Imagínense una máquina que lanza pelotas de tenis, pero con una característica muy especial: siempre salen disparadas a 300km/h para quien observa el fenómeno, independientemente del lugar en el que se encuentre. Aunque la idea parece simple de entender, se puede complicar bastante cuando imagine, además, que dicha máquina se instala en un AVE que circula a 150km/h hacia la estación de Antequera. Un kilómetro antes de llegar, y a las 12 en punto, lanza una pelota hacia una ventanade la misma. El jefe de estación observa cómo la pelota sale a 300km/h, y por tanto rompe el cristal 12 segundos más tarde. Sin embargo, para el maquinista del AVE, que ha lanzado la pelota a 300km/h, y simultáneamente ve cómo se le acerca a la estación a 150kmh, observará cómo la pelota rompe el cristal exactamente 8 segundos después del lanzamiento. Aquí es cuando mi hijo Javi me interrumpe, usando su propio lenguaje, para decirme que ya se está «rayando». Precisamente eso es lo que ocurre con la luz. Cámbieme el lanza-pelotas por el flash de una cámara, los «kilómetros hora», por «miles de kilómetros por segundo», y tendrá la Teoría de la Relatividad (Especial) de Einstein.
El genio, entre otras cosas, nos dice: 1º) que la luz, en el vacío, siempre viaja a la misma velocidad, salga de donde salga y lo mire quien lo mire, y 2º) que para el maquinista de un tren que viaja a velocidades próximas a la de la luz, el tiempo es significativamente más lento. De hecho, a lo largo del último kilómetro nuestro maquinista sólo ha envejecido 8 segundos, mientras el jefe de estación es 12 segundos más viejo. Ya hace muchos años se montaron relojes atómicos en aviones y se demostró que Einstein tenía razón. Así, los astronautas envejecen más lentamente mientras están de viaje. Según las ecuaciones de Einstein, si el tren viajara a la velocidad de la luz, el reloj del maquinista sería infinitamente lento. También demostró que por cuestiones energéticas, sería imposible superar dicha velocidad. Pero además, en caso de que se traspasara tal barrera, las agujas del reloj empezarían a girar en sentido opuesto.
Continuando con el símil, si el tren se mueve a 600km/h, el doble de lo permitido, nuestro maquinista observaría, aún dentro, cómo el impacto de la pelota contra el cristal se produce a las 12:00:04. Pero el tren llegaría a la estación a las 12:00:06, con suficiente tiempo para que el maquinista baje y pueda predecir el futuro, advirtiendo al jefe de estación de que, 6 segundos más tarde, una pelota golpeará el cristal.
Vayamos ahora a la segunda parte. El reciente descubrimiento de neutrinos que podrían estar viajando más rápido que la luz ha provocado un tsunami en la comunidad científica ya que la consecuencia inmediata, según lo explicado, es que podríamos viajar en el tiempo al pasado. Hacia el futuro ya lo hacemos, y demasiado rápido, por desgracia. Gracias al cine, y en especial, a las aventuras de Marty McFly, casi todo el mundo sabe que hay razones más que suficientes para afirmar que el viaje al pasado es imposible. En primer lugar, con cada viaje en el tiempo crearíamos dos realidades diferentes y por tanto habría un infinito número de universos evolucionando de forma simultánea. En el que vivimos, por cierto, nadie volvió para matar a Hitler. En segundo lugar, no tenemos entre nosotros a ningún viajero del futuro, así que intuimos que la Máquina del Tiempo nunca se inventará. Ya sabemos que si a Roca le tocaba mucho la lotería, no es porque se supiera los números. En tercer lugar, no tenemos ninguna grabación con calidad 'blu-ray' del sermón de la montaña. Aunque en la novela «En el tiempo», de Robert Silverberg, se afirma que la mayoría de los asistentes al sermón eran turistas del futuro, no es creíble que todos ellos olvidaran su cámara.
Sin embargo, lo que no todo el mundo sabe es que las vías de investigación que se abrirían con el descubrimiento de los neutrinos están relacionadas con el viaje al pasado de la información, no de la materia. Las reflexiones en este caso son diferentes. Recibiríamos mensajes, pero no objetos o personas, aunque lo más curioso es que sólo a partir de ahora, que sabemos cómo enviar mensajes, sabríamos construir las máquinas capaces de descifrarlos. Eso explicaría por qué no había neoyorquinos en Galilea, y sólo a partir de ahora los físicos se podrán convertir en millonarios simplemente por su trabajo. Pero una paradoja que no desaparece es la de los múltiples universos. Nos llegarán mensajes del 2020 indicando cómo curarnos de un cáncer (postdata: no te tomes la medicación, porque vas a morir en un accidente aéreo), pero automáticamente crearíamos un futuro alternativo en el que la cura del cáncer se descubre en 2012. Y otro más en el que no me monto en el avión. Tal vez hemos alcanzado las últimas consecuencias del desafortunado mordisco al fruto del Árbol de la Ciencia o es posible que el AVE haya viajado por una dimensión desconocida. Pero lo más probable es que estemos ante un fiasco científico más, como lo fue la fusión fría. En el 2012 lo veremos, si Dios quiere.
Por cierto, si todo es relativo, y para el maquinista es la estación la que se mueve hacia el tren, entonces, ¿cuál es el reloj que atrasa? ¡Abuela! ¿Estás ahí?
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