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Steve Jobs y el nuevo mundo (no todo es genial) (Íñigo Sáenz de Ugarte)

¿Einstein? ¿Edison? ¿Leonardo? Todo exagerado pero comprensible. Antes de comenzar a ponerse estupendo, hay que recordar lo que cuenta Steven Levy en el perfil de Steve Jobs en Wired. Es el responsable de que hayan existido Apple II, el Macintosh, Pixar, el iPod, el iPhone y el iPad. Cada una de esas creaciones le colocaría en un olimpo tecnológico. Todas ellas juntas..., bueno, es algo difícil de definir sin caer en un ditirambo ridículo.

¿Cambiar el mundo? Eso aparece en la mayoría de los artículos periodísticos. En el ámbito de la tecnología, eso es indudable. Lo que me llama la atención es la impresión, y puedo estar muy equivocado, de que la abundancia de los elogios en los medios de comunicación se debe a la última oferta de la factoría Apple: el iPad (y mucho menos a los logros anteriores). En parte, porque ofrece a esos mismos medios una plataforma tecnológica en la que creen sentirse cómodos sin provocar ese pavor que les causa la web. Más posibilidades de rentabilizar el negocio, es decir, de obligar a la gente a que suelte la pasta, y una experiencia visual que en cierto modo se acerca mucho más a la lectura del periódico (ese pase de páginas) que la disponible en una página web.

Y luego no hay que olvidar el factor personal. Los responsables de los medios son usuarios entusiastas del iPad (como millones de personas por otro lado). Sienten un entusiasmo que los ordenadores nunca les han causado, porque los veían como simples herramientas de trabajo.

Jobs ya ha sido canonizado. Hasta The New Yorker ha dejado a un lado el estilo elegantemente irónico, nunca muy abrasivo, que caracteriza a sus portadas con la elegida para esta semana. O quizá la portada sea una visión irónica tan tenue que se confunde con la realidad hasta hacerse indistinguible de ella.

Me interesa pensar sin llegar a una conclusión clara cómo Apple y Jobs han cambiado el sistema económico porque ahí hay algunas ideas en las que la canonización es imposible. Hay un artículo en The Guardian que creo que pone sobre la mesa cuestiones sugerentes, aunque las conclusiones dejan mucho que desear.

Julian Baggini apunta alto. Dice que Jobs ha revolucionado el mundo empresarial y cuestionado con su trayectoria que el mercado pueda por sí mismo y a través de una lenta evolución (la famosa mano invisible) producir las soluciones más efectivas y apropiadas para la sociedad. Para empezar, comenta que con Apple se acaba el viejo adagio de que el consumidor es el rey, por esa idea ya conocida de que Jobs no pensaba que hay que dar al usuario lo que quiere, sino lo que él no sabe aún que quiere. En fin, como saben los clientes de bancos, empresas de telecomunicaciones y otras compañías de servicios, eso de que el consumidor manda es uno de los conceptos más sobrevalorados de la historia.

Luego comenta que Jobs es la prueba definitiva que confirma que la calidad exige un coste. Nada de software libre, colaboración en una comunidad, sistemas abiertos. El candado y el control cerrado del acceso al nuevo producto son marcas de la casa. En realidad, así es como funciona el mercado en el caso de las grandes corporaciones, y por tanto resulta complicado llegar a la conclusión de que Jobs haya subvertido alguno de sus principios habituales. Una vez más, todo ese razonamiento procede del éxito del iPad, que no es en absoluto un producto tan heterodoxo como nos quieren hacer creer.

Ni en este artículo ni en otros muchos se ha destacado que ese control es la antítesis de la idea que inspiraba el mítico anuncio de 1984 realizado por Ridley Scott. Al final, la cara que aparece en la pantalla no puede ser otra que la de Steve Jobs. Lo que no está tan claro es que alguien esté en condiciones de irrumpir en la sala y lanzar una maza contra la imagen. E incluso si ocurriera, la gente estaría muy ocupada con la vista puesta en sus iPad.

No es que eso quiera decir que Apple haya mutado en una versión amable de 1984 --el de Orwell, no el Macintosh--, pero de ese espíritu rebelde e insurgente ("es mejor ser piratas que alistarse en la Armada", por utilizar las palabras de Jobs) no queda ya nada. Cuando Apple comenzó a fabricar teléfonos, el paso siguiente fue llegar a acuerdos con las multinacionales de las telecomunicaciones. No hay muchos piratas en sus consejos de administración.

Lo de que Apple es tan 'cool' que hasta ha hecho que el capitalismo parezca diferente al demostrar que sin el genio individual que rompe esquemas el mercado carece de la creatividad necesaria, me parece más un hueso que el autor lanza a los lectores de The Guardian para que se sientan mejor leyendo hagiografías. El mercado ha absorbido sin problemas todas las innovaciones presentadas por Apple hasta el extremo de que Microsoft continúa siendo una potencia porque copió (seamos más elegantes: se inspiró en) la idea de Macintosh para hacer un sistema operativo que se basaba en el mismo principio y que se vendía a un precio más asequible. Y el éxito de las tabletas es más inmediato y rotundo gracias al iPad --además de establecer un estándar de calidad que obliga a las demás compañías--, pero que habría ocurrido igualmente sin Apple.

Hay otro artículo que, al menos en EEUU, hay que leer en paralelo a los perfiles elogiosos hasta el extremo. ¿Cuántos empleos ha creado en el país la compañía paradigma del éxito que hasta llegó a superar brevemente en valor bursátil a Exxon Mobil? Timothy Noah lo cuenta en The New Republic con datos de 2006 y de la producción del iPod, cuando las ventas del producto pasaron de 42 a 88 millones de unidades.

Ese año, el número de personas que trabajaba en la fabricación y venta del iPod era 41.170. De ellos, sólo 13.920 estaban empleados en EEUU, de los que casi la mitad eran profesionales cualificados, por ejemplo ingenieros. ¿Pero dónde estaban los que realmente fabricaban los iPod? Todos menos 30 en el extranjero, fundamentalmente China y Filipinas. Buenas noticias para estos dos países (no sé si para todas esas personas contratadas dadas las polémicas condiciones de trabajo), no tan buenas para EEUU, el país que está orgulloso de los logros de una empresa norteamericana como Apple.

Es obvio que Apple no es la única corporación que hace eso en el sector de la tecnología. Lo hacen prácticamente todas. La idea de que esas empresas --o como se dice ahora los emprendedores-- crean puestos de trabajo en sus países es como mínimo discutible. Y es una de las consecuencias del fenomenal éxito de empresas innovadoras como Apple. Su análisis no puede obviar algunas preguntas: ¿dónde crean empleo?, ¿dónde pagan sus impuestos?

Si es verdad que Jobs cambió el mundo, la pregunta que podríamos hacernos es: ¿es tan maravilloso como se deduce de la frase?

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