Más de 11.000 entradas y 1.050.000 visitantes desde el 9 de octubre de 2011

Gloria y muerte de un héroe moderno: Steve Jobs (David Antona González)

Corren malos tiempos para el capitalismo que, pese a sus esfuerzos, no logra ni reinventarse ni moralizarse. No se tiene constancia, en efecto, de ningún imperio que haya sobrevivido por la sola fuerza de sus legiones o, como en el caso del imperio americano, por la de sus misiles y sus armas de destrucción. Para perpetuar esa dominación, es preciso además desplegar un arsenal de seducción que logre lo que no consiguieron esos instrumentos de muerte: hacer creer a las poblaciones que pueden vivir en un mundo de ilusión en el que ya no lloverán del cielo ni la metralla, ni las bombas de fragmentación, ni los defoliantes. Si no, imágenes de héroes, arquetipos, seres a la vez inmateriales y hechos de carne y hueso, animados por sentimientos, fuerzas y pasiones que escapan a lo que a los a los mortales nos atenaza y nos clava en el suelo.

Es precisamente de un sueño, “el Sueño americano”, del que se nutrió nuestra infancia y nuestra adolescencia, con una cohorte de héroes de papel o de celuloide que alimentaron nuestra necesidad de escapar a la realidad, de transfigurarla, identificándonos con esos personajes de ficción. Es así, como volamos con Flash Gordon y Superman, saltamos de árbol en árbol con Tarzán, nos enamoramos de una pequeña compañera de clase con Huck Finn, cabalgamos con el Quinto Regimiento de Caballería en pos de una tribu de apaches, etc. Y, más tarde, intentamos adoptar el rictus de Bogart y los andares de John Wayne o de Gary Cooper.

Los últimos héroes americanos, que sepamos, desembarcaron durante la Segunda Guerra Mundial en las playas de Normandía, frente al objetivo de la cámara de Capa. Supimos más tarde que habían muerto sobre la arena de sus playas por nosotros: para salvar a la democracia y a los valores de un mundo occidental amenazado de destrucción por la barbarie nazi.

***********

Ha transcurrido desde entonces más de medio siglo. La democracia americana – a través de sus expediciones bélicas y la exportación masiva de sus productos al resto del mundo - ha seguido colonizando los espíritus, inundando nuestras televisiones con sus personajes paupérrimos, y las del cine con sus cada vez más escépticos y atormentados héroes.

Este aluvión de imágenes, ininterrumpido, no pudo en el transcurso de estos últimos años ocultar la crisis de un sistema de explotación y de dominación que, como afirma el diario El País, (convertido estos días en plañidera universal al servicio de los USA, a cuenta del fallecimiento de Steve Jobs, el 5 de octubre pasado) se debe “a la codicia de empresas que en lugar de prestar y contribuir a hacer riqueza, se dedicaron a hacer dinero fácil con derivados y otros mecanismos incomprensibles. Cuanto más oscuros los productos, mejor se esquivaban las regulaciones y más dinero se hacía.” Y concluye el periódico este lamento sobre los desmanes del llamado “capitalismo de casino”, recordándonos que “Job era la otra cara de ese capitalismo. Mientras los ejecutivos de esas compañías (los Lehman Brother, Goldman Sachs y otros) hacían fortunas de la nada, Steve Jobs muere como un héroe popular. Jobs, concluye, es la otra cara de ese capitalismo que irrita a la población”.

*********

Interesante conclusión e interesante coincidencia, la del lanzamiento universal de una figura como la de este empresario e inventor, cuyo fallecimiento a los 56 años ha dado lugar a un chaparrón de elogios, ditirambos y calificativos tales como “empresario más global”, “revolucionario de la era digital”, “empresario con piel de genio”, etc., etc., con las críticas crecientes a ese capitalismo “que irrita a la población”

El sistema, deducimos nosotros, necesita imperativamente adquirir una legitimidad perdida a causa de los abusos de ese nuevo capitalismo , cuyas orejas peludas están dejando de pasar desapercibidas para millones de seres que entienden que, además de posible, otro mundo es absolutamente necesario si queremos asegurar a la vez la supervivencia de nuestra especie y la de nuestro planeta. A menos que la crisis de ese modelo mortífero, “la más grave en estos ochenta años, comenta nuestro vocero nacional, sirva para recapacitar sobre los pecados y las virtudes de este modelo económico”. Y lo transfigure.

