La primera legislatura de Zapatero empezó el 18 de abril de 2004 con aquella escena delante de un tapiz de la Real Fábrica y la bandera de España, donde se mostraba flanqueado por la vicepresidenta de la Vega, el ministro de Defensa, Bono, y el jefe del Estado Mayor, almirante Moreno Barberá. Entonces se oía decir al presidente, sin haber aún celebrado la primera reunión del Gabinete, aquello de "he ordenado al ministro de Defensa que retire las tropas desplegadas en Irak a la mayor brevedad posible". Estábamos en la política de gestos, muy aplaudidos en los bares de Malasaña. Conforme en que nuestro contingente había ido allí para labores imposibles de acometer bajo las condiciones de hostilidades generalizadas en que había degenerado la situación. Conforme en que salió de aquí sin misiones de combate. Y que en esas circunstancias los soldados o pasaban a ser combatientes o debían retirarse. De acuerdo. Pero, en lugar de proceder de manera razonada y ganándose el consenso, Zapatero prefirió el gesto súbito y unilateral. Se lucraba así en exclusiva del aplauso fácil. Años antes, cuando todavía era solo secretario general del Partido Socialista, se había preparado permaneciendo sentado al paso de la bandera norteamericana durante el desfile. Esa sentada le valió ser réprobo hasta que consiguió ser invitado por Obama al multitudinario desayuno de oración, donde acudió acompañado de aquellos acólitos de lujo bien recordados por los lectores.
Como decía un buen amigo periodista en el telegrama que le dirigió en el informativo Hora 14 de la Cadena SER, "señor presidente, ni quedarse entonces sentado al paso de la bandera americana, ni ponerse ahora de rodillas para lo que mande el Pentágono". Sorprende este atrevimiento inexplicable para proceder a una concesión que según hemos sabido se ha venido negociando durante meses, siempre de espaldas al Congreso de los Diputados, y que ha sido anunciada sin haber pasado siquiera por el Consejo de Ministros que solo conoció el asunto el día 7, dos días después de la foto de Bruselas. Asombra el desprecio de las formas, cuestión capital en un sistema democrático. Es penoso que se utilice como edulcorante la insignificante creación de puestos de trabajo y la nueva clientela que tendrán los bares de alterne de la zona, como si fuera un elemento compensador. Todo el esfuerzo que se hizo durante las negociaciones culminadas en 1988 para el nuevo Convenio de Defensa, a cargo del embajador Máximo Cajal y del Gobierno de Felipe González, en defensa de los intereses nacionales y sin menoscabo de las mejores relaciones con Estados Unidos se viene abajo. Dejamos de merecer el respeto que nos habíamos ganado y volvemos a prestar nuestra posición geográfica para que se utilice en operaciones que nos comprometen sin que se nos tenga en cuenta.
Zapatero se pliega a urgencias ajenas, dictadas por los plazos de aprobación de los presupuestos del Pentágono. Y lo hace en tiempo de descuento con las Cámaras disueltas y las elecciones convocadas. ¿Dónde están las contraprestaciones? ¿Para cuándo quedan, por ejemplo, los compromisos pendientes de retirar el plutonio enterrado en Palomares desde 1966? ¿Habrá sido todo para ayudar, una vez más, a Rubalcaba? En toco caso, descubrimos ahora que los gestos previos hacia Washington carecían de sentido. Se trataba de mera gesticulación. Continuará.
El País