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El Ejército turco mata a 35 civiles kurdos, muchos de ellos menores

Bombardeo contra la población kurda.

(El Ejército turcó mató en un bombardeo a 35 civiles kurdos de entre 16 y 20 años que se dedicaban al contrabando. Los hechos ocurrieron cerca de Kurdistán Sur (norte de Irak), en una zona conocida por el tráfico de mercancías. El Estado Mayor de las Fuerzas Armadas dijo en un principio que se trataba de guerrilleros del PKK, versión posteriormente desmentida por el partido gobernante AKP, que calificó lo ocurrido de «accidente operativo»)

Treinta y cinco cadáveres envueltos en mantas, colocados lado a lado en un sendero de montaña cubierto de nieve. Son las últimas víctimas de la guerra de Turquía contra los kurdos. Una guerra olvidada por Occidente, interesado en presentar a Turquía como un modelo.

Miércoles por la noche, F-16 de la Aviación turca y aviones no tripulados (la última compra de las Fuerzas Armadas de Ankara) bombardearon objetivos cerca de una aldea llamada Roboski (Ortasu en turco) en la frontera con Irak. Los testigos afirman haber sentido olor a quemado, carne quemada. Los habitantes de Roboski descubrieron enseguida el lugar, a pesar de la nieve. Seguros de lo que iban a encontrar.

Frente a ellos los cuerpos mutilados de decenas de jóvenes y adultos, los animales destripados. Un periodista kurdo en el teléfono comenta a la agencia Dihao haber oído un grito perforando el sombrío silencio de esa visión: una madre desesperada en busca de sus dos hijos. Ambos murieron en el ataque. Aquel periodista es uno de los pocos que escaparon de la prisión en la última ofensiva de las autoridades turcas que, en 24 horas, detuvieron a 49 periodistas kurdos y de izquierda. Testigos inconvenientes de la guerra sucia contra los kurdos, sea con las armas o con el cárcel y la represión. Testigos inconvenientes también de esta masacre.

Las imágenes de los cuerpos envueltos en mantas de las víctimas de Roboski están apareciendo lentamente en todo el mundo. Y mientras tanto se empieza a conocer las biografías de estos hombres que las Fuerzas Armadas turcas han «confundido con terroristas».

Zahid Encu es la madre de Aslan, 12 años, muerto en el bombardeo de la noche del miércoles. «Mi hijo mayor -dice- resultó herido al caminar sobre una mina y perdió una pierna. Aslan compraba y vendía de contrabando en la frontera, también para conseguir el dinero para una prótesis para su hermano. Me lo mataron», clama mientras la voz se pierde en una queja que da escalofríos. Aslan había ido comprar en el mercado negro de la frontera dos latas de gasolina para venderlas.

«El contrabando -añade Halit Encu, pariente de Aslan- es la única fuente de ingresos que tenemos». El contrabando, la frontera. Las historias que se cruzan entre sí, las historias de la miseria, la guerra, el hambre. Hemos visto en el cine, la película premiada del director de cine iraní Bahman Ghobadi, dos veces ganador de la Concha de Oro del Zinemaldi donostiarra: «El tiempo para los caballos borrachos». Yilmaz Guney contaba estas historias en los años 60. No ha cambiado mucho en la frontera kurda. La gente trata de sobrevivir, pero tiene un nuevo enemigo, la guerra.

- Aumento de la represión.

Una guerra elegida por Ankara que se niega a reconocer no sólo la existencia del pueblo kurdo, sino también sus sufrimientos. El PKK ha propuesto en los últimos años a través de altos el fuego unilaterales diversas alternativas al conflicto. Pero ha encontrado sólo el silencio y las puertas cerradas. Lo mismo sucede con el BDP (Partido por la Paz y la Democracia), que desde el pasado 12 de junio cuenta con 36 miembros electos en el Parlamento. Un diputado (Hatip Dicle) fue privado de su mandato y está en prisión así como cinco parlamentarios electos. La ofensiva del gobierno del AKP (lo que significa, irónicamente, el Partido de la Justicia y del Desarrollo), liderado por Recep Tayyip Erdogan, ha llegado a niveles muy altos en los últimos meses. En la cárcel han acabado más de mil kurdos y opositores de izquierda: administradores locales, intelectuales, estudiantes, sindicalistas, mujeres, abogados y periodistas. Todos delincuentes, según el teorema de Erdogan, acusados de ser miembros o simpatizantes del PKK.

Es difícil decir si el primer ministro turco tiene pensado eliminar (por la cárcel o directamente) a los 20 millones de kurdos que viven en Turquía. Las últimas operaciones militares y policiales indican que algo se le está escapando de la mano a Erdogan. O, gracias al silencio culpable de Occidente, Ankara cree de verdad que puede resolver de ese manera la cuestión kurda. Lo que es imposible. Pero está claro que, consciente de esto, Erdogan planea debilitar lo más posible a la oposición kurda de izquierdas. Que algo se le está yendo de las manos al primer ministro lo demuestran las declaraciones esquizofrénicas de sus ministros.

Si hay un viceprimer ministro que anuncia un nuevo paquete de «reformas» que, entre otras cosas, prevé despenalizar (sí, porque ahora es un crimen por el que se va a la cárcel por «apología del terrorismo») la utilización del título de «señor» para hablar sobre el líder del PKK, Abdullah Ocalan, por otra parte, hay un ministro del Interior que sostiene que «el PKK hace también terrorismo con pinceles, lápices, fotografías, música, arte y cultura».

Declaraciones que se detienen en el umbral de lo inimaginable al declarar al BDP como parte del PKK. Y si parte de los votantes de la BDP pertenecerían al PKK, finalmente todos los kurdos, entre ellos los 35 civiles asesinados en la noche del miércoles, serían terroristas.

Orsola Casagrande, Gara