Incluso la invitación la hago extensible a su esposa y a sus dos hijas. Señor presidente, quiero ver su cara cuando le explique a su familia las razones por las que se ha convertido en el mejor traficante de armas de la historia de la democracia española. Sobre todo quiero ver su cara y las caras de sus seres queridos en alguna de las ciudades libias destruidas, en algunos de los barrios colombianos repletos de desplazados por los combates o en el guetto de Gaza.
Eso sí, señor presidente, usted paga los gastos y yo no le cobro honorarios. Lo hago con la esperanza de que usted realice una especie de examen laico de conciencia y se pregunte si era necesario que triplicase la venta de armas españolas desde que llegó a la jefatura del gobierno, convirtiendo a nuestro triste y desamparado país en la sexta potencia mundial en exportaciones armamentísticas.
Perdone, quizá debería decir que estas ventas se han cuadriplicado, quintuplicado o sextuplicado porque sus colaboradores del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo intentaron maquillar las cantidades vendidas en el año 2010. De esa manera no quedaron contabilizados contratos pendientes con Brasil por 480 millones de euros, Noruega por 400 millones y Australia por 305 euros. Si se sumasen estos 1.585 millones de euros al total vendido y reconocido (1.128 millones de euros) estaríamos hablando de 2.713 millones de euros en 2010, es decir más de seis veces la cantidad vendida en 2004, fecha en la que usted ganó las elecciones con un discurso pacifista.
Durante todos estos años usted ha conseguido algo loable: que nadie le preguntase por estas vergonzosas cantidades en las múltiples entrevistas pactadas que le han hecho los periodistas de medios de comunicación amigos o cercanos. Hubiese estado muy bien saber la opinión del más pacifista de los gobernantes españoles sobre sus vinculaciones con la venta de armas.
Sólo el traductor Rafael Lafuente Blanco, de 29 años, le sacó los colores el 26 de enero de 2009 en el programa Tengo una pregunta para usted ante una audiencia de seis millones de televidentes. ¿Se acuerda, señor presidente, del comentario de aquel joven? “A mi me parece muy hipócrita que un gobierno que habla de derechos humanos, de compromiso por la paz, de alianza de civilizaciones, se dedique a vender guerra, muerte y destrucción”, le espetó y tuvo las agallas para recordarle que “es incongruente” que vayamos por el mundo publicitando un discurso pacifista y, al mismo tiempo, seamos una de las principales potencias armamentísticas del mundo.
Usted ha vendido armas a Libia, Egipto, Argelia, Marruecos, Túnez, Arabia Saudita, Bahrein, Israel y otros países que violan sistemáticamente los derechos humanos. Su gobierno tuvo la desfachatez de revocar las dos últimas licencias en vigor de exportación de armas a Libia cuando sólo faltaba por ejecutar el 0,36% del contrato. Es decir, inundaron Libia de armas que el gobierno de Muamar el Gadafi utilizó contra sus ciudadanos y después volvieron a aparecer como los paladines de la no violencia.
Amnistía Internacional, Intermón Oxfam, Greenpeace y Fundació per la Pau, cuatro organizaciones humanitarias no gubernamentales muy prestigiosas, han presentado informes exhaustivos desde la entrada en vigor de la Ley de Comercio Exterior de Material de Defensa y Doble Uso (ley 53/2007) en diciembre de 2007 en los que se remarcan “las transferencias a destinos preocupantes sin que se conozcan los criterios que han permitido estas exportaciones, según lo establecido por la ley”.
Esa ley afirma que no deben venderse armas “cuando existan indicios racionales de que puedan ser empleadas en acciones que perturben la paz, puedan exacerbar tensiones o conflictos latentes, puedan ser utilizados de manera contraria al respeto debido y la dignidad inherente al ser humano, con fines de represión interna o en situaciones de violación de derechos humanos, tengan como destino países con evidencia de desvíos de materiales transferidos o puedan vulnerar los compromisos internacionales contraídos por España”.
En los últimos años su gobierno también ha mantenido estrechas relaciones con Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Guinea Ecuatorial o Libia. Ministros de Asuntos Exteriores como Miguel Ángel Moratinos han recorrido estos países, con grandes reservas petrolíferas y de gas, firmando acuerdos bilaterales y elogiando a regímenes y gobiernos que violan sistemáticamente los derechos humanos.
Creo que hubiese sido menos cínico nombrar ministro a Antonio Brufau, presidente Repsol, porque él ha sido el verdadero gestor de nuestra política exterior. Usted, baluarte del izquierdismo de salón, se ha dedicado a promocionar con descaro y proselitismo a gobiernos infectos que mantienen subyugados a sus ciudadanos.
Gobernantes como Teodoro Obiang, por recordar al más usurero de nuestros amiguetes africanos, utilizan el dinero de los contratos para seguir enriqueciéndose mientras en Guinea Ecuatorial mueren más niños antes de cumplir cinco años que en Afganistán, una país entre tinieblas bélicas desde hace tres décadas.
Hace unos meses felicité a la corporación municipal de Córdoba por bautizar dos plazas de la ciudad con los nombres de Julio Anguita Parrado y de José Couso. Les dije que con esta decisión habían honrado a sus familias y habían dignificado el mandato electoral.
Qué diferencia de actitud si la comparamos con la de su gobierno, la fiscalía general del Estado o la fiscalía de la Audiencia Nacional. Entre bastidores, usted y algunos altos representantes políticos y judiciales, han luchado “con uñas y dientes para hacer desaparecer los cargos contra los tres militares”, implicados en la muerte de José Couso mientras mentían a sus familiares. Lo hemos leído en los papeles del Departamento de Estado de Estados Unidos filtrados por Wikileaks.
Usted queda moralmente desnudo, señor presidente, igual que su ex vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, sus ex ministros de Justicia, Juan Fernández López Aguilar y de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, el fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido y el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza.
Todos ustedes conspiraron para sepultar el caso Couso bajo un manto de silencio. Se me ocurren palabras muy duras para denominar estos comportamientos. Pero la sobriedad sólo me permite llamarles cobardes. Eso sí, COBARDES con mayúsculas.
Señor presidente, su barco electoral se ha hundido y, como suele ocurrir, hace tiempo que algunas ratas saltaron antes de ahogarse. No pertenezco a ese grupúsculo que le critica ahora que ya es usted un cadáver político. Ni escribo editoriales oportunistas criticándole después de realizarle decenas de entrevistas pactadas.
Simplemente soy un ciudadano indignado (mi indignación tampoco empezó el 15 de mayo sino hace muchos años) y me presento ante usted con una oferta original: pasearle por este mundo inestable para que vea con sus propios ojos y no con los ojos de empresarios codiciosos, periodistas que escriben al dictado o asesores remilgosos y pelotas para qué sirve la política militarista que usted ha liderado durante los últimos años.
Los desastres de la guerra