, nunca se hablaba de este tema.
- ¿Por qué?
- El asunto de la «memoria histórica» entró en las agendas de los políticos por el empuje de las asociaciones, de los nietos. Esa incomodidad viene de nuestra transición: la izquierda no tuvo suficiente fuerza para provocar la ruptura, entre otras cosas, porque no había una oposición unitaria. Hubo muchas concesiones para poder acabar con la dictadura. No olvidemos las resistencias de lo que llamábamos poderes fácticos. Se hizo lo que se pudo. Y ahí entró la ley de amnistía de octubre de 1977, que deja sin efecto cualquier responsabilidad de quienes gobernaron España cuarenta años.
- Un matiz: la ley de amnistía permitió poner en la calle a los presos políticos.
- La he estudiado y carece hasta de exposición de motivos. Es cierto que libera a los presos y suspende las condenas, pero deja claro en dos renglones que se anulan las responsabilidades de las autoridades anteriores. Y es entendida como una ley de «punto final». Eso, sin embargo, no puede aceptarse de acuerdo con los tratados internacionales: los delitos de lesa Humanidad no prescriben. Cuando procesan al juez Garzón, lo que es ya un escándalo internacional, se apoyan en esa ley de amnistía. Vamos a ver si algún partido incluye en su programa, en la campaña, la supresión de esa ley de amnistía.
- Esa argumentación nos llevaría a tener que revisar, también, delitos de sangre de ETA y otras organizaciones anteriores a la ley de amnistía. Es complejo.
- No le discuto lo que dice, pero hablamos de cosas distintas. A mí no me parece complejo, sino escandaloso. También he estudiado detenidamente la ley de la Memoria Histórica, que no se llama así, y no es por casualidad. Insisto, la ley de amnistía choca con tratados internacionales y sobra a estas alturas.
- Está planteando una revisión del proceso de transición a la democracia.
- Cuando se transita de una dictadura a democracia, lo lógico, según recoge el derecho internacional, es que se establezcan programas en base a la verdad, la justicia y la reparación del mal causado. Nada de esto se hizo en España. Para mí, lo importante es que este país haga memoria colectiva y tenga un relato serio de lo que ocurrió. Es lo que se hizo en Francia tras la II Guerra Mundial. Y aquí debemos dejar claro que la democracia no nos la regaló nadie; que no estaba escrito -más bien al contrario- que España acabaría teniendo una democracia parlamentaria. Si no se explica el pasado, dejamos flancos abiertos por los que se pueden colar la impunidad y el olvido.
- El domingo fue crítico con la actual situación política y expresó su simpatía por el movimiento del 15-M. ¿Hay una vuelta de Gerardo Iglesias a la política activa?
- Es evidente que los partidos viven una crisis y que, para ser más concretos, el modelo de partido de la izquierda hace aguas. Se han convertido en aparatos electorales. Esa mayor participación que pide la gente del 15-M se puede hacer hoy ya, porque hay medios informáticos para ello. Los partidos, que viven instalados en la endogamia, se han ido alejando de la sociedad. La ley Electoral es otro ejemplo. Son necesarias las listas abiertas. Yo no tengo intención de volver a la vida política activa; ahora bien, creo que es muy importante la construcción de esa memoria colectiva para caminar en una dirección de progreso.
- ¿Qué lo ha llevado a escribir sobre la guerrilla asturiana? ¿Se puede escribir con objetividad sobre unos hechos en los que uno está implicado emocionalmente?
- Quiero contribuir a ese relato colectivo, porque el país no puede seguir, sin más, ignorando aquellos hechos. En el libro expreso abiertamente mis simpatías por aquella lucha, pero no es menos cierto que está hecho, salvo alguna posible laguna, sobre datos, testimonios y documentos ciertos. No pinto a los guerrilleros como santos, pero dejo claro que dieron una lección de ética y que sus hechos y sus gestos tienen un gran valor.
- Usted, en su libro, es bastante crítico con las decisiones que adoptó Carrillo sobre la guerrilla asturiana.
- Carrillo reconoce explícitamente sus equivocaciones, pero lo hace a título puramente de inventario. Hay una cosa clara, y es que la máxima dirección del partido no viene aquí a Asturias a reunirse con los guerrilleros y a conocer la situación real, sobre el terreno. Se sirven de unos delegados que pasan unos días aquí; eso es todo, es el mecanismo de información. El PC vivía bajo el peso del estalinismo y a los militantes se les cuenta lo que quieren escuchar, y de eso sé un poco. Por tanto, existía una visión deformada de la realidad. De ahí surge, por ejemplo, el gran enfrentamiento con Baldomero Ladreda, que acabó estigmatizado.
- Ladreda pasó de héroe a villano y el ladredismo se convirtió para la dirección del PCE en una herejía.
- Así fue. Ladreda fue una figura enorme, ya en la Guerra Civil y en la Revolución de Octubre del 34. Que se le llame traidor es impresentable. Creo que debemos hacer justicia con estas personas.
- Habrá quien piense que en el libro ajusta cuentas con Carrillo.
- No, de ninguna manera. No se puede llegar a esa conclusión. Cito textos suyos, pero no se puede deducir que haya animadversión. Lo que importa es restablecer el honor de los guerrilleros, que lo dieron todo y fueron olvidados. Expreso pocas opiniones personales. No tengo cuentas que ajustar con nadie, sólo hablo de la historia.
- ¿No ha pensado en escribir sus memorias políticas?
- No lo he pensado y, además, mi situación personal, física, no ayuda mucho. Escribir sobre mí mismo es lo que menos me apetece; tengo mucho reparo.
- ¿Por qué razón?
- Yo he sido uno más.
- Hombre, uno más, no. Ha sido secretario general del PCE y fundador y coordinador de IU.
- Soy reticente a hablar de mis «heridas de guerra». Hay todavía mucho que contar de otros. Puede que sí amplíe, si tengo medios e información, el número de historias (sobre los fugaos). He quedado con un cierto mal sabor al no poder escribir, entre otros, de Onofre, de Aladino o de Barranca, que era muy querido en mi casa. No he podido conectar con personas que pudieran darme datos para hacer un mínimo relato.
- De esta conversación, deduzco que no desea volver a la primera línea de la política.
- No, para nada.
- Dejó la política activa hace más de dos décadas. ¿Por qué?
- Fui a Madrid en 1982 por una serie de circunstancias, fundamentalmente porque Horacio (Fernández Inguanzo, «El Paisano») me convenció de que aceptara la secretaría general del PCE. No tenía esa ambición. Y pongo un ejemplo: poco antes me habían pedido que fuera secretario confederal de organización de CC OO, y lo rechacé. Yo soy un producto típico de Asturias; mi sitio no está fuera. Pero, bueno, entonces acepté. Dejé claro que, en cuanto se celebrase el primer congreso del partido, volvía a Asturias. ¿Qué ocurrió? Que se enzarzó la pelea con Carrillo y ya no era cuestión de tirar la toalla.
- Pero usted llegó a la secretaría general de la mano de Carrillo.
- Eso era evidente. Y, sin embargo, en todos estos años Carrillo no ha dejado ocasión para meterse conmigo. Yo, en cambio, jamás le respondí. ¿Sabe con qué frase me recibió cuando asumí la secretaría general? Después de ser elegido me vine a Asturias. Recuerdo que tenía un gripazo tremendo. Pues bien, Carrillo me recibió a la vuelta en su despacho con la siguiente frase: «Eres un guarro». Así me recibió. ¿Por qué? Cuando Santiago me plantea asumir la secretaría general, le digo que no; ni me siento preparado, ni quiero vivir en Madrid. Tras una serie de recomendaciones y presiones, termino aceptando, pero le digo a Santiago -y hay testigos- que tengo un temor a que se equivoque conmigo. Y le dejo claro que soy militante disciplinado pero que cuando asumo una responsabilidad, la ejerzo. Y eso mismo lo dije en el comité central. Total, que los carrillistas empezaron a echar esquisto contra mí y los renovadores no se fiaban porque me identificaban con el carrillismo. Hay una imagen muy gráfica que resume todo aquello: el primer día que comí en la sede central del PCE lo hice solo en una mesa. Así que, llegado un momento, constituida ya IU, concluyo que es la hora de regresar a Asturias, algo que deseaba hacer años antes. Y vuelvo a Asturias con la intención de contribuir, si no desde la primera fila, donde sea útil.
- ¿Percibe que su decisión no es del agrado de la dirección en Asturias, encabezada por Gaspar Llamazares?
- No sólo no me recibe bien. Me propusieron ir en la lista (al Congreso de los Diputados) por Madrid, pero yo prefería Asturias. Llamazares y su equipo enviaron un telegrama a la dirección diciendo, más o menos, que ardería Troya si se les ocurría ponerme de cabeza de la candidatura de Asturias. A pesar de todo, sigo queriendo colaborar. Entonces me sugieren que encabece la lista a la Junta General. Les digo que muy bien, pero pongo condiciones: las candidaturas se elaboran de manera abierta, sin apriorismos, en asambleas en las que participen afiliados y no afiliados. Y, además, que el programa electoral hay que elaborarlo en contacto con la sociedad, sin imposiciones. Así entendía yo cómo debería ser el funcionamiento de IU, aunque acabó asumiendo, más o menos, el modelo clásico del resto de partidos. A todo eso me dicen que no y desatan, además, toda una campaña contra mí. Me aparté discretamente. Para no ser noticia, ni siquiera me di de baja.
