La crisis del euro no podrá resolverse sin una recuperación de los salarios en Alemania.
Los nuevos jefes de Gobierno de la periferia europea, Mario Monti , Mariano Rajoy y Lucas Papadimus, sueñan con tener línea directa con la cancillería de Angela Merkel. Pero les podría resultar mas útil hablar con Frank Briske, secretario general de Verdi, el enorme sindicato de los servicios públicos, con unos dos millones de afiliados. O con Bertolt Hube, del también poderoso sindicato industrial IG Metal, con 2,4 millones. O Michael Sommer, de la central DGB.
¿Por qué? Porque, en el fondo, la crisis de endeudamiento de la periferia europea es consecuencia de una divergencia espectacular de los costes unitarios laborales –costes por unidad producida– favorable a las empresas alemanas. Y es casi imposible imaginarse cómo puede corregirse sin que los salarios en Alemania empiecen a recuperar parte del terreno perdido en los últimos diez años. "Lo que la zona euro necesita en estos momentos son más huelgas en Alemania", ironizó Karl Brenke, especialista en análisis laboral del Instituto DIW, en una entrevista mantenida en Berlín la semana pasada.
En toda la periferia, los costes laborales unitarios subieron en el 2000. Bien, como en España, por estancamiento de la productividad (el "milagro" del empleo español inevitablemente pasó factura a la productividad), bien por subidas de salarios reales (descontada inflación). En Alemania –con recortes de salarios reales y aumentos de productividad– se mantuvieron más o menos estables. Alemania es el único país de la eurozona donde los salarios reales registraron un descenso –el 0,8%– entre el 2000 y el 2008. En términos agregados, los costes unitarios laborales han subido un 30% menos en Alemania que en el resto de la zona euro. La brecha se ha cerrado algo en los últimos tres años pero –salvo en Irlanda– no mucho. Sólo entre el 2005 y el 2010 los costes laborales unitarios han subido el 11% en España, el 12% en Italia, el 14% en Grecia y sólo el 3,6% en Alemania.
Esto explica el enorme superávit comercial que Alemania registra en su comercio con el resto de la zona euro, un excedente de unos 180.000 millones que equivale más o menos a los déficit comerciales de España, Italia, Grecia, Portugal e Irlanda. Ahora mismo, Alemania registra superávit comercial incluso de productos agrarios. "Los descensos de salarios son el factor más importante para explicar el aumento del superávit alemán dentro de la zona euro", según Brenke.
Es una cuestión de importancia mayúscula. Antes, una devaluación de la divisa ayudaba a mantener el crecimiento durante los ajustes necesarios para corregir desequilibrios externos. Además, un poco de inflación ayudaba a bajar los salarios reales permitiendo la homologación de costes. Pero, como explicaba Alan Blinder –economista estadounidense, ex miembro de comité monetario de la Reserva federal– en The Wall Street Journal esta semana, en la unión monetaria es mucho más difícil. Para Blinder, existen tres formas de cerrar la brecha.
Una: la periferia puede conseguir registrar aumentos de productividad que Alemania no logra. Es poco probable, puesto que Alemania invierte el 2,5% de su PIB en I+D frente al 1% de España e Italia. Dos: la periferia puede seguir por el camino de la devaluación interna, reducir precios y salarios y buscar crecimiento por la vía de las exportaciones. No sólo sería un proceso doloroso sino también incierto, ya que dos tercios del comercio se producen en el interior de la eurozona. ¿Cuáles serían entonces los mercados de exportación si todos pretenden registrar superávit comercial?
Queda una tercera opción. "Alemania podría crear voluntariamente una inflación mayor que sus socios mediante, por ejemplo, un gran estímulo fiscal o el fin de las restricciones sobre salarios", sostiene Blinder. Es la opción mas benigna y depende, en gran medida, de si los sindicatos pueden darle la vuelta a diez años de bajadas salariales.
En otros momentos históricos, los poderosos sindicatos alemanes habrían estado encantados de salvar al euro negociando aumentos salariales. En los 80 y 90 se consideraba una pieza clave del modelo alemán de paz social que los salarios subiesen en línea con la productividad. Pero desde las reformas iniciadas por el gobierno socialdemócrata de Gerhard Schröder, el mercado de trabajo alemán ya no es lo que era. "Incluso si hiciéramos huelga no está claro que sacáramos algo", dice Ralf Kramer, un economista del sindicato Verdi. "Se ha producido un aumento significativo de trabajos a tiempo parcial y de contratos temporales que no entran en el convenio".
Entre el 2001 y el 2008, se han perdido en Alemania 2,1 millones de empleos a jornada completa cubiertos por convenios colectivos. Mientras que se han creado 1,1 millones de empleos a tiempo parcial, medio millón de nuevos autónomos y otro medio millón de empleos provisionales, subcontratos con empresas de trabajo temporal. Con la tasa de paro más baja desde 1991 –un 5,5%– las leyes de oferta y demanda en el mercado de trabajo alemán indicarían que ha llegado el momento para mayores reivindicaciones salariales. Pero "con tantos trabajadores a tiempo parcial que no quieren serlo, la tasa de paro no es un indicador fiable", añade Kramer.
El número de trabajadores con salarios bajos ha subido cinco puntos porcentuales (hasta el 22%) desde el 2000. Alemania no tiene salario mínimo. "Hay millones de empleados que perciben 400 euros al mes", dice Brenke. Son los famosos miniempleos, la última importación de un producto hecho en Alemania que llega a España. Por si esto fuera poco, hay medidas en marcha para reducir los salarios de los funcionarios en regiones como Berlín. Pese a todo, hay alguna señal de que los históricamente poderosos sindicatos alemanes podrían empezar a echar un cable a países como España e Italia. IG Metal pactará un aumento de salario del 3% en el sector del automóvil. Verdi iniciará la negociación de su convenio con una reivindicación de subida de salarios del 6% o el 7% aunque, según Kramer, "lo más probable es que sólo se logre la mitad". "Estamos preparando alguna huelga para reforzar las negociaciones del convenio", dice Kramer.
Andy Robinson, La Vanguardia