Y qué mayor oportunidad que esta, añadiremos, para desviar la atención de la opinión pública sobre el desarrollo del movimiento cívico y popular que ha plantado sus tiendas en el corazón mismo del sistema. Wall Street, y que se está extendiendo como un reguero por otras ciudades norteamericanas, como lo hizo antes en el norte de África, en España y en diversos puntos del planeta, que devolvernos la ilusión de que otro mundo es posible gracias a un nuevo héroe sobrenatural… y a los que podrían seguirle. Un héroe próximo a nosotros, “que generó un mundo conectado” y “que pasará a la historia, no porque sus productos fuesen un éxito comercial. Sino porque hicieron felices a la gente”.

Aquí, indudablemente, entramos en las entrañas de un sistema que se esfuerza, desesperadamente, por hacernos creer que es mejorable y reconducible. Que todos podemos, como Steve Jobs, “ser un foco de luz en este ecosistema que entre todos estamos impulsando para mejorar el bienestar de las sociedades”. (César Alierta, presidente de Telefónica, promotor de un plan que en 3 años recortará la plantilla actual en un 20 % y afectará a 6.500 puestos de trabajo de los 32.000 del grupo).

Felicidad, ilusión…Como afirma uno de los articulistas de El País, “aunque se ha comparado a Steve Jobs con Thomas Edison y Henry Ford ninguno de ellos consiguió conectar con los ciudadanos. (…) Qué gigantesco mérito el de este hombre: el de ser objeto de admiración de los humildes, no por su sacrificio, sino por su triunfo”.

Entramos, con este tipo de plácemes, en un dominio que toca a las profundidades y a los entresijos del subconsciente: la búsqueda de un héroe moderno, casi de un santo laico. De un mártir de esta crisis tan dañina, capaz de regenerar con su ejemplo la imagen depredadora y destructiva de un sistema a la vez temido y necesitado de admiración y respeto. No solo para regenerarse, para perpetuarse, sino también para seguir vendiendo sus imágenes y sus productos, toda esa cacharrería universal que, como supo hacerlo Steve Jobs, “no solo impulsó una revolución tecnológica, sino que cambió la sociedad…Y abrió un potencial ilimitado a la industria” (de nuevo César Alierta).

El amor pues, el amor universal como bálsamo y motor de un crecimiento ininterrumpido. El amor para garantizar a los empresarios unos beneficios máximos y hacer triunfar la fe en un futuro dominado por “la Pax Americana”. Siguiendo ese mito del hombre sencillo que como Jobs fue un niño adoptado, logró hacerse a sí mismo, “despreció el saber de las escuelas de negocios, el de la Universidad, y creó un mundo particular en un garaje de California”.

*********

La fuerza de convicción de estos arquetipos roza casi lo religioso, provoca una especie de veneración mística hacia las técnicas de comunicación y hacia la técnica en general. Se imprimen con fuerza en las mentes y pueden sustituirse a los valores espirituales y materiales destruidos precisamente por la sociedad de consumo promovida por el capitalismo en su estadio actual. Una sociedad en crisis que busca el anclaje emocional que le permita controlar a la vez nuestros cuerpos y nuestras mentes. Sin embargo Steve Jobs, se apunta en uno de los pocos comentarios objetivos que hemos podido leer, “no inventó nada relevante. Pero ninguna empresa (IBM, Microsoft, HTM, entre otras) supo como él conjuntar los distintos avances tecnológicos y empaquetarlos en carcasas mágicas para crear unas máquinas fáciles de usar e ilusionar a sus utilizadores”.

Según un experto en mercadotecnia supo además, con sus productos, “crear un diseño emocional”, apelando a esos resortes que nos incitan a adquirir un objeto no solo para poseerlo, sino además por “la sensación que suscita en nosotros y la comunión estética que produce en nuestra forma de pensar”. Baudrillard ya analizó en su libro “El espejo de la producción”, este estadio de la sociedad de consumo en que ya no adquirimos un objeto por su valor de uso o su funcionalidad, sino por las sensaciones que provoca en nosotros, por el brillo que despide y el simple placer que nos produce poseerlo.