- ¿Ya no es militante?
- No, desde hace años. Pero ni soy un renegado ni estoy frustrado. Luché con mis errores y virtudes porque creí que debía hacerlo, pero sin esperar nada a cambio. He escrito el libro porque tengo una deuda con toda esa gente y con mis padres, que sufrieron muchísimo y a quienes va dedicado. Más allá de esas razones, en el epílogo afirmo que recuperar la memoria de esa lucha es un problema de gran trascendencia para el futuro. Pero no tengo intención de irrumpir en la vida política. Si puedo colaborar en alguna medida, sin comprometerme, lo haré.
- ¿Si IU se lo pide, colaborará?
- En la medida en que me sintiera identificado con lo que hacen. IU no es ahora mismo lo que quiso ser, aunque parece que Cayo Lara intenta darle una visión más abierta; ojalá lo logre. El libro es una contribución modesta y podré hacer otras del mismo estilo, sin hipotecar mi independencia.
- ¿Qué pensó al recibir la medalla de plata del Principado, que no fue a recoger, de manos de un Gobierno presidido por Cascos?
- Son cosas que pasan en la vida. Muchos de izquierda no sólo no me han ofrecido una medalla sino que han ido casi a una cruzada para quitarme la pensión de la mina. Ya he dicho que mantengo una buena relación con Cascos desde hace años. Vino a verme y me contó que quería dar la medalla a los políticos que intervinimos en la primera andadura del Consejo Regional de Asturias. Al principio le dije que no. No sé cómo explicarlo. Me alegra mucho el afecto personal, pero los reconocimientos oficiales no me entusiasman. Después lo pensé, y acepté por la sinceridad que me manifestó la persona que me lo ofrecía, más allá de las diferencias ideológicas que mantenemos. También pensé que igual daba más el cante rechazando esa medalla que aceptándola. Dejé claro que no iba a participar en el acto. Yo agradezco la medalla, el gesto, y quiero dejar constancia. Cascos tuvo la gentileza de entregármela en mi casa, sin publicidad.
- Luis Álvarez Montero (Sabugo), sobre quien Silvia Ribelles de la Vega acaba de publicar una biografía, es un persona que estudia y reivindica, de alguna manera, en su libro. ¿Fue ejecutado por orden de la dirección del PCE?
- Es una figura que resulta estremecedora. Tiene una trayectoria increíble. Proviene de una familia muy numerosa y todos están con el franquismo, de manera activa. Es el único que está con la República. Alcanza el grado de capitán en la Guerra Civil; en Francia fue jefe de la Resistencia y es laureado por el Gobierno francés; en el campo de exterminio de Mauthausen se convierte en el responsable del PCE. Enfermo, el partido lo envía a Asturias, donde estuvo año y medio. Él avisa de su situación. Es un auténtico héroe, pero los héroes no lo son a perpetuidad; las acciones heroicas se asumen en momentos determinados, pero no en cualquier condición y menos con el alma encogida. Fue receptivo a las peticiones de los guerrilleros, que veían claramente el final.
- ¿Su conclusión es que lo liquidó la dirección del PCE?
- Es cierto que él cuenta (a la Policía) dónde está (Manolo) Caxigal, pero lo hace diez días después de haber sido detenido. Piensa que en ese tiempo ya han evacuado el campamento, porque ésas eran las normas. Caxigal no lo hizo. La segunda consecuencia es la detención de la familia de El Paxumal, en Blimea, que se produjo siete días después de la muerte de Caxigal en El Condado. Pudo delatarla Montero o no, porque parece probable que encontraran papeles en el campamento de Caxigal, que era sede del comité provincial del partido. Lo que está claro, también, es que a Montero lo traslada la Policía a Madrid y allí, sin proceso, lo libera. Intervienen sus hermanos. Sabugo lo conocía todo, pero sólo hubo consecuencias para Caxigal y la familia de El Paxumal. Él termina en manos del partido en Francia, que lo interroga. ¿Qué pasó después? Hay un boletín del PC de Asturias y ahí dicen que Montero pagó como pagan los traidores al partido. Parece claro. Carrillo, en unas declaraciones a la sobrina nieta de Montero, la autora de ese libro, tampoco lo niega.
J. L. Argüelles, La Nueva España