Un diseñador como Javier Mariscal, refiriéndose a esa disociación entre el uso y la forma de un objeto, ha afirmado a propósito de la Manzana y de sus productos: “Esta empresa te abducía de tal manera que pagabas mucho más caro sus ordenadores y no te sentías estafado. Lo pagabas con una sonrisa total de felicidad”. Esa felicidad que incitaba a un lector del País a hacer este comentario: ”Gracias a Steve Job por hacerse millonario creando inteligencia bella”.

Una belleza altamente rentable. Los datos sobre la fortuna personal de Jobs no ocupan un espacio relevante en los artículos del País que enaltecen a la vez su figura de inventor y de empresario creador de riqueza. Sabemos que solo cobraba un dólar simbólico al año. Pero, como los títulos de Apple habían subido en Bolsa de un 11.300 % desde 1997, Jobs, al disponer de 5,5 millones de acciones de esta empresa, poseía antes de fallecer unos 2.000 millones de dólares. Y su fortuna personal ascendía a 8.300 millones de dólares.

**********

Otro punto cuidadosamente silenciado en las páginas del País dedicadas a ensalzar la figura de Jobs, que explica los beneficios elevados de la firma, además de las virtudes atribuidas a sus productos a pesar de su precio elevado, son las condiciones en que eran y que siguen siendo fabricados. El párrafo siguiente, extraído de un artículo publicado en “Rebelión”, aporta estas precisiones:

“En China fabrican el iPod intoxicando a los trabajadores. Proveedores de Appel como Foxlann, Dafu y Lian Jan Technology, violan rutinariamente le ley de China “sobre prevención y control de enfermedades profesionales”. Varios fabricantes sustituyeron el alcohol por el n-hexano, que se utiliza para limpiar piezas y es una sustancia química que trabaja mejor, solo que es un veneno para los operarios. En estas fábricas fuerzan a los operarios, a menudo mujeres adolescentes y veinteañeras, a trabajar con este veneno en recintos sin ventilación”.

Completemos el retrato de “este visionario de la era digital”…. Como la moral, los negocios y el pensamiento no siempre están reñidos, nos informan de que Steve Jobs se había convertido al budismo. Sus admiradores habían recogido algunos pensamientos suyos que no nos dispensarán de seguir leyendo, si lo deseamos, a Lao Tseu o a Pascal, pero que son reveladores de su personalidad. Como este:”Tu tiempo es limitado. No lo desperdicies viviendo la vida de los otros”. O este: “Encontrad lo que amáis”.

Concluyamos: la desaparición de Steve Jobs, convertido por la máquina propagandística al servicio del Imperio en algo así como el icono de un capitalismo que busca la forma de hacer piel nueva para recobrar una legitimidad cuestionada, se produce en un momento en el que el liderazgo de los Estados Unidos – cultural, militar, diplomático, tecnológico - se mantiene cada vez más en base a su poderío militar y a su afán de conquista y expansionismo.

América desea sin embargo volver a sus orígenes, a sus valores primigenios, única forma, piensa, de que algún día se haga extensivo a todos nosotros ese mensaje depositado por una admiradora de Steve Jobs en You Tube: “Gracias por hacer nuestra vida mejor”. Todo lo contrario de lo que reclaman los miles de manifestantes que expresan hoy día su repulsa a este sistema en distintos puntos del mundo.

El business y la cacharrería de Steve Jobs, su poder de atracción, ha seducido a los políticos, el primero de ellos a Obama, y a los hombres de negocios que buscan la piedra filosofal capaz de aunar el éxito comercial con el placebo de una felicidad paralizadora y alienante. Felizmente, no todos los utilizadores de Apple han sucumbido a la fascinación ejercida por este gurú sobre los adoradores de la Manzana y de sus productos.

Como este lector que escribe en El País con una ironía ácida y divertida:

“¡Qué puedo decir?, comenta. Estoy desolado, me he quedado sin guía espiritual. Jobs cambió mi vida. La llevó a un nivel superior. Ni siquiera tengo relaciones sexuales. Me masturbo contemplando mi colección de productos Appel. Son maravillosos y hacen juego”.

Steve Jobs… Tus accionistas, tus admiradores, los lectores de esta prensa especializada en el ditirambo y las campañas mediáticas de encargo, sentimos tu muerte. La de un hombre joven lleno de talento. Descansa en paz.

Kaos en la